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Escolares, en una visita guiada al Teatro Romea. | A. Durán
Julián Romea vuelve a su teatro
CON TODA LA 'TROUPE'

Julián Romea vuelve a su teatro

Murcia retoma las visitas guiadas a su histórico coliseo, una oportunidad para despertar en los chavales la afición por las artes escénicas

MIGUEL RUBIO

Miércoles, 21 de noviembre 2012, 23:18

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En sus palcos se cocinaron decisiones políticas y se arreglaron más de un matrimonio. El Teatro Romea era el centro de la vida social en esa Murcia provinciana de finales del XIX que despertaba a la modernidad. Ahora puede conocer su historia (y sus historias) con las visitas guiadas y gratuitas que ha retomado el Ayuntamiento de Murcia, con motivo de cumplirse el 150 aniversario del coliseo capitalino. Una experiencia que no conviene perderse para descubrir uno de los edificios más importantes de Murcia, y probablemente el más desconocido, que ahora luce restaurado.

Para acompañarnos, quién mejor que el actor Julián Romea, murciano del barrio de Santa Catalina, que da nombre al teatro, eso sí, encarnado por Antonio Liza, otro hombre de la escena con muchas tablas. Viste levita, calza botas de caña y guía a los visitantes con una retahíla de detalles y leyendas que encandila al respetable. Una experiencia apta para todos los públicos y una oportunidad especial para que los niños empiecen a cogerle el gusto a las artes escénicas.

Sorpresa nada más comenzar. La ecléctica fachada engaña, porque nada tiene que ver con el interior, de un delicado estilo isabelino. Es en la puerta principal, bajo la marquesina modernista, donde Antonio Liza o Julián Romea (como usted lo prefiera) inicia la visita, que se prolonga durante casi una hora. El Romea, que al principio se llamó Teatro de los Infantes y después de la Soberanía Nacional, según caían los gobiernos, se levantó en unos terrenos expropiados a los dominicos, entonces en las afueras de la ciudad. De esos orígenes viene la leyenda de que sobre el coliseo pesa una maldición: sufriría tres incendios, el último, y el más trágico, cuando estuviera abarrotado de público. En su siglo y medio de historia, el recinto ya ha sido pasto de las llamas en dos ocasiones, en 1877 y en 1899. Así que para que la profecía, atribuida a uno de los frailes del convento, no se cumpla se dejan butacas sin vender en todas las representaciones.

¿Realidad o invención? Si bien es cierto que siempre se quedan butacas vacías, hay una explicación menos peregrina. Para conocerla, lo mejor es que reserve ya cita (teléfono 968 355 390) para alguna de las próximas visitas. El calendario es el siguiente: jueves y viernes, a las 10, 11 y 12 horas, y los sábados hay, además, un cuarto pase, a las 13 horas.

El segundo de los incendios solo dejó en pie los muros del edificio. El teatro estuvo ardiendo durante tres días y el suceso causó una auténtica conmoción. Afortunadamente aún vivía el arquitecto Justo Millán (el mismo que diseñó la plaza de toros de La Condomina), quien se encargó de la reconstrucción. El teatro quedó tal y como lo inauguró, el 26 de octubre de 1862, Isabel II, que acudió con la Familia Real al completo. Para el estreno, Julián Romea se subió al escenario con El hombre del mundo, de Ventura de la Vega. La regia delegación se alojó en el Palacio Episcopal y aprovechó la ocasión para otros cortes de cinta, el más sonado, la línea de ferrocarril entre Murcia y Cartagena.

La visita de la mano de Liza/Romea continúa por el vestíbulo, que guarda otra curiosidad. Las pinturas que decoran la sala, de José Pascual y Federico Mauricio, representan las estaciones del año, pero solo hay tres obras. «Falta el verano, porque en el teatro solo había representaciones desde septiembre hasta junio; comenzaban con la feria y acababan para el Corpus, cuando se ponían en escena autos sacramentales», indica nuestro especial guía.

La siguiente parada es el llamado Salón de los Espejos, que hasta no hace mucho acogió el conservatorio de música y danza. Después se recorrer el anfiteatro donde la comitiva tiene la oportunidad de contemplar la planta de herradura del coliseo, que le otorga «una acústica perfecta». Esta característica lo sitúa entre los mejores teatros de España. Es más, «el Romea es un teatro fetiche para muchos actores, que prefieren estrenar aquí porque creen que les da suerte», recuerda nuestro intérprete particular antes de detenerse en el patio de butacas, donde hay que posar la mirada en dos elementos. El primero, el telón de boca, un regalo de los actores María Guerrero y Fernando Díaz Mendoza, donde está pintado El corral de la Pacheca; el segundo, el techo, con unos frescos de Medina Vera en los que las musas del Parnaso coronan a Julián Romea. El actor murciano, que hoy nos suena lejano, fue en su día una estrella de los escenarios. Con su planta de galán y una forma muy natural de recital, sus interpretaciones eran muy aplaudidas. Isabel II le condecoró con la Gran Cruz de Carlos III. Hoy regresa al teatro que lleva su nombre. Es la magia de este arte.

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