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Jaque a la historia
MURCIA

Jaque a la historia

El patrimonio sepultado por la nueva ciudad

PEPA GARCÍA pegarcia@laverdad.es

Viernes, 18 de diciembre 2009, 14:36

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Es un placer jugar. Como cuando eras niño, dejarte llevar por la imaginación y disfrutar de un paseo por la Murcia del siglo XI al XIII. Y recuperando el espíritu infantil, mecerse al ritmo de la pintura contemporánea entre dos viviendas árabes con las que comparte protagonismo en una galería; disfrutar una comida con amigos refugiados tras la muralla árabe de Murcia o tomar un café sintiendo el poso de la historia mientras se fisga entre las saeteras; imaginarse parte de las tropas musulmanas, en tensión y repeliendo un ataque junto a la muralla; y entrar en el hipocausto de un baño para terminar una frenética jornada con una cena frugal.

Hoy, todo eso es posible, lo demuestran casos auspiciados por manos privadas como La Muralla del Rincón o El Portón, la galería Romea 3, los restaurantes Vía Apostolo y El Reloj de Cuco, o públicas como la espectacular restauración del ala sur del Alcázar Ceguir y la recuperación para los ciudadanos, tras décadas, de la muralla y antemurralla junto a la Puerta de Santa Eulalia. Pero los esfuerzos por salvar el patrimonio histórico y artístico nunca se han correspondido con el empeño que todo tipo de gobiernos han puesto para legislar la conservación de este legado.

Pese a que ya en la segunda mitad del siglo XIII comenzaron a aparecer las primeras medidas para garantizar la conservación de tesoros, reliquias, imágenes y ornamentos religiosos, y hasta la fecha estas legislaciones no han dejado de sucederse, endureciéndose las medidas contra la destrucción del patrimonio y las destinadas a su conservación; la realidad no ha permitido conseguir el resultado esperado.

De hecho, repasar una a una las fichas del catálogo de los edificios del Plan Especial del Conjunto Histórico Artístico del Ayuntamiento de Murcia (PECHA) es repasar la historia de un patrimonio protegido por ley y desaparecido, en peligro de extinción o totalmente transmutado, salvo honrosas excepciones.

Así, en nombre del progreso, la modernización y el mal llamado interés general, cientos o miles de vestigios de las civilizaciones que nos precedieron han ido desapareciendo bajo el peso de un urbanismo acorde a los tiempos o se han hecho añicos por el olvido y la irresponsabilidad de las autoridades garantes de su conservación.

Catástrofes anunciadas

Un caso simbólico y presente en la memoria de los murcianos es el de la desaparición de los baños árabes de Madre de Dios en febrero de 1953 y bajo el mandato del alcalde Domingo de la Villa, anunciada a bombo y platillo. Una edificación civil que había conseguido mantenerse en pie ocho siglos y que la planificación de la hoy principal arteria de la ciudad, la Gran Vía, asoló sin dejar rastro. Una actuación que también barrió de un plumazo tramos de muralla y restos de viviendas árabes, entre otros yacimientos.

Ya entonces, como ha sucedido con el yacimiento de la Murcia del siglo XIII en San Esteban -que por el momento parece a salvo- o como ocurrió con la Alcazaba encontrada en el interior del Castillo de Lorca y que ha machacado los cimientos de un novísimo Parador Nacional, tanto expertos como sociedad civil se manifestaron en contra de su desaparición, un debate que transcendió a los medios de la época. A pesar de que los responsables municipales afirmaron entonces que los baños no se destruirían. Una noche la catástrofe anunciada se hizo realidad y el conjunto de la Humanidad perdió un testigo sin igual del pasado árabe de Murcia.

Un rey sin castillo

No por el hecho de que el entonces alcalde de Murcia, Domingo de la Villa, haya pasado a la historia por tan nefasta decisión han dejado de producirse estos casos, a los que con posteridad se han sumado la destrucción de construcciones tan singulares como el Castillejo de Monteagudo, espacio residencial con rica ornamentación y atribuido al Rey Lobo, que a mediados del pasado siglo se perdió para siempre bajo el peso de una balsa de riego que su propietario quiso construir en el centro mismo del palatino edificio de recreo, incluido en el conjunto defensivo que también integran el Castillo de Monteagudo -hoy en fase de recuperación para la sociedad- y el Castillo de Larache; o el ala sur del Alcazar Ceguir de Murcia, cuya ala norte se puede hoy disfrutar, recuperada en parte en el preciosísimo Palacio de Santa Clara la Real, pero que la ligereza con que se concedió la licencia para construir un garaje en lo que era el ala sur del Alcázar, en 1960, nos ha privado de un espacio aún más monumental y único preservado por las centurias de vida en clausura de las Clarisas intramuros.

Cientos de tramos de muralla árabe, viviendas árabes, hornos y baños han corrido la misma suerte. A otros tantos hallazgos el destino los ha tratado mejor y ha permitido que pervivan bajo tierra, como le ocurrió en 1994 a los restos de muralla, cuatro torreones, antemuralla y foso (abovedado y convertido en vall de lluvia a partirdel s. XVI) encontrados bajo la plaza de Romea durante su remodelación, sobre lo que se debatió su habilitación para visitas, pero finalmente fue enterrado bajo el nuevo pavimento. Otros restos, de todos los periodos históricos, permanecen en pie y en el olvido de quienes tienen como primera función su conservación dejando que el paso del tiempo, las inclemencias metereológicas y los actos vandálicos de ignorantes hagan el resto. Y una pequeña parte, en su mayoría en manos de propietarios privados, permanecen para siempre para el disfrute de los ciudadanos, por las exigencias de conservación que la Administración no ha eludido cuando la responsabilidad ha recaído en particulares.

Como Antonio Martínez-Mena detalla en 'La destrucción del patrimonio arquitectónico y su reflejo en la ciudad de Murcia' ('Imafronte', nº 17), el listado de las riquezas artísticas y arquitectónicas perdidas es interminable y, de algunas de ellas, se conservan botones de muestra en museos, edificios de nuevo cuño y rincones de la ciudad de Murcia. Eso ocurre con la Casa de la Cruz, ubicada en la plaza de Martínez Tornel y «ejemplo de arquitectura doméstica del renacimiento -construido hacia 1575-» de la que se conservan dos de los escudos de la fachada en el Museo Arqueológico de Murcia; o El Contraste de la Seda, datado en torno a 1600, situado en lo que hoy es la plaza de Santa Catalina y que declarado Monumento Arquitectónico-Artístico en 1923, no se salvó de la quema, si exceptuamos «sus dos monumentales portadas, hoy en el Museo de Bellas Artes de Murcia».

Aquí exponemos cinco casos de patrimonio destruido para siempre, del que sólo las investigaciones y las fotografías dejan en el siglo XXI testimonio de su existencia.

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