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Nadal y Soderling saliendo de la pista tras la finalización del partido. / AFP
El destierro de Nadal
Tenis

El destierro de Nadal

El tetracampeón es expulsado en octavos de su paraíso terrenal por Soderling, el 25 del mundo

FERNANDO ITURRIBARRIA

Lunes, 1 de junio 2009, 10:35

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Seis menos cinco del domingo 31 de mayo de 2009. Terremoto en el mundo del tenis. Tembló la tierra batida de Roland Garros. El epicentro se situó en la raqueta de Robin Soderling, 25º en el escalafón de la ATP, un sueco que hasta la fecha no había pasado de la tercera ronda. Rafael Nadal, tetracampeón invicto en el mundial oficioso de la arcilla, quedó enterrado en su tierra prometida.

El zurdo de Manacor fue eliminado en octavos de final por 6-2, 6-7 (2), 6-4 y 7-6 (2) en tres horas y media de revolución francesa. El destierro de su paraíso terrenal le priva de anotar su quinta Copa de los Mosqueteros consecutiva, gesta inédita que ni siquiera el sueco Björn Borg pudo lograr.

Nadal cayó derrotado el día que la guillotina segó la cabeza de los defensores del título. El filo de la cuchilla también decapitó a Ana Ivanovic, vigente campeona del torneo femenino. La serbia sucumbió ante la bielorrusa Victoria Azarenka, novena del mundo, por 6-2 y 6-3 en una hora y 11 minutos. En el seísmo también quedaron sepultadas las esperanzas de Fernando Verdasco (octavo cabeza de serie), derrotado por el ruso Nikolay Davydenko (décimo favorito) por 6-2, 6-2 y 6-4 en un par de horas.

Como Nadal, fiel a su costumbre, había elegido restar al ganar el sorteo, Soderling anotó el primer punto de partido con un saque directo. Fue el presagio del dominio absoluto de su servicio, piedra angular de una victoria tan meritoria como bien construida desde el punto de vista táctico.

En sus anteriores dos duelos sobre tierra batida, únicamente había sido capaz de arrebatarle nueve juegos en cinco mangas, sumados las tres disputadas en el Roland Garros de 2006. Transformado por la rebelión de los esclavos, Soderling se convirtió en París en dueño y señor de la situación.

El premio a la osadía

El puñetero amo se apoderó de la pista Philippe Chartier y desterró de ella a su legítimo propietario en los últimos cuatro años. Le expulsó de la cancha a garrotazos de derecha y primeros servicios que rondaron los 200 kilómetros de media en el conjunto del partido. Con golpes potentes, profundos y precisos condenó al favorito máximo al foso de los cocodrilos, ese territorio exterior donde habitan los jueces de línea y las mascotas publicitarias de fauces terroríficas.

Soderling venció en todas las facetas del juego. Anotó 143 puntos, frente a 128 de Nadal; ejecutó 30 derechas ganadoras, frente a 19; conquistó 27 puntos en la red, frente a 6; y culminó media docena de reveses, frente a cinco. Incluso cometió más errores no forzados que su oponente: 59 contra 28. Fue el peaje del riesgo, el precio de jugársela en cada raquetazo, la tarifa del cara o cruz. Pero también totalizó 61 golpes ganadores, casi el doble que los 33 de Nadal. Fue la recompensa a la temeridad, el premio a la osadía, la confirmación de que la audacia es el juego.

A la defensiva

En el mundo al revés, el sueco llevó la iniciativa, manejó la batuta e impuso la cadencia. Nadal jugó corto, demasiado corto. Ni siquiera dominó con el viento a favor en la ventosa tarde parisiense. Le ocurrió en el décimo juego del segundo set, que a la postre fue el único en su casillero. Con Eolo a la espalda, sacó para conquistar la manga y el respondón de Tibro le quebró con un voleón. Instantes antes se había adornado con una soberbia volea de revés de espaldas a la red. Hasta el espectáculo fue escandinavo.

Nadal jugó a contracorriente, el estado que más le disgusta. Estuvo a la defensiva, una situación inhabitual. Tuvo pundonor, espíritu batallador y ardor guerrero. Pero adoleció de la inspiración, la clarividencia y la sabiduría que derrocha a borbotones habitualmente sobre las canchas del planeta tenístico.

Por primera vez en cinco años, Nadal no celebrará su cumpleaños con el resplandor cegador de la Copa de los Mosqueteros. Cumplirá 23 años el miércoles a la orilla de su piscina en Manacor. Tiene toda una vida por delante para reconquistar el solar de París donde ha erigido las columnas del templo de su gloria.

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