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ANTONIO ARCO
Jueves, 14 de febrero 2008, 01:35
Aclarémoslo: la escalera mécanica que recorrerá las diversas alturas del Museo del Teatro Romano de Cartagena, obra del prestigioso y espartano arquitecto Rafael Moneo, insertando de esta forma un elemento industrial, tan útil como ajeno a la sobriedad del edificio y a su contenido arqueológico, no es el Mid-Levels Escalator de Hong Kong, pero dará que hablar; y mucho. De hecho, la escalera mécanica de Moneo no ha pasado desapercibida para ninguno de los privilegiados visitantes que han podido contemplar la creación, aún en obras, del arquitecto autor de la ampliación del Museo del Prado. Eso sí, si el Mid-Levels Escalator, la escalera pública más larga del mundo, salva cómodamente la empinada orografía de la exótica ciudad, la de Moneo, claro ésta que infinitamente más modesta, hace posible que el visitante se eleve, también cómodamente, desde el siglo XXI al siglo I a. C.
Se aproxima el día, aún por concretar, en que el Museo del Teatro Romano de Cartagena, cuya cabeza corona al aire libre el gran monumento escénico construido para seis mil espectadores, abrirá sus puertas -antes de junio- y desatará la admiración (de unas cien mil personas al año, según los datos manejados con prudencia por los responsables de la Fundación Teatro Romano: Consejería de Cultura, Ayuntamiento de Cartagena y Cajamurcia). Un viaje al pasado, una subida a la demostración del poder tentacular de Roma y de la belleza que nos legó. Sorpresa, admiración, arqueología y arquitectura. Volúmenes sencillos, tamaño discreto, luz natural muy bien aprovechada, materiales seleccionados con sumo cuidado por Moneo y un tesoro -la contemplación de los restos hallados en las excavaciones del lugar- destinado a los amantes del conocimiento, el urbanismo y la curiosidad.
Ruinas respetadas
Un viaje que comienza en la misma Plaza del Ayuntamiento, mientras se puede echar una última mirada al cercano puerto, y que acaba en lo alto de la colina urbana donde espera al visitante el recién recuperado Teatro Romano, cuya restauración ha procurado respetar al máximo las ruinas rescatadas del olvido. Los visitantes entrarán, para iniciar su aventura, en el Palacio de Riquelme -cuya fachada para nada hace presagiar lo que nos espera- situado en la citada Plaza del Ayuntamiento. Ya en el primer corredor se inicia el recorrido museístico, que nos irá mostrando la evolución urbana del solar del teatro desde el siglo XXI al siglo I a. C. En él se ilustrará, indica Elena Ruiz Valderas, directora del Museo, «a partir de los objetos arqueológicos recuperados en la excavación y de planos, fotografías y audiovisuales, la historia del solar: desde el Barrio de Pescadores (siglos XVIII al XX), siguiendo por el Arrabal Viejo, la Medina de Qartayanna al Halfa, el barrio portuario de época bizantina, destruido por Suintila, y la transformación del teatro en mercado a mediados del siglo V d.C., para, directamente, entrar en la primera gran sala de exposiciones».
Esta gran sala, que Moneo ha configurado como un espacio de más de 100 m2 y siete de altura, iluminado cenitalmente, permitirá albergar «con gran dignidad y magnificencia» la colección de arquitectura monumental; «en ella se darán las claves necesarias para entender la arquitectura del edificio teatral a través de la exposición de piezas originales, además de una maqueta y otros elementos didácticos», explica Ruiz Valderas. En esta sala, el visitante podrá comprender la envergadura del Teatro Romano de Cartagena, «pues la entidad de sus basas, cornisas y sobre todo capiteles, le convierten en un magnífico exponente de la arquitectura pública y monumental de época augustea». Además, se explicará lo que significó la construcción del edificio: planificación, oficios que participaron, acopio de materiales de las principales canteras de mármol del Mediterráneo, elección de materiales constructivos de las canteras locales, etc.
Y desde la entreplanta, el visitante llegará a la segunda gran sala de la colección permanente, el espacio de mayor tamaño del Museo, de diez metros de altura, «iluminado por la combinación de lucernarios y huecos de muy diverso carácter, que proporcionarán los matices de luz necesarios para la exposición de las piezas que configuran el programa epigráfico y ornamental del teatro», precisa la arqueóloga y directora. Un programa decorativo cargado de mensajes ideológicos, entre los que destaca la introducción de los cultos a las divinidades tradicionales de Roma a través de tres altares donde se representan los símbolos de la Triada Capitolina, que serán las piezas que presidan la parte central de esta sala, sorprenderá al público. Esta gran sala guarda una sorpresa: enlaza con la cripta arqueológica que discurre bajo la iglesia de Santa María la Vieja. Y, además tiene, a juicio de Moneo, una misión fundamental: la de preparar al visitante para la contemplación que tendrá al final de su visita: una visión completa del Teatro, «tan magnífica como inesperada».
Contemplación
Realmente, lo que le espera al visitante no le dejará indiferente: un pasillo de circulación ya exterior le proporcionará una visión completa del Teatro, cuya rotundidad geométrica es remarcada por la restitución de un muro de cerramiento en piedra, que separará el recinto arqueológico del Parque de la Cornisa que le sirve de marco paisajístico y punto de contemplación. A partir de ahí: el Teatro a sus pies. El Museo, además, reúne los principales equipamientos y avances tecnológicos de un museo del siglo XXI: salón de actos bien equipado, sala de exposiciones temporales, cafetería, aula didáctica, salas de archivo y documentación, biblioteca, además de zonas administrativas del museo y del propio Patronato, que junto al futuro Centro de Investigación dotaran a Cartagena de un gran equipamiento cultural, científico y turístico.
Del trabajo llevado a cabo por Moneo, los responsables de la Fundación Teatro Romano destacan, entre otros aciertos: el brillante manejo del paisaje urbano y la escala, donde los edificios del Museo quedan integrados en armonía con su entorno más inmediato; la incorporación de la luz natural en los espacios expositivos, creando un bello juego de luces cenitales y huecos; la recuperación de la fachada palaciega del edificio de Pascual de Riquelme, incorporando sus miradores de madera, que han sido adaptados a las nuevas necesidades de seguridad y climatización; y el Parque de la Cornisa, que crea una superficie ajardinada conectando los vestigios monumentales de la ciudad medieval: uniendo Castillo e Iglesia Mayor, además de enmarcar y dignificar el entorno del monumento romano.
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