Pardo como gato pardo
Brillante en lo profesional y celoso de su intimidad en el ámbito más privado, el letrado Pardo Geijo se ha ganado una merecida reputación de penalista tan duro en las formas como exhaustivo en el fondo
RICARDO FERNÁNDEZ
Domingo, 30 de diciembre 2007, 01:18
Mientras los pocos que han conseguido atravesar el óseo caparazón con que protege su vida privada y a su familia conocen de su sensibilidad, de su sentido casi árabe de la hospitalidad, de su amor por la conversación, el buen comer y el mejor beber, de su pasión por la literatura, la música y el arte -posee una nada desdeñable colección de pinturas y, sobre todo, esculturas de autores murcianos, como Pepe Yagües-, quienes le han sufrido como rivales en el ámbito judicial bien saben que bajo esas manos felinas de suave y dulce apariencia esconde unas diestras y veloces garras, capaces de despedazar en un zas-zas al más bragado.
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Bien podría hablar de ello, si quisiera, Julio Guerrero, magistrado con una reputación de duro e inflexible ganada a pulso, con quien a primeros de los noventa mantuvo un enfrentamiento -el juez a base de autos; el letrado, a golpe de recursos- que ha quedado en los anales de la Judicatura murciana como el más enconado, intenso y visceral en muchas décadas. Tan de chupa de dómine se pusieron el uno al otro, que si ambos no se citaron de madrugada a las espaldas del Palacio de Justicia, asistidos por padrinos «y con las armas que vuesa merced prefiera», fue porque el citado asunto tuvo lugar expirando el siglo XX y no un par de centurias antes. Que de lo contrario, haría ya quince años largos que uno de los dos habría quedado para cebar a los gusanos.
UN FRAUDE MULTIMILLONARIO
Tan tremendo enfrentamiento no era por asunto banal. Pardo Geijo había sido contratado para dirigir su defensa por el empresario de los áridos Francisco Torralba, quien había sido acusado de un multimillonario fraude a la Hacienda Pública por el que acabaría siendo condenado, aunque levemente: no regresó a la cárcel, aunque tuvo que pagar una multa superior a los 300 millones de pesetas. Y Julio Guerrero era el juez que en aquellos primeros momentos de la instrucción judicial mantenía en prisión preventiva al mencionado industrial.
Sabedor de cómo se las gastaba el magistrado y temiendo que su cliente acabase por quitarle el récord guiness de chabolo al mismísimo Conde de Montecristo, el letrado recusó a Guerrero y éste, poco amigo de tales fintas legales, en lugar de apartarse como ya había hecho su colega José Moreno, le respondió con una andanada en forma de auto judicial que ríete tú de las que lanzan las ametralladoras de los helicópteros Apache.
El asunto quedó, más o menos, en tablas, que no es mal resultado teniendo en cuenta que, de haber podido, el juez habría encerrado al jurisperito en Alcatraz y se habría tragado la llave y, al revés, que el segundo de buena gana le habría despojado de la toga al magistrado y se habría hecho un mantel con ella.
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Abogado en un puñado de los más relevantes asuntos penales de las tres últimas décadas -llevó también el multimillonario fraude fiscal de los empresarios Caravaca y Cánovas, que se cerró de forma similar al de los Torralba-, dicen las malas lenguas que si el fisco cobró su parte a aquellos defraudadores, no menos tajada se llevó su letrado, que igual respeto profesa a sus clientes que a su propio trabajo. Y esto último, claro está, no otra forma tiene de valorarse que en forma de minuta.
RETIRADO, RETIRADO... PUES NO
Viene el asunto monetario a cuento porque después de aquellos dos asuntos, Pardo Geijo, ya selecto de por sí a la hora de aceptar asuntos, se volvió más restrictivo si cabe y fueron muchos los que le dieron por retirado. Y si bien es cierto que, retirado, lo que se dice retirado, sólo lo estuvo año y medio, para superar un problema de salud que le llevó a afrontar una intervención quirúrgica a vida o muerte, no es menos cierto que se dedicó a aceptar sólo los asuntos que le apetecía y cobrando, también, lo que le apetecía.
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Que en algunos casos, cuando el asunto le tocaba el corazón y apreciaba injusticia de por medio, era exactamente cero con cero pesetas.
Responsable -cosa poco loable- de que unos cuantos chorizos y mangantes vaguen hoy libres como pájaros, es también artífice de algunas nuevas brechas abiertas en las siempre verticales y resbaladizas paredes de la Justicia. Entre ellas, haber sido el primer letrado que consiguió que un tribunal anulase el asalto y registro en un barco -que iba atiborrado de droga, por cierto- al darle consideración de domicilio y otorgarle los mismos derechos y garantías a sus moradores. Trueno Rojo, fue bautizada aquella operación, que hoy los guardias civiles estudian en la academia para evitar que una investigación de meses se les vaya por el sumidero.
Hoy sigue defendiendo a asesinos y asesinas, chorizos y mangantes -casi todos de postín-, abogados fuleros y hasta alcaldes sospechosos de corrupción, como el de Torre Pacheco, Daniel García Madrid. Si él, ácrata por principios y formación, ha aceptado ahora defender los intereses de un PP hostigado por los tribunales, es solamente por profesionalidad y porque aspira a seguir ganando dinero, todo el que pueda, hasta que llegue quizás el día en que pueda retirarse a su casa sobre un acantilado de Cabo de Palos: «Mi barco anclado», como la llama, por sus excepcionales vistas sobre el Mediterráneo. Y dedicarse de una vez por todas a ronronear al sol, como un gato viejo, gordo y salpicado de cicatrices. Pero un gato, al cabo, con las garras siempre a punto.
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