Bibliotecas escolares: una cuestión sin resolver
AURORA GIL BOHÓRQUEZ
Viernes, 7 de diciembre 2007, 01:32
Hace unos dos o tres años, o tal vez menos -no termino de controlar bien el paso del tiempo- leí un artículo periodístico sobre las bibliotecas escolares cuyo título me pareció más que acertado: «La soledad de las bibliotecas escolares». No es que como título sea muy original -ahí tenemos la soledad del portero; la del tirador del penalti; la del corredor de fondo, o incluso, recientemente, la del juzgador-. Pero muchas veces me viene ese título a la memoria porque apunta al meollo de la cuestión con rotundidad y acierto, con tan sólo tres palabras llenas, que las otras tres se pueden eliminar. Y es que la mayoría de las bibliotecas escolares sufre de soledad, una soledad persistente, casi endémica, inconcebible si de verdad se cree en el poder redentor de los libros y la lectura. Muchas bibliotecas escolares son islas solitarias, casi un paréntesis en la vida diaria de los centros: un lugar donde se almacenan libros antiguos y donde se envían a los alumnos castigados para que reflexionen, rodeados de cadáveres polvorientos -los libros también mueren, sobre todo si no se leen- y alejados del mundanal ruido de aulas, patios, pasillos, laboratorios y cantina.
Pues sí. La soledad de las bibliotecas escolares se respira aún por varios frentes. Existe un desamparo administrativo desde hace décadas, que se ha ido perpetuando en las sucesivas reformas educativas. Es verdad que la biblioteca aparece en todas las leyes, lo que yo llamaría una declaración de buenas intenciones. En la LOE, la última ley de nuestros pesares, se habla de la biblioteca al final del capítulo II, en el artículo 113, que tiene también su matiz inquietante por eso del 13. Un poco antes, en el capítulo I, se las ha considerado como uno de los factores que favorecen la calidad de la enseñanza. ¿Cómo iba a ser menos! Pero se limita, ya digo, a una declaración de intenciones, a enunciar que los centros educativos dispondrán de una biblioteca, y que las administraciones educativas se encargarán de dotarlas progresivamente...
Y si acudimos a lo que llaman el segundo nivel de concreción de la ley marco, a las normativas de funcionamiento, más cercanas a la realidad, volvemos a encontrarnos con un agujero negro: no se contempla por ningún lado la figura de un bibliotecario que se ocupe de las tareas propias y técnicas de organización de una biblioteca. Biblioteca, sí. Bibliotecario, no. ¿Cómo se entiende? Se resuelve la papeleta con un parche a todas luces raquítico, asignando una hora lectiva semanal a un profesor, el coordinador. Sí, han leído bien: una hora lectiva a la semana, una concesión generosa sin límites que puede dar idea del valor que se le asigna a esta función. Ni más retribuciones, ni más méritos, ni más nada. Eso sí, más trabajo, bastante más trabajo, añadido al que ya tiene habitualmente cualquier profesor. Se convierte por ello la función del coordinador de biblioteca en una cuestión de puro voluntarismo. Y así las cosas, es un hecho casi milagroso que aparezcan algunos Robinsones Crusoe en los centros, tenaces y atrevidos, que deciden transformar esta silenciosa isla cementerio, apartada de cualquier ruta habitual de los alumnos, y convertirla en una auténtica y dinámica biblioteca. Hay que tener valor.
Pero aquí no se acaba este desamparo del que venimos hablando. Otro indicador de la soledad extendida es la ausencia de un tiempo lectivo reglamentado en los horarios de los alumnos para ir a leer o a investigar a la biblioteca. También depende de la voluntad del profesor, los llevo, no los llevo, los llevo, no los llevo Y el caso es que cientos, miles de alumnos, han pasado -y siguen pasando todavía- de un curso a otro, en montones de centros educativos, sin atravesar jamás la puerta que los hubiera conducido al mundo de los libros, sin saber siquiera de la existencia de una biblioteca tan cercana a la que acudir para sumergirse en los placeres de la lectura.
Y sí, hay voluntad en la administración para que cambie el panorama; y hay programas educativos que asesoran a los profesores -que no son técnicos en estas cuestiones de biblioteconomía y documentación-; hay cursos de formación, y hay dotaciones económicas específicas y extraordinarias para la mejora de las bibliotecas escolares. Pero aún no se ha llegado al fondo de la cuestión. Y queda lo fundamental por resolver.