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La fantasmagórica historia del Rolls Royce Phantom Jonckheere de 1925

La fantasmagórica historia del Rolls Royce Phantom Jonckheere de 1925

La trayectoria vital de ciertos automóviles es verdaderamente apasionante. De ser una estrella de los glamurosos concursos de elegancia, a caer en el olvido en un desguace. La de este «Round Door Rolls» muy especial es una historia donde grandeza y miseria han rodado paralelas

Santiago de Gárnica Cortezo

Sábado, 15 de mayo 2021, 00:28

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Cuando contemplamos este Rolls Royce Phantom Jonkheere de 1925, surge un cierto estremecimiento. Su imagen desprende un especial dramatismo. Una longitud imponente, sus curvas amenazantes, hacen que los más espectaculares automóviles de antes de la II Guerra Mundial parezcan anodinos. Incluso se sitúa al margen de sus hermanos de marca de la época. Si tuviéramos que elegir un modelo de la casa británica que se situara de forma radical fuera de las normas, este «Round Door Rolls» (el «Rolls de las puertas redondas») sería sin duda un claro candidato.

El encargo de Anne Dodge

El arranque de esta historia tiene un nombre propio, el de Anne Dodge. En efecto, les sonará. Los hermanos Dodge, John y Horace, fundadores de la marca que lucía su nombre, murieron jóvenes, con pocos meses de diferencia, en 1920. Y dejaron una inmensa fortuna a sus viudas, fortuna que creció hasta el punto que en 1924 alcanzaba los dos mil millones de dólares al cambio actual. No hay duda que Anne Dodge no tendría mucho problema en encargar, en 1925, a la fábrica Rolls, un New Phantom, como se denominaba en la época antes de tener sucesores y denominarle Phantom I.

En esa época, el fabricante británico vendía chasis desnudos para que sus afortunados propietarios pudieran encargar carrocerías a su gusto, a diferentes firmas especializadas. En el caso de nuestro protagonista, este encargo sería para la prestigiosa firma Hooper, con la orden de vestir el chasis con una espectacular carrocería tipo convertible. El encargo era realizado por Miss Hugh Dillman de Detroit, en realidad Anne Thompson.

Pero Miss Anne Thompson Dodge cambió de opinión y nunca recogió el automóvil. Este se quedó en el Reino Unido, donde partirá para la India, al ser adquirido por el Rajá de Nanpara.

En Bélgica

Los locos años veinte y la crisis del 29 marcan la vida de este automóvil, que pasa por varias manos en función de fortunas que nacen y desaparecen. En 1932 se le sitúa en Bélgica y, dos años después, un propietario aún no identificado lleva el Phantom a la compañía de carrocerías Jonckheere cerca de Roeselare, para ser renovado. Aunque Henri Jonckheere construyó su primer automóvil de lujo en 1902, la compañía había pasado a fabricar principalmente carrocerías de autobuses y autocares en la década de 1930.

En ese momento, el movimiento Streamline está de moda. Fruto de este movimiento, en el campo del automóvil nos encontramos modelos con un aspecto de elaborada aerodinámica, que es en realidad más estético que técnico, pero en cualquier caso espectacular.

Jonckheere elabora un coupé de líneas fluidas con detalles muy particulares, como el parabrisas plano y muy tumbado, un doble techo de cristal, un radiador de formas particulares (casi un sacrilegio, para los puristas de la marca) y en una posición bastante tumbada, los faros en forma de obús, y una aleta aerodinámica en el centro de la descendente parte posterior de la carrocería (al estilo de un avión), elemento muy utilizado por los carroceros europeos en la década de 1930 y que se puede ver en algunos automóviles de la época como el Peugeot 402 Andreau de 1936 o el Bugatti Type 57 SC Atlantic, entre otros. Pero el elemento más característico del trabajo del carrocero flamenco fueron las puertas redondas que le valdrán a este modelo el sobrenombre, en inglés, de «Round Door Rolls». Por cierto, que las ventanas de estas puertas se dividen verticalmente y se abren como tijeras a medida que se retraen hacia las puertas.

Este espectacular Phantom de nada menos que 6,40 metros de largo no gustó entre los seguidores más fieles de la marca fundada por Henry Royce y Charles Stewart Rolls. Sin embargo, esto no sería obstáculo para ganar el Prix d'Honneur en el Concours d'Elegance de Cannes de 1936. Luego pasó por varios propietarios antes de terminar en los Estados Unidos en posesión del magnate de las bombillas de Nueva Inglaterra, Max Bilofsky. A pesar de ser un coche difícil de conducir (entre otros detalles, no tenía luneta trasera), si lo utilizó, pero, eso sí, al volante estaba su chofer.

En un desguace

Tras la II Guerra Mundial, el automóvil aparece en un desguace de Nueva Jersey a principios de la década de 1950. Un pionero entusiasta de los clásicos y empresario llamado Max Obie descubrió el abandonado Rolls, y lo restauró a su modo. Lo hizo pintar con escamas de oro, inventó una historia de que anteriormente era propiedad del rey Eduardo, quien abdicó para convertirse en el duque de Windsor, y puso el «Royal Rolls« dorado, de gira por ferias y centros comerciales, cobrando un dólar por sentarse tras su volante.

Restauración final

Posteriormente vuelve a pasar por diferentes manos, sin salir de los Estados Unidos. Uno de estos propietarios lo pintaría en un color marfil. En el pico de la burbuja de los coches de colección de principios de la década de 1990, un coleccionista japonés pagó 1,5 millones de dólares por él en una subasta. A partir de ahí cae en el olvido hasta que en 2001 el Petersen Automotive Museum, en Los Ángeles, lo compra y emprende su restauración para devolverle al aspecto que tenía en 1936.

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