Borrar
Los actores Juan Pedro Alcántara, Sera Luque, David Terol, Irene Verdú y José Gabriel Campos, en su aparición en el escenario del Víctor Villegas, donde acudían en apariencia a celebrar una fiesta de cumpleaños.
Homenaje al teatro en cuatro escenas

Homenaje al teatro en cuatro escenas

Enredos, traiciones, donjuanes y hasta Marlon Brando, con actores de la Escuela Superior de Arte Dramático de Murcia

JAM ALBARRACÍN

Lunes, 18 de junio 2018, 19:10

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Dicen que la vida es puro teatro y no osaría yo desmentirlo, pero sí permitirme añadir: y el teatro es pura vida. De la buena, como lo es el arte en general. De esa vida que tiene mejor color y sabor gracias a personas e instituciones como las galardonadas la noche del viernes por el diario La Verdad. Así las cosas y empapados como andamos de vida, la señalada cita bienal Los Mejores optó por el teatro para dotar de contenido artístico la ceremonia de entrega de sus premios más preciados. Una representación teatral para rendir a su vez un homenaje al propio teatro y, por tanto, a la vida.

Bajo la dirección de Luisma Soriano (Murcia, 1979) y jugando con una trama que bordeó el metateatro, cuatro fueron los estilos honrados entre las candilejas: el teatro clásico, en los brazos de un desorientado Don Juan Tenorio (José Zorrilla); la ardiente y disparatada comedia dell arte, por mor de los pasionales cuchillos de Flavio e Isabella; el melodrama naturalista vía Tennessee Williams y su inmortal Un tranvía llamado deseo; y la tragedia, destino siempre irrevocable pero aun poético en manos de Federico García Lorca y su La casa de Bernarda Alba. Ahí queda eso. Todo ello magníficamente mal interpretado -exigencias del guión, como ahora veremos- por los actores murcianos David Terol, Irene Verdú, José Gabriel Campos, Juan Pedro Alcántara y Sera Luque. Hasta la presentadora de la gala, la periodista Rebeca Martínez Herrera -diosa griega de belleza deslumbrante-, jugó su rol de jerarca poco convencida que se agarra al clavo ardiendo de la necesidad.

Farsa y entremeses

Está bien. Y, ¿cuál es el hilo capaz de unir semejante muestrario de registros y estilos? Muy sencillo: la farsa. O si lo prefieren, la confusión y la obligación de salir airosos del galimatías en el que se ven envueltos los actores. Ellos acudían a amenizar una sencilla fiesta de cumpleaños como payasos, pero el destino intercambia su ruta con la de los actores verdaderos, perdidos en algún punto kilométrico de nuestra bien amada red nacional de carreteras. Pero aunque sea de serie b, el actor sabe que cuando se iza el telón solo cabe una salida: interpretar. Una salida que es también una oportunidad. Y ahí se la juegan en lo que acaba resultando una muy divertida sucesión de entremeses dentro de lo que podríamos denominar como una comedia de enredo, con el teatro noble como escenario de fondo.

Una idea brillante, que no de sencilla resolución, de la que no obstante tanto director como actores y equipo de producción consiguieron salir airosos con la complicidad de un público que supo entender y disfrutar de tan audaz apuesta. Recapitulemos. Antes de la entrega de la primera de las cinco estatuillas de la noche -La ciclista, original de Antonio Campillo-, ya se esboza el planteamiento de la función. Pero, basada como está en una suerte de adorable caos controlado, es una ligera sensación de confusión la que invade el auditorio. ¿Son payasos, es teatro, esto va en serio, me puede repetir la pregunta? Genial, esa es la idea, el punto de partida. Estamos descolocados. ¿Qué diablos está pasando?

Juego y transgresión

Entre premio y premio todo se irá desvelando. Cuatro miradas sobre el teatro siempre bienhumoradas, ocurrentes, amables aunque no exentas de cierta picardía, escenificadas con regocijo y que tienen en el juego, la sorpresa y la transgresión de espacios -y hasta cierto punto también de tiempos- algunos de sus elementos comunes. Los actores se manejan como una suerte de colectivo coral en el que todos pueden hacer todo y donde el recuerdo a La Cubana puede aceptarse como válido, al menos a modo de referencia. Don Juan Tenorio anda tan perdido el buen hombre que ya no sabe ni a quién seducir o si marcharse a casa y cambiar de oficio. Será finalmente a la audiencia, cada vez con rostro más sonriente, a quien acabe por cautivar.

El apartado dedicado a la comedia dell arte ejercerá como punto de inflexión para que el resto de la representación devenga fluido, con un alto grado ya de conexión entre escena y auditorio. Hay amores que matan y aquí palma hasta el apuntador. Todos aman al Caballero de La Verdad, pero él (ella, en realidad) solo ama a quien a la sazón le dará guadaña. Vaya por Dios. Si el amor ha sido siempre complicado, imagínense en los remotos tiempos de las neblinas venecianas. Sin duda Dario Fo tuvo una buena fuente de inspiración. El gore también.

Tennessee y Federico

Para el naturalismo de Tennessee Williams y su Un tranvía llamado deseo, nada mejor que hacerlo «exactamente igual», como advirtió el jefe de la compañía. Y tanto: se retiraron de escena y proyectaron la película de Elia Kazan (¡!). Pero cuando empezamos a pensar que tenían más rostro que un artista conceptual contemporáneo, reaparecen y ahora sí, la interpretan con exactitud sobre las imágenes de fondo. Buen punto a favor. Como lo fue, todavía aumentado, el cierre con La casa de Bernarda Alba. ¿Acabar una una fiesta de celebración de modo trágico? ¿Seguro que es una buena idea? Pues mucho más, fue pura audacia. Ahí es nada tomar la mayor tragedia del teatro español y, todos vestidos de negro, transformarla en un divertidísimo musical de comedia. Dubi dubi da. Ahí fue cuando busqué al director Luisma Soriano y le pedí que me firmase en el pecho. Aplausos, vítores y una velada para el recuerdo.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios