Comer carne de tu carne
No se pierdan 'La sociedad de la nieve', lo último de José Antonio Bayona, porque se sale de verla, además de con el corazón en ... un puño, con el convencimiento de que hay algunas cosas verdaderamente importantes en la vida, y sin duda una de ellas es la amistad, y otra la solidaridad. Lo de ser valientes habrá que ir comprobándolo caso por caso, teniendo claro que tan humano es serlo como lo contrario; y lo de tener fe en Dios también habrá que ponerlo en el apartado de la libre elección, la bendición o el don.
Creo que nos sabemos todos más o menos la historia, que es aterradora, como también es una demostración de la capacidad de supervivencia de los seres humanos en condiciones tan extremas que, así es, el único modo de seguir adelante pasaba por comerse los cuerpos sin vida de sus compañeros, de sus amigos, de aquellos a quienes querían, con quienes habían sido felices, a quienes les habían contado sus secretos, aquellos que se sabían sus historias de amor como ellos mismos y con cuyos cuerpos desnudos habían compartido el agotamiento y el júbilo en los vestuarios exultantes de cánticos tras los éxitos deportivos.
Corría 1972, el mismo año en el que el presidente Richard Nixon ordenó el bloqueo y minado de los puertos de Vietnam del Norte; qué manía con seguir alimentando guerras. El vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, fletado con el cometido de trasladar a un equipo de rugby a Chile, se estrelló en un glaciar en pleno corazón olvidado de los Andes. En principo, sólo 29 de sus 45 pasajeros salieron con vida del accidente, la mayoría de unos y otros todavía disfrutando hasta entonces de la veintena. A partir de ese horror, se fueron sumando otros infiernos que parecían abocados a no tener más fin que no dejar superviviente alguno que pudiera contar lo allí ocurrido, en la montaña.
Atrapados en uno de los lugares más y hostiles e inaccesibles de la Tierra, y dado ya por imposible que pudieran ser rescatados por sus semejantes, un grupo de jóvenes, amigos y compañeros de equipo, protagonizaron un capítulo de nuestra historia contemporánea que en nada tiene que envidiar a las grandes hazañas vividas por los héroes homéricos.
Esta historia real, emotiva y salvaje, narrada por Bayona con un gusto exquisito hasta en los momentos más pavorosos, llega al espectador perfectamente aderezado el drama con una delicadeza que también interroga, y desarma. El trato que se dispensan entre ellos, el cuidado que emprenden cada uno para con el resto, no sólo es de una eficacia que logró que algunos sigan hoy entre nosotros, sino que recordará para siempre lo mejor que somos capaces de ofrecer como especie: esa unión de fuerzas contra cualquier abismo imprevisible, la ternura, la suma de talento y piedad, la risa, el no darse por vencidos, la memoria impagable de los seres queridos, el honrar a los padres, el salir todos a una de los atolladeros, el no perdamos de vista al que es más débil.
Hemos sabido ahora que los primates tienen amistades que duran toda una vida, incluso entre aquellos que no son parientes; y seguimos viendo también cómo los hombres somos capaces de asesinar a los de nuestra propia especie, sin importarnos el sexo o la edad de los caídos, para qué perder el tiempo en detalles secundarios.
El vuelo acabó en tragedia, y esta se multiplicó, pese a los rezos de quienes se refugiaron en Dios, como los peces y los panes del milagro. Todo tenía pulso de apocalipsis y parecía indicar que no conocerían más cementerio que el de ese corazón blanquísimo de los Andes, en nada parecido al que Paul Valéry describió en sus hermosos versos suspendido y bellísimo entre la tierra y el mar. Demasiados sueños rotos quedaron ya flotando en mitad del inofensivo cielo que, de pronto, se convirtió en un incontrolable y voraz campo de batalla entre nubes y extensiones de hielo. Qué tragedia tan extraña, destinada a unos jóvenes con toda la existencia por delante, y que concluyó con cadáveres congelados como si fuesen piezas de cristal en espera de que el deshielo las convirtiera de nuevo en carne.
«Te amo»
Qué desconsuelo morir así: en el vacío. Morir así: sin poder, al menos, dejar escritas unas últimas palabras para los tuyos, como sí pudo hacer, sumergido a bordo del submarino 'Kursk' en las oscuras e imprecisas profundidades del Mar de Barents en las que encontró la muerte, el oficial Dimitri Kolesnikov, de 27 años de edad, quien tras dejar narrado el horror que se había apoderado de 118 marinos, le dedicó estas palabras a su esposa: «Y cuando llegue el momento de morir, aunque aparto ese pensamiento, pido tener tiempo para susurrar sólo una cosa: querida mía, te amo». Tenía 27 años, más que la mayoría de los muertos y los supervivientes del vuelo 571.
Qué curioso: de alguna manera, todos volvieron de aquel lugar jamás hasta entonces pisado por el hombre, aunque lo hicieron formando parte de los cuerpos que habían sido alimentados con su carne, permitiendo así que otras nuevas vidas engendradas les pudieran suceder por los siglos de los siglos.
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