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Una panorámica de Larung Gar. A la derecha, asistentes a un 'funeral del cielo' se protegen del olor, con buitres sobre sus cabezas, y monjes en el cuarto encuentro anual de oración.
La colmena del budismo tibetano

La colmena del budismo tibetano

La academia de Larung Gar, a 4.000 metros de altitud, fue creada por un puñado de estudiantes. Hoy, la concentración de miles de monjes preocupa al Gobierno chino

CARLOS BENITO

Martes, 24 de noviembre 2015, 10:54

Larung Gar está apartado de todo, en un valle remoto de la provincia china de Sichuán. El pueblito más cercano queda a quince kilómetros; la ciudad de referencia, Chengdú, está a doce horas en coche. Pero el maestro Jigme Phuntsok, hijo de una familia de nómadas, tenía buenas razones para fundar su academia allá arriba, a 4.000 metros de altitud, tan cerca de las nubes y tan lejos de la gente: según la tradición, aquellas montañas eran el lugar donde varios hombres santos habían alcanzado el 'cuerpo arcoíris', la disolución de su materia en pura luz, un nivel de conocimiento pleno que solo deja atrás restos despreciables como el pelo y las uñas.

Hoy, Larung Gar es una apretada colmena que trepa por las laderas, con un laberinto de calles estrechas en el que se afanan miles de monjes y monjas. Pero en 1980, cuando Jigme Phuntsok se asentó allí con su treintena de discípulos, el valle era un entorno de espléndida soledad, sobrecogedor en sus dimensiones y su desnudez. La intención del sabio lama era revitalizar con su centro de estudios la práctica del budismo tibetano, tan dañada por el impacto de la Revolución Cultural: el propio Jigme Phuntsok se había visto obligado a retomar el nomadismo de sus padres para dar esquinazo a la apisonadora ideológica del Gobierno chino.

El éxito del nuevo instituto fue mucho más allá de lo imaginable. Miles de personas ávidas de espiritualidad y conocimiento acudieron a este punto que ni siquiera aparecía en los mapas, donde la temperatura invernal alcanza los treinta grados bajo cero, y se fueron estableciendo en torno a la 'gompa' principal, ese edificio de apariencia fortificada que combina las funciones de universidad y monasterio. Las casitas rojas de madera se multiplicaron, todas similares, como si estuviesen vestidas también con el hábito de sus propietarios. Larung Gar se convirtió en una ciudad de monjes: no existe un censo fiable de población y las estimaciones oscilan entre 10.000 y 40.000 personas. La belleza antigua de las callejuelas, con sus yaks y sus sahumerios de enebro, se combina con detalles contemporáneos como los discretos altavoces por los que brota el murmullo de los mantras.

Cadáveres para los buitres

En la academia se enseña la doctrina budista, tanto en tibetano como en chino, pero también materias como lengua inglesa o informática. Cuatro veces al año, Larung Gar acoge grandes encuentros de oración: el último de cada ciclo reúne durante ocho días a una muchedumbre de fieles y monjes, que se entregan a largas sesiones de cánticos. A un kilómetro de la academia se ha construido el llamado Templo de la Muerte, el recinto en el que se celebra uno de los ritos más espeluznantes del planeta: son los 'funerales del cielo', la ceremonia en la que se descuartizan los cuerpos de los difuntos para ofrecérselos a los buitres. Una vez que ha transmigrado el alma, los cadáveres son solo carcasas, y los budistas aspiran a aprovecharlos de la manera más generosa posible, mientras los turistas chinos compiten por obtener las mejores fotos.

Cada cierto tiempo, las autoridades emprenden una campaña para reducir el tamaño de la academia, disgustadas ante las dimensiones que ha alcanzado lo que nació como un minúsculo núcleo de cultura tibetana. Ya en 1999, cuando había 8.800 monjes, Jigme Phuntsok fue presionado para que redujese la población a la sexta parte, aunque se negó a acatar la orden. En 2001, la Policía y el Ejército evacuaron por la fuerza a miles de monjes y derribaron un millar de casas, además de trazar con excavadoras un perímetro que limita la zona donde está permitido construir. Y este mismo verano, once años después de la muerte del fundador, la academia ha recibido la instrucción de restringir las admisiones de alumnos: desde su valle perdido, esta pintoresca colmena del budismo tibetano sigue incomodando al gigante chino.

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