Uno, que es un romántico, cree firmemente que tras doce años organizando un congreso gastronómico con más de trescientas ponencias vividas en más de una ... década, el centenar de talleres, catas y demás historias, alguna de las más de veinte mil personas que pasan por Región de Murcia Gastronómica cada año por el anexo del auditorio Víctor Villegas se lleva una receta, una marca de vinos, un par de restaurantes que visitar el próximo fin de semana o, por qué no, el amor de su vida. Uno lo cree con firmeza, aunque el único elemento de credibilidad para hacer tales afirmaciones sea la mera estadística.
Pero la parte que realmente me hace ilusión no es las relaciones que han podido surgir de la feria, los chavales que han aprendido a hacer macarrones en el Minigourmet, o las máquinas de última generación que presenta Panasa año tras año. Para mí, la yema de todo esto es la relación que conseguimos entre profesionales del sector. Que surjan cuatro manos entre dos restaurantes murcianos, que un local amplíe su carta de vinos o que un voluntario de la escuela que pasa aquí cuatro de los días más intensos de su corta vida profesional aprenda la dureza del sector.
De las primeras ediciones salieron proyectos preciosos entre sumilleres, platos creativos adaptados a cartas murcianas y reuniones clandestinas de cocineros que entendieron que unidos llegamos más lejos que cada cual por su cuenta.
De esta guisa, ayer confluyeron los astros, se alinearon los planetas y, de forma totalmente espontánea, en una mesa de la calle de las tapas comenzaron a hablar Sergio de la Orden y Jesús Espinosa para hacer un pastel de pescado con el típico hojaldre del pastel de carne, pero con la grasa de una morena y la carne de la carrillera del atún. Un proyecto tan ilusionante, tan esperanzador y tan delicioso, que hace que un año más, todo esto haya merecido la pena.
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