Empoderamiento a fuego lento
Cocineras y jefas de sala referentes en la Región recuerdan sus inicios en la profesión y algunos obstáculos que sortearon por ser también madres y jóvenes en un mundo copado tradicionalmente por hombres
Aquella novela de Carmen Rico-Godoy que Ana Belén llevó al cine en 1991 se llamaba 'Cómo ser mujer y no morir en el intento'. ... Pero es que cómo ser mujer, cocinera, propietaria de un negocio, madre de dos hijas, joven, y no morir varias veces al día en el intento. O cómo ser mujer y renunciar plenamente y durante muchos años a la ilusión de ser madre para sacar adelante un restaurante, porque a ver quién se pone a cocinar y conciliar y volver a cocinar, y no morir en el intento. Son muchos los libros que podrían escribir perfectamente cualquiera de las referentes de la gastronomía regional que han abierto puertas y han derribado muros en un sector tradicionalmente copado por hombres, varias de ellas reunidas por LA VERDAD para este reportaje. María Gómez (Magoga, 1 estrella Michelin); Cundi Sánchez (El Albero, 1 Sol Repsol); las hermanas Irene y Eva López (De Loreto, 1 Sol Repsol), María Egea (Frases, 1 Repsol) y Estrella Carrillo (Restaurante Santa Ana) son solo algunas de las mujeres que ahora tienen la sartén por el mango en alguno de los restaurantes de mayor prestigio en la Región. No sin antes sortear pocas dificultades, algunas de ellas asociadas al simple de hecho de ser mujer: «Somos nosotras las que seguimos renunciando al trabajo para cuidar de la familia, y eso aún no ha cambiado», coinciden. «Todavía queda mucho camino por recorrer».
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Precursora
Cuando Estrella Carrillo (Murcia, 1975) entró en la Asociación de Jefes de Cocina de la Región de Murcia (Jecomur), hace ya varios lustros, «sólo había dos mujeres» entre los miembros del colectivo. Ahora, Estrella Carrillo es ahora la vicepresenta y el número de jefas de cocina en la asociación se aproxima a la veintena. «Al principio fue muy complicado», resume. Propietaria y chef del restaurante Santa Ana, ella empezó de manera «involuntaria» en este negocio familiar. Había decidido estudiar Administración y Dirección de Empresas pero se sentía en el «compromiso de ayudar» porque su madre «ya no tenía la fortaleza para llevarlo todo para adelante». De hecho, al poco tiempo de que Estrella se implicara en el restaurante, su madre cayó enferma y, poco después, salió definitivamente de las cocinas. «A los 18 años ya me quedé sola con un negocio familiar relativamente grande. Y no estaba formada ni preparada para ello».
El primer jefe de Estrella Carrillo solo se acercaba a ella para preguntar por la marca de su perfume
La formación llegó después, a matacaballo y «teniendo que demostrar el doble que mis compañeros». No se le olvidará nunca aquel restaurante de la Región al que llegó «con toda la ilusión del mundo para aprender» en una cocina «donde solo había hombres». Y no salió durante semanas del 'plounge'. Es decir, del fregadero. «El jefe de cocina solo se acercaba a mí para preguntarme por la marca de mi perfume». Reconoce Carrillo que se ha topado desde los inicios de su carrera «con mucho machismo y mil adversidades ante las que he tenido que ser fuerte, y que quizá hayan hecho que sea lo que soy ahora». Es decir, una de las empresarias de restauración más importantes y respetadas de la Región. Una hostelera que se ha tenido que «reinventar, que no tiene miedo a nada y a la que no le vale el síndrome del impostor». Y que tiene en el restaurante más empleadas que empleados porque «tengo más afinidad con ellas». Porque «yo he sufrido el no poder conciliar; que mis hijas se pongan enfermas y no poder salir corriendo al colegio a por ellas... He renunciado muchas veces a ver a mis hijas en las actuaciones del colegio. He sido madre y no he podido cumplir mi maternidad al 100%», admite. Porque ella es «feliz» trabajando para que otros se lo pasen bien, pero deja claro que «la renuncia a la familia es importante».
Cuando nacieron sus hijas, y se las tenía que llevar al restaurante los primeros meses, Estrella Carrillo se ponía a rezar para que las niñas no se despertaran durante el servicio. «Porque los bebés, cuando se despiertan, lloran a bocajarro, porque quieren comer». Sus dos hijas, Estrella y Paloma, ayudan ahora a su madre en el restaurante como su madre ayudó a la abuela. La historia se repite. Aunque «es la mujer la que más acaba renunciando al trabajo para cuidar a la familia», sentencia. «¿Por qué no hay más mujeres con estrellas Michelin? ¿Por qué no hay más mujeres en la cima?», se pregunta. «¿Porque no hay talento? No. Porque no queremos renunciar a perdernos todos esos momentos. Porque nuestros hijos es lo máximo».
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«Cumpliendo sueños»
Que se lo digan a toda una estrella Michelin de la Región que, además, está esperando su segundo hijo. «Daremos a luz a mediados de junio a la niña que viene», sonríe María Gómez (Fuente Álamo, 1987), chef y propietaria de Magoga, en Cartagena. «Tenemos un niño de cuatro años, y ahora viene una niña», explica ilusionada. Deja claro que «trabajar en la primera división de la cocina requiere muchos esfuerzos, tanto para un hombre como para una mujer». Evidentemente, «la que da a luz y da el pecho es la mujer pero, cuando pasa esa fase, las cosas se reparten un poco más». Porque su marido, Adrián de Marcos, «es el 50% de Magoga y nos complementamos perfectamente». Eso sí, el fin de semana, cuando hay más jaleo, «nos echan una mano mis padres. Gracias a ellos podemos hacer también lo que nos gusta y que no se note tanto esa responsabilidad». Benditas abuelas. María Gómez deja claro que el restaurante es también «su forma de vida», pero también aboga por «echar las horas justas y necesarias» en el trabajo.
María Egea y Cundi Sánchez decidieron 'aplazar' la maternidad para volcarse en sus respectivos negocios
Uno de los lemas de Magoga, 'Abraza el equilibrio', también está presente en el día a día de María Gómez, y también a raíz del nacimiento de su segundo 'hijo' gastronómico: Mi Mare. «Parece que es todo muy fácil, pero lleva mucho esfuerzo y trabajar muy duro». Y con un equilibrio que viene, la mayoría de las veces, renunciando a «salir con los amigos o viajes de fin de semana». Aunque todo ello merece la pena si al final, como resume la chef, «estamos cumpliendo nuestros sueños».
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Reconoce que nunca ha vivido «machismo» en la profesión y que su empresa «trata a todos los trabajadores por igual, sean hombres o mujeres, respetando a las personas». También a los jóvenes. Porque María Gómez aún recuerda cuando ella y su marido abrieron el restaurante, con 24 años, y les tocaba negociar con proveedores: «Nos decían si podían venir nuestros jefes». Eran aquellos tiempos en los que Magoga luchaba por salir a flote «sirviendo desayunos por la mañana, pinchos de tortilla a mediodía y copas por la noche, los siete días de la semana». Algo que se antoja del todo impensable ahora que viene la niña de camino.
La lucha por la conciliación familiar es algo que se le escapa de momento a María Egea (Cartagena, 1994), que abrió el restaurante Frases junto a su marido, Marco Antonio Iniesta, en 2018. Y no tienen hijos. «En nuestro caso es mucho más fácil porque estamos dedicados en cuerpo y alma a nuestro negocio. Y tampoco nos planteamos nada de eso porque nos hemos propuesto cumplir objetivos laborales. Somos jóvenes», recuerda la jefa de sala del establecimiento. El esfuerzo ha dado ya sus frutos con la obtención de su primer Sol Repsol en la última gala celebrada la semana pasada en Alicante.
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María Gómez, que está esperando su segundo hijo, aboga por «echar las horas necesarias y justas» en el trabajo
María Egea no se ha visto discriminada en su profesión «por el hecho de ser mujer», y percibe más desigualdad «entre la profesión del cocinero y del jefe de sala y los camareros, que están mucho menos reconocidos». Y, como le pudo pasar a su tocaya de Magoga, se encontró más obstáculos «por ser joven». Con todo, reconoce que le gustaría que «hubiera más presencia de la mujer» en las cocinas de la alta restauración, «donde parece que se respeta más a los hombres». Y eso, apunta, que «son las mujeres las que han cocinado siempre en casa». También apuesta por una «mayor igualdad» a la hora de renunciar al trabajo para poder cuidar de la familia. «Que la mujer tenga derecho a decidir y no tener que dejar siempre el trabajo para tener que quedarse en casa. Queda mucho por avanzar, tanto como sociedad como a nivel individual, porque es cada persona la que tiene que tomar sus propias decisiones».
Anteponer el trabajo
Cundi Sánchez (Ceutí, 1981) se lió «la manta a la cabeza» hace casi un cuarto de siglo junto a Tomás Écija para alumbrar un 'retoño' del que sentirse orgulloso como El Albero, que también cuenta con un Sol Repsol. También tienen otra criatura entre manos como La Maíta, en Molina de Segura, y el proyecto El Catarrás, basado en la recuperación de la gallina murciana y los deliciosos embutidos tradicionales asociados a la raza que ha rescatado esta pareja de chefs murcianos. Lo de tener hijos, de momento, sigue aparcado. «Antepusimos el trabajo a los críos. Nos metimos muy jóvenes en este negocio, y nos hemos dejado la vida por el negocio». Al menos, ya han terminado de pagar la hipoteca.
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Cundi Sánchez empezó a trabajar bien joven como camarera en un polígono industrial, «con lo que eso conlleva», resume. Aunque tampoco ha sentido nunca «discriminación» por el hecho de ser mujer. También reconoce que «antes no había casi mujeres en la hostelería», porque «es muy difícil llevar una vida familiar a la vez que este trabajo». La cocinera también tiene claro que, «al final, los críos son para las mujeres, al menos en los primeros años. Y eso, a jornada completa, es muy difícil de compaginar. La guardería no funciona los fines de semana, y en esta profesión tampoco se puede teletrabajar», ironiza.
Irene y Eva López lamentan el «paternalismo» con el que se han topado en De Loreto
Más allá de todo ello, a Cundi Sánchez también le gustaría que hubiera «mayor igualdad» entre hombres y mujeres a la hora de asumir los cuidados de la familia, «aunque esto es algo que tiene que partir de la propia educación que inculcan las madres», zanja.
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Los hijos en el restaurante
Juana, la madre de Irene y Eva López inculcó en sus hijas sólidos pilares y mucho pegamento para el nacimiento del restaurante De Loreto, en Jumilla, que también cuenta con un Sol Repsol y que ya se ha convertido en un referente gastronómico de primer orden en la comarca del Altiplano. Un restaurante que empezó a tomar forma en aquellos folios en blanco que llenaban de sueños las dos hermanas. Irene, la mayor, es la jefa de cocina, y Eva es jefa de sala y sumiller. Cuando Irene volvía de la universidad, los fines de semana, dejaba atrás la Ingeniería Química y se proyectaba junto a su hermana pequeña en un futuro gastronómico que hoy se ha convertido en realidad. Un proyecto que nació «de la ilusión de poder trabajar juntas», y contando con «la mediación» de la madre por si «surgía algún conflicto» entre ellas. Pero un proyecto «hecho por nosotras y para nosotras», resumen.
Y eso que los primeros pinitos de Irene López en la cocina fueron «en el piso de estudiantes en Murcia», y su primer puesto de trabajo fue como «directora de Calidad en una empresa del sector del metal». En la carta del restaurante aún permanecen las mejores creaciones de sus abuelas: el arroz y pichón y la tarta de bizcocho. Pero fue compartiendo piso donde aprendió a «aprovechar hasta la última media cebolla que quedaba en la nevera, a no tirar nada». Eso sí, también reconoce que solía ganarse más el aplauso de sus amigas «con comida basura que con lentejas, que no siempre se recibían bien un jueves por la noche», sonría.
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Sonríen menos Irene y Eva López cuando repasan los obstáculos que han tenido que superar por la simple condición de ser mujer. «Antes me resignaba más. Ahora no me callo, y tampoco creo que la sociedad lo vea con los mismos ojos», explica Irene. Sobre todo, lamentan el «paternalismo» que se encontraron en los primeros pasos del restaurante. «Como si fuéramos unas niñas», explica la jefa de sala. También considera Irene López «maravilloso» que las nuevas generaciones vean este tipo de experiencias negativas pasadas como algo de «ciencia ficción», aunque tiene claro que «aún queda mucho camino por recorrer».
Sobre todo en el ámbito de la conciliación. Irene es madre de dos hijos a los que «siempre se les podrá ver por el restaurante». Algo que ha pasado en locales reiteradamente premiados como Echaurren o el mismísimo Celler de Can Roca, que son «ejemplos de conciliación». Ya es suficientemente duro compaginar la labor de jefa de cocina y de madre, explica Irene López, «como para que alguien se me ponga tiquismiquis con el hecho de que mis hijos, que son educadísimos, están en el restaurante». Es «sorprendente», según la chef, «que a una mujer que se lleva sus hijos al trabajo se la pueda calificar de poco profesional». La Guía Repsol no lo ve de la misma manera. Eso es, añade, una muestra más de «lo mucho que queda por avanzar». Aunque también es cierto, admite, «que los cambios que perduran son los cambios que se hacen lentamente». A fuego lento.
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