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Parte de la actual plantilla de El Garrampón. Andrés Molina / AGM
GARUM | Reportaje

La mítica taberna El Garrampón de Murcia cumple 120 años: «Antes entraba la gente a caballo»

Fiel al mismo estilo que implantó su bisabuelo materno en 1905, Alejandro Hernández asegura que la supervivencia del local está «garantizada»: a su hija le encanta la salchicha seca de Torre Pacheco

Jueves, 23 de octubre 2025

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No había venido a este mundo Alejandro Hernández cuando El Garrampón ya figuraba en el libro 'Tabernas de Murcia en 1970'. En aquellas páginas, editadas con motivo de la Feria Internacional de la Conserva y la Alimentación (FICA), el periodista de esta casa José García Martínez y el pintor Muñoz Barberán repasaban las tascas que sobrevivían a la invasión de nuevas modalidades de hostelería que se imponían en la ciudad. Por aquel entonces, El Garrampón ya contaba con 65 años de vida, que no eran pocos. No se habría apostado más de un vino de Jumilla nuestro García Martínez a que, más de medio siglo después, esa taberna seguiría vivita y coleando en el mismo emplazamiento que entonces y, además, sirviendo algunos de los mismos productos de antaño.

Estamos ya en 2025 y la taberna El Garrampón, fundada en 1905, celebra 120 años de vida. Ha leído usted bien, con sus meses y sus días. Que se sepa, nadie ha comentado que esos 120 años es una décima parte de los 1.200 años de historia de la ciudad de Murcia, que tanto se están predicando desde enero. Este aniversario es una auténtica proeza para un establecimiento de la vieja escuela que sigue sobreviviendo a los avatares del tiempo y de las modernidades, crisis tras crisis. Un simple bar de barrio en el centro de Murcia que ha visto pasar dos guerras mundiales, la Guerra Civil Española, la dictadura de Franco íntegra y después la Transición y el golpe de Estado, además de tres reyes de España (Alfonso XIII incluido), los siete presidentes de la democracia y más de 20 presidentes de Estados Unidos -magnicidio de JFK incluido-, junto a los últimos once Papas de la Iglesia Católica.

El mundo sigue girando y El Garrampón se mantiene incólume. Y sin cocina, pero con «un tostador» que en los últimos tiempos ha dado mucho juego en la elaboración de unas tapas que han permitido evolucionar una carta que ahora va más allá de vinos y mistelas, que era lo único que se servía hace un siglo. Desde entonces y hasta ahora, la taberna siempre se ha manteniendo fiel a un estilo propio que le ha convertido en un referente del tapeo en la Región de Murcia. No habrá caballitos, pero sí marineras. Y matrimonios. Y una salchicha seca que El Garrampón sigue comprando en Torre Pacheco, como antaño. El vino de Jumilla también sigue siendo el de Viña Elena. «Antes nos lo traían en camiones», recuerda.

Alejandro Hernández con su hija Alejandra A. MolinA / AGM

En estos tiempos se llevan mucho los platos de embutido, además de un amplio surtido de tostas (morcilla, sobrasada, la maravillosa 'picantona'...) que permiten llenar la andorga como mandan los cánones de la abundancia actual. «La primera tapa que se sirvió aquí fue de mojama, de aquella mojama enorme que había que rascar para quitar el moho», recuerda Alejandro Hernández, que a sus 46 años es el orgulloso capitán de este barco cuyo timón han manejado ya cuatro generaciones, empezando por su bisabuelo materno, José Abellán, y siguiendo por su padre, José Luis Hernández: el que metió aquella primera mojama. «Antes entraba la gente a caballo por esta misma puerta», recuerda este hostelero de raza recién estrenado en la paternidad. «A mi hija de 15 meses ya le pongo la salchica seca en la boca y le encanta, es mucho mejor que el chupete», sonríe.

Dibujo de Muñoz Barberán de la puerta de la taberna en 1970.

Nada que ver con aquel 'menú' que recomendaba García Martínez en aquel libro editado hace más de medio siglo: «El vino está fresco en el tonel y apetece tomarlo en plan desayuno. Un vino y un 'celtas' y se pone uno hecho una bestia». Eso era, claro, cuando El Garrampón abría por las mañanas y bajaba la persiana por la tarde. Algo que ha cambiado con el paso de las décadas, pues ahora la taberna solo abre cuando el sol ya se ha puesto porque el negocio da para lo que da, explica Alejandro Hernández. Eso ha hecho -continúa- que a muchos de los clientes habituales de la tasca «les hayamos perdido la pista en los últimos años». Asegura también Hernández que nunca ha tenido la tentación esta familia de cambiar el concepto de El Garrampón para adaptarse con más fuerza a los retos presentes y futuros. Tampoco ha llegado nunca una oferta por el establecimiento que cubra de billetes a los Hernández, «aunque siempre estamos dispuestos a escuchar», ríe el 'capitán'. Menos risas producen algunas reseñas en internet «de gente que no comprende dónde estamos ni qué somos», lamenta. Eso sí, la supervivencia de El Garrampón está «garantizada» otra generación más. Solo hay que ver la querencia de la pequeña Alejandra por la salchicha seca.

Así son los auténticos 'garramponeros', tal y como definía hace 55 años el genial García Martínez: «Amables sin pasarse, austeros hasta cierto punto, serviciales para lo que haga falta». Y longevos, habría que decir. Muy longevos. A por otros 120 años. Y otro vino, por favor.

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