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Manuel Martínez Meroño, en la puerta de sus bodegas. Antonio Gil / AGM
Garum | Reportaje

Cartagena se queda sin sus bodegas de referencia

El vino del Campo de Cartagena está huérfano por el cierre de Bodegas Serrano, en Pozo Estrecho. Hasta su jubilación, Manuel Martínez Meroño mantuvo la tradición vitivinícola familiar, la custodia de la uva merseguera y una peculiar visión de la enología

Jueves, 25 de enero 2024, 01:09

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Si en las estanterías de su tienda habitual de vinos aún encuentra alguna botellita del semidulce Viña Galtea o de Darimus, ese tinto dulce de syrah coquetamente envasado, llévelo a casa, sin dudar. Está ante una oportunidad única, es su día de suerte. Porque esos caldos, herencia de una antiquísima tradición, surgidos del corazón del Campo de Cartagena para conquistar curiosos paladares, ya son historia. Bodegas Serrano, de Pozo Estrecho, baja la persiana este mes de enero tras ochenta años suministrando vinos, primero a granel y luego embotellados. Manuel Martínez Meroño, su propietario y uno de los últimos bodegueros profesionales de la comarca, se jubila sin relevo y con la conciencia tranquila: «Es una lástima, pero no me pesa nada. Yo lo que he hecho es alargar treinta años una tradición de fenicios y romanos en esta tierra».

El Viña Galtea y el Darimus fueron los buques insignia de una bodega experimental en la que Manuel Martínez Meroño dio rienda suelta a sus inquietudes enológicas y su amor por la agricultura y la tradición. Formado como ingeniero técnico de minas en la actual Universidad Politécnica de Cartagena, a mediados de los años noventa tomó el mando de los viñedos familiares y del negocio de producción de vinos a granel que en 1940 puso en marcha su abuelo, Manuel Martínez Saura, en el paraje de La Cabaña de Pozo Estrecho, al pie de la autovía A-30. A base de la característica uva merseguera, que tan bien cuaja en los suelos del campo cartagenero, Bodegas Serrano producía el característico vino dorado del terreno para decenas de clientes, veteranos en su mayoría, que lo compraban por arrobas para chatear en casa y tomar en las comidas. Hasta que Manuel, el nieto, decidió que era el momento de abrir caminos ignotos hasta ese momento para los pequeños viticultores de la comarca en busca de productos más atractivos y una clientela más joven que asegurara el futuro del negocio. Y eso pasaba por plantar nuevas variedades de uva, cambiar los ancestrales métodos de cultivo, tecnificar la bodega y embotellar con criterio la mayor parte de la producción.

Diversidad varietal

Así fue como Martínez Meroño comenzó a dar espacio en sus doce hectáreas de terreno, donde hasta entonces mandaba la merseguera, a variedades nunca vistas en la zona. Trataba de comprobar si éstas se adaptaban a las condiciones climáticas y de los suelos para luego hacer con ellas caldos distintos. Entre las uvas blancas apostó sin dudar por la malvasía y la moscatel para elaborar semisecos y dulces. También por la sauvignon blanc y por la chardonnay, con la que produjo un espumoso de enorme demanda durante varios años. Incluso introdujo la viognier, que los expertos consideran una uva rara pero en la que Manuel Martínez veía unas características aromáticas y estructurales mucho más atractivas que las de la merseguera.

Vendimia de uva blanca en las tierras que la familia Martínez Meroño cultivaba en el paraje de La Cabaña, en el año 2009. Pablo Sánchez / AGM

En su diversidad varietal, en el campo de las uvas tintas, también trabajó con monastrell, shyrab, merlot, petit verdot y tempranillo, tratando de constatar su adaptación a un escenario ambiental tremendamente húmedo, donde predominan los vientos de levante y el agua que no deja la lluvia la aporta el Trasvase Tajo-Segura.

El dulce Viña Galtea marcó en 1994 un cambio de tendencia en la elaboración de vinos en la comarca cartagenera

Todas aquellas cepas arden como leña este invierno. Ya no hay rastro de ellas sobre un terreno recién destripado por el tractor. El año pasado comenzó a arrancar las viñas, consciente de que su negocio daba las últimas bocanadas y sin relevo generacional. Su hija, Clara Martínez Inglés, es bioquímica y enóloga. Pero trabaja en la prestigiosa bodega vallisoletana Dominio de Pingus sin las ataduras ni la burocracia ni los riesgos que hasta hace unos pocos días padecía como pequeño empresario su padre. Ahora, las doce hectáreas familiares son terrenos ganados por la agricultura de temporada, la predominante en una comarca que siempre fue secano mediterráneo hasta la llegada del agua del Trasvase.

«Vivimos años difíciles para el vino. Veo que la cultura del consumidor se ha quedado en las tres erres: Rioja, Ribera [del Duero] y Rueda. De ahí no lo saques. Además, cada vez se consume menos y hay dificultad para encontrar en bares de nuestra zona incluso un vino de Jumilla. Del Campo de Cartagena, ni te cuento», lamenta Manuel Martínez Meroño con cierta pesadumbre. Tampoco se muestra contento, en general y salvo excepciones, con la contribución de los hosteleros a la cultura de los vinos diferentes. Critica su apuesta por mostaganes de grandes casas, amplias ganancias y dudosa calidad. «No debería ser que el vino sea lo que más margen de ganancia deja en una comida», opina.

Últimas botellas del espumoso Galtea. Antonio Gil / AGM

No corren los mejores tiempos para el sector. Las estadísticas nacionales muestran que ocho de cada diez españoles prefieren la cerveza al vino a la hora de acompañar el aperitivo o una comida. Y que el consumo de esta segunda bebida va en descenso en los últimos años: en 2022 fueron 7,3 litros per capita, dos menos que diez años antes, pese a que ha habido en el último ejercicio un aumento de la producción, según datos recopilados por distintos observatorios.

El éxito de Viña Galtea

La crisis del coronavirus puso el epílogo a la historia de Bodegas Serrano, que vivió momentos de esplendor en el cambio de siglo gracias a sus vinos dulces. Raro era el restaurante de la Región que no maridaba sus platos de foie o sus postres con el Viña Galtea, que alcanzó fama en el sector. Dicho vino marcó en 1994 el devenir de la bodega, pues fue una clara apuesta por la calidad en un segmento poco conocido y pionero en la indicación geográfica protegida Campo de Cartagena. Para ello, entre los años 1994 y 2000, Manuel Martínez se puso en manos del enólogo Antonio Pérez, tecnificó su sencilla bodega familiar y trajo de Francia el primer filtro tangencial que hubo en la Región para dar mayor limpidez y depurar levaduras de los caldos en la búsqueda de una graduación adecuada y un sabor equilibrado.

Martínez Meroño introdujo variedades de uvas extrañas hasta entonces en el terreno para elaborar incluso espumosos

Variedad de vinos producidos por Bodegas Serrano. P. Sánchez / AGM

De 2000 a 2010 fueron tiempos apoteósicos. De Bodegas Serrano salían hasta 40.000 botellas anuales de distintos tipos de caldos elaborados con diferentes variedades de uvas perfectamente adaptadas al clima y al terreno del Campo de Cartagena gracias a los avances agronómicos incorporados por Manuel, como el cultivo en espaldera y los cambios en los ciclos tradicionales de riegos y poda de las plantas. Con distribuidores estratégicamente desplegados por la Región y en algunas ciudades españolas, la demanda también era alta para regalos de empresa y cestas navideñas. Hasta tal punto que entre los meses de noviembre y diciembre vendía una quinta parte de toda la producción anual. Por aquellos años elaboró de manera artesana el Galtea, un brut nature de chardonnay y madera elogiado y muy demandado en aquellos meses que los consumidores de espumosos y cavas daban la espalda a los productos catalanes. «No había en todo el mercado un solo espumoso que se pareciera a ese», recuerda su autor.

Los que quedan

Con el cierre de Bodegas Serrano, el vino del Campo de Cartagena pierde su 'madre'. En Pozo Estrecho, la diputación que en 1984 acogió la fiesta de la exaltación del vino del Campo de Cartagena con la participación de una veintena de productores, se queda como único legatario La Cerca. Se trata de una pequeña bodega heredera igualmente de una tradición centenaria en la que Domingo Alcaraz Roca elabora con primor sus caldos a partir de uvas monastrell y merseguera. A muy pocos kilómetros de allí, en La Palma, la Universidad Politécnica de Cartagena también mantiene en su finca experimental Tomás Ferro cepas de merseguera donadas en su día por el bodeguero palmesano Rafael Ortega.

Manuel Martínez, ante una embotelladora, con su Darimus dulce. Antonio Gil/ AGM

De ellas sale desde hace unos años el vino blanco Tomás Ferro, elaborado por profesores y alumnos de la Escuela de Ingenieros Agrónomos con el asesoramiento enológico y comercial de Bodegas Luzón, de Jumilla. La añada de 2023 alcanzó una producción limitada a cinco mil botellas. En la zona de La Aljorra y Fuente Álamo resisten, igualmente, pequeños productores que elaboran por el método tradicional -tinajas incluidas-para su propio consumo. Poco más.

«Cuando ves que la empresa no es viable, mejor cortar a tiempo. Y aquí cierro una etapa más en la vida. He hecho lo que me ha gustado», dice Martínez Meroño en el momento del adiós.

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