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Fotografía facilitada por el CSIC de la primera imagen obtenida de un agujero negro.
Agujeros negros

Agujeros negros

olga agüero

Sábado, 13 de abril 2019, 02:09

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El mayúsculo impacto del primer agujero negro fotografiado ha precedido al estallido de la campaña, como metafórica vorágine de egos diestros y siniestros que amenaza con fagocitarnos en cuaresma electoral.

Entre nosotros también parece habitar un sumidero por el que se precipitan ocurrencias -pistolas, embriones y abortos a la americana- fabricadas a un ritmo trepidante, para provocar espectáculo en esta competición de mensajes efímeros. Donde ya cuesta distinguir la verdad de la caricatura.

La campaña se ha bautizado con escasa cartelería convencional. Abascal, qué duda cabe, hubiese preferido un -literal- pistoletazo de salida. Iglesias se armó de escoba y cola -atributos de bruja y demonio en otros contextos, no vayamos a malpensar- para pegar carteles de papel, que rezuman cierta nostalgia.

Impera ahora lo virtual, o lonas en la fachada. Alguna, como la de la connotada sede del PP, no pudo soportar el eslogan de Casado -'Valor seguro'- y sufrió un inoportuno desprendimiento. Ciudadanos, con la suya, a punto estuvo de contagiarse el síndrome del 'lazo amarillo', cuando amagó con negarse a quitarla desobedeciendo a la Junta Electoral. La frase del colchón desaparecerá de esta fachada, pero nunca podrá borrarse de la biografía de Pedro Sánchez. Ni siquiera un agujero negro conseguiría disolver el estigma.

Quizá incitado por 'Star wars', Rivera se apareció en holograma desde Segovia a sus fieles de Madrid. Telepresencia ya utilizada por Melenchon en las presidenciales francesas. Éste se multiplicaba por siete, como los horrocruxes del alma de Voldemort -ojo, que en Polonia queman libros de Harry Potter-. Rivera, más modesto, solo buscaba «conectar dos mundos». Suena perturbador, pero el holograma pretendía unir lo urbano y lo rural. Como si la España vacía -que algunos descubren ahora- habitase una galaxia lejana. La tridimensionalidad de Rivera podría concebirse como alegoría del trío de Colón, a donde ha vuelto Vox para encomendarse a Blas de Lezo antes de partir a las cruzadas. En Covadonga rindió homenaje a la estatua de Don Pelayo, mientras Oviedo hizo lo propio con la de Tino Casal, estrenada ayer.

El frente norte concitó notable expectación. Ana Botín, desde Cantabria, pidió un pacto por el «crecimiento económico inclusivo» y pensiones dignas. A Casado le debió parecer muy tibio y, al rato, vaticinó riesgo de corralito con Sánchez en Moncloa.

Dentro de los agujeros negros hay un punto de no retorno -el horizonte de sucesos- donde las leyes de la física dejan de funcionar. En política, por mímesis, podría ocurrir lo mismo con las del sentido común. Que, por excesivo arrojo, desapareciese definitivamente la lucidez.

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