El proceso electoral en España se desarrolla como un reloj perfectamente sincronizado y reglado. Hasta el tiempo que le corresponde a cada partido en los ... medios de comunicación está medido. Y todo ello se supervisa por unas juntas electorales encargadas de velar por la transparencia y objetividad del proceso.
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Ciertamente, habrá reglas susceptibles de ser repensadas y actualizadas (piénsese, por ejemplo, en la necesaria adaptación al mundo digital). Del mismo modo, puede haber decisiones discutibles de los órganos que rigen el proceso si bien, en caso de discrepancia, hay mecanismos de recurso.
Precisamente por ello no son admisibles amotinamientos como el de la candidata de Podemos en el pasado debate electoral, quien forzó la cancelación final del debate al negarse a cumplir con lo resuelto por la Junta Electoral, que había decretado que debía compartir el tiempo de intervención con Más Región-Verdes Equo.
Más allá, conviene cortar por lo sano cualquier paparrucha (ahora las llaman 'fake news') que trate de infundir dudas o desconfianza sobre la fiabilidad de nuestro proceso electoral. Tengamos claro que si hay un ámbito en el que nuestro orden institucional ha funcionado especialmente bien es el electoral. Lejos quedan las cacicadas del siglo XIX. Hemos construido un proceso electoral que disfruta de las mayores garantías y, al mismo tiempo, es de indudable eficacia, siendo capaces de conocer los resultados electorales la misma noche de los comicios. De hecho, en nuestro país, cuando se ha advertido algún posible fraude, se ha actuado con rapidez y contundencia, como se ha visto con el voto por correo en Melilla.
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Por tanto, confiemos y recordemos que, para ser un demócrata, lo primero es cumplir con las reglas del juego.
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