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Lunes, 18 de marzo 2019, 17:11
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Para Manuel Navarro Serrano no existen obstáculos insalvables. Es uno de los mejores atletas veteranos del mundo. Ha sido catorce veces campeón de España, ha disputado cinco Europeos y once Mundiales compitiendo en 100, 300 y 400 metros vallas, y 2.000 y 3.000 metros obstáculos. Empezó tarde en el deporte, como casi en todo lo que ha conseguido, que ha sido mucho, obligado por la precaria situación familiar. «He sido de cuna desfavorecida», dice.
El 16 de mayo cumple 81 años y su vida ha estado jalonada por una serie de acontecimientos y decisiones que le han obligado a duplicar sus esfuerzos para salir adelante. Con diez años tuvo que descuidar la escuela pública en la que empezaba a formarse para echar una mano en la economía familiar, trabajando como hortelano, trillador y vendedor ambulante por los pueblos limítrofes a Almodóvar del Pinar (Cuenca), donde nació en 1938.
- Campeonatos regionales
Cross Tercero en 1986 y subcampeón en 1988.
400 metros vallas Campeón en 1986, 87 y 88.
- Nacionales
400 metros lisos Campeón de España en 1989.
400 metros vallas Campeón de España de 1988 a 1994.
3.000 metros obstáculos Campeón de España en 1990 y 1992.
2.000 metros obstáculos Campeón de España en 2003 y 2005.
100 metros vallas Campeón de España en 1994.
300 metros vallas Campeón de España en 2005 y 2009.
- Europeos
Cinco participaciones Su mejor clasificación fue la de semifinalista en los 400 vallas del campeonato celebrado en Verona en 1988.
- Mundiales
Dos medallas Se ha colgado dos medallas de bronce en sus once participaciones mundiales. La primera en Puerto Rico, en 2003, en la prueba de 2.000 metros obstáculos. La segunda, en año pasado, en la misma prueba, en Málaga.
Con trece años encuentra su primer trabajo, más o menos duradero. Fue en la farmacia de Villamalea (Albacete), desde donde, con 17 años, da el paso que lo lleva a Murcia, ya que ingresa como voluntario en el Ejército del Aire. Se especializa en Farmacia y es destinado a Alcantarilla, donde coincidió con el capitán Juan José Rojo, quien lo colocó en la botica militar de su mujer, muy cerca del instituto Alfonso X, centro en el que se matricula para estudiar bachillerato en el turno de noche, y donde se encontró con profesores como Francisco Morote, González Palencia y Rodrigo Fuentes. El esfuerzo mereció la pena y entró en la Universidad de Murcia para estudiar Químicas en el grupo de mayores de 25 años. Se licenció en 1969.
Manuel compaginaba sus estudios con trabajos que le permitían ir tirando. Fue ascensorista y conserje en el Rincón de Pepe, cantinero en el colegio mayor Ruiz de Alda, peón de albañil y cajero del restaurante Navarro. Cuando podía practicaba deporte. Fue jugador de pelota mano y formó parte del equipo de fútbol de la Universidad de Murcia. Fue precisamente dándole patadas a un balón cuando descubrió que, deportivamente, su camino era otro. «Era un tuercebotas, pero comprobé que en las segundas partes de los partidos corría más que en las primeras. No me cansaba», dice un Manuel Navarro que ya había cumplido los 40 años. Un día se preguntó si sería capaz de correr un maratón. Se puso manos a la obra, en una época en la que había logrado plaza de agregado de Física y Química en los institutos de Torre Pacheco, primero, y Molina, después.
Para conseguirlo, y sin tener que pedir ayuda, se sacó el título de entrenador nacional de atletismo y se puso en marcha. Rastreó los calendarios y puso una cruz en el maratón que se iba a celebrar en Madrid en mayo de 1980. Tenía 41 y acabó con un tiempo de tres horas, un minuto y 21 segundos. Había superado la prueba, pero no le convenció el tiempo que había hecho. Repitió en 1981 y rebajó su marca en casi cuatro minutos.
Inconformista e incapaz de darse por vencido, subió el listón en 1982. En octubre puso rumbo a Nueva York para correr el maratón de la Gran Manzana. Volvió a rebajar el tiempo y acabó en dos horas, 49 minutos y 50 segundos. Le había cogido al gusto a correr estas pruebas de más de 42 kilómetros y hasta el año 1990 corrió una por año, salvo en 1983, 84, 86 y 88, que corrió dos maratones. No todo fue de color de rosa. En su segunda participación en Nueva York, en noviembre de 1990, lo pasó mal. «Creo que fue un golpe de calor, estaba mareado, deshidratado, no veía bien...». Pero cabezón como él solo, Manuel Navarro cruzó la meta agotado. Casi treinta años después dice que «debí retirarme aquella vez».
Ya baqueteado en la dureza del maratón, a finales de la década de los ochenta empieza a ser habitual en los campeonatos regionales, nacionales, europeos y mundiales en pruebas de pista, cross y gran fondo. Destaca, su nombre se escucha. No tardó mucho en ser uno de los mejores y más respetados. Su primer triunfo llega en 1988, en Lorca, donde subió a lo más alto del podio en la prueba de 400 metros vallas. El último lo logró en Vitoria, en 2009, en los 300 metros vallas.
Alterna sus participaciones en España con salidas a Campeonatos de Europa y Mundiales, al mismo tiempo que sigue ampliando sus estudios. Así, en 1989, con 51 años, presenta su tesis y obtiene el doctorado en Químicas. «Es de lo que más orgulloso me siento». El 1994 accede a la cátedra de Física y Química.
Manuel también tiene un reto deportivo del que se siente más que satisfecho. En el año 2000, con 62 años, fue el único atleta veterano español seleccionado para participar en el maratón del Everest, el más duro del mundo. La meta estaba instalada en Namche Bazaar, a 3.446 metros de altura, y en algunos tramos del durísimo itinerario la temperatura rondó los 20 grados bajo cero.
Son muchas las anécdotas que enriquecen su vida deportiva. No olvida a un rival noruego que siempre le ganaba, ni a ese otro que le arrebató la medalla en la última vuelta del Mundial celebrado en Turku (Finlandia) en 1991. Como tampoco elude hablar de sus inicios, cuando se preparaba, sin entrenador, siguiendo el trayecto de la vía del tren hasta Espinardo.
Cruzarse con Manuel Navarro por el Malecón es fácil. Sale a correr con regularidad. «Tengo menos masa muscular, pero aún aguanto».
Su experiencia como peón de albañil le ha servido a Manuel Navarro para llevar a cabo otro de sus retos. En 1994, cuatro años antes de jubilarse, compró unos terrenos cerca de Almodóvar del Pilar, donde nació, para restaurar con sus propias manos la ermita de Nuestra Señora del Desagravio, que fue bendecida el 17 de mayo de 2004 por el obispo de Cuenca, Ramón del Hoyo. A su lado, también ha levantado un templete griego. El interior del primer recinto se ha ido vistiendo con diferentes donaciones. «No hace falta ser un experto en la materia para levantar estas construcciones, lo que hace falta es tener fuerza de voluntad». La trayectoria de Manuel no acaba con la reconstrucción de esta pequeña villa junto a su pueblo. El lunes pasado presentó en Murcia su octavo libro: 'Moros, Cristianos y la Guerra Civil española'.
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