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Antonio Alpañez escala un tramo del Amadablam. FRANCISCO MIRA

Lágrimas frente al Everest

Antonio Alpañez llora de emoción al hacer cumbre en el Amadablam (6.856 metros), una de las cimas más bonitas del Himalaya, mientras su compañero Paco Mira abandona entre sollozos

Paco Lastra

Murcia

Sábado, 30 de junio 2018, 13:14

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A finales del pasado mes de abril, los murcianos Antonio Alpañez 'Buti', y Francisco Mira 'Quitín' iniciaron una expedición que tenía como objetivo escalar el Amadablam en el Himalaya, una montaña de 6.856 metros. Lo hicieron 57 años después de que los neozelandeses Mike Gill y Wally Romanes, el norteamericano Barry Bishop y el inglés Mike Ward alcanzaran la cima virgen de esta cumbre esbelta y piramidal que puntúa muy alto en la lista de las más bonitas de Nepal.

Ellos, como ahora pueden comprobar los montañeros murcianos, pudieron disfrutar de una de las escaladas más atractivas de la tierra, una de las cimas sagradas del pueblo sherpa. Situada en el valle del Khumbu, está rodeada de algunas de las montañas más altas de la tierra. Así, tiene a su alrededor varios ochomiles, como el Cho Oyu, el Everest, el Lothse y el Makalu. Una gozada.

Buti y Quitín afrontaron una escalada nada fácil, ya que la Amadablam está considerada una de las montañas más difíciles y técnicas del Himalaya. Su dificultad, según Alpañez, no es su altura, que no llega a ser extrema, sino su exposición y sus aristas, con precipicios de 1.000 a 2.000 metros, que la hacen uno de los objetivos de los montañeros más expertos. Amadablam significa el collar de la madre, en referencia al imponente bloque colgante de hielo fragmentado por grandes grietas, a unos 400 metros de la cumbre.

Los murcianos planificaron escalar la montaña en 12 o 13 días. Una vez establecidos los campos 1 y 2 pensaban subir a montar el campo 3, pero desde el primer momento la montaña se presentó más complicada de lo normal para esta época. «Durante una semana antes estuvo nevando a diario y durante la escalada todas las tardes volvía a nevar, cargando las rocas y las paredes de nieve, haciendo la escalada más lenta, peligrosa y expuesta», cuentan.

Al límite

El montaje de los campos de altura les llevó al límite de sus fuerzas física y psicológica. La previsión meteorológica les abrió una ventana de buen tiempo. Sacaron fuerzas de flaqueza y atacaron la cumbre en 3 días y no en 5, y desde el campo 2, a 6.100 metros de altura, ya que desistieron de montar el campo 3.

En el camino se cruzaron con escaladores rusos, coreanos y franceses, que iban de vuelta. «Nos dijeron que era imposible subir a la cumbre por el estado de la nieve, el hielo y las cuerdas fijas enterradas más de un metro». Ese mismo día, a las 3 de la madrugada, sonó el despertador del móvil, desayunaron y a las 4 salieron del campo 2 para atacar la cumbre.

La escalada se hacía lenta. Los murcianos se enfrentaron a la parte más vertical de nieve que se tornaba en hielo azul algo más arriba al llegar al collar de la madre. «Esta sección vertical y técnica con una inclinación de 70 y 80 grados se hizo complicada por las cuerdas enterradas y por el duro hielo azul».

A unos 300 metros de la cumbre, a Quitín se le rompió el crampón derecho, la pieza metálica con puntas afiladas que se fija a la suela de las botas para poder andar sobre el hielo sin resbalar. Este contratiempo complicaba su posibilidad de llegar a la cumbre. «En ese momento decidimos separarnos para que Antonio Alpañez continuara hacia la cumbre. Los últimos metros son muy verticales y la escalada se hace lenta y peligrosa. El hielo es muy vertical». A las 15 horas del 8 de mayo, Alpañez llegó a la cumbre: «Fue un momento maravilloso. Al fondo se veía el Everest». A partir de ahí tocaba descender y enfrentarse a las mayores dificultades de una expedición.

Tras más de una hora separados, Buti apareció por la pared frente al campo 2. Estaba desorientado, deshidratado, agotado. Se orientó en la pared por los gritos de su compañero, ya instalado en el campo 2. Antonio no se movía y solo pedía agua una y otra vez. La noche se le echaba encima. Al reencontrarse se fundieron en un abrazo y los dos se pusieron a llorar. Fueron momentos muy tensos, momentos de supervivencia en alta montaña. Conquistaron el Amadablam en tan solo ocho días.

La expedición estuvo patrocinada por los ayuntamientos de Murcia y Santomera, Cítricos La Paz y Bazar la Tierra.

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