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Sábado, 30 de diciembre 2017, 01:28
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Demasiadas veces -muchas más de las que la mayoría de vecinos quisieran- siempre que se habla de la barriada Virgen de la Caridad, conocida popularmente como Las Seiscientas, es para «cosas malas», acepta el presidente del equipo de fútbol del barrio, el EF Esperanza, José Rivera, de 59 años y al frente del club desde 1993. Antes fue jugador, entrenador y directivo. Por eso, es «una alegría tan grande» que durante estos días el barrio de Las Seiscientas acapare todo el protagonismo en el deporte local debido a los actos de celebración de sus primeros 50 años de vida.
«Solo nos conocen por lo malo, por la historia negra de nuestro barrio [exclusión social, marginación y tráfico de drogas, principalmente]. Y yo siempre digo que nosotros, a través del fútbol, tenemos que ser la otra cara de la moneda. A más problemas, más deporte. A más conflictos, más deporte. Ese ha sido mi lema en los casi 25 años que llevo de presidente», cuenta Rivera con la ilusión del juvenil que fue en la década los setenta, cuando el club crecía a todo trapo de la mano de Enrique López Belmonte, trabajador de Bazán que durante el verano de 1967 tuvo la feliz idea de fundar un equipo de fútbol base (la Esperanza) en un barrio que había nacido cinco años antes, en 1962, con las 600 viviendas sociales construidas en época del alcalde Trillo-Figueroa.
Las cosas no han sido fáciles en el barrio desde 1967. Nunca hubo inversión suficiente y siempre faltaron medios. El club fue saliendo a flote gracias a la entrega y el voluntarismo de sus directivos y entrenadores. Y los problemas se han sucedido hasta hace muy poco tiempo. «Hace dos años estábamos muertos, con solo 35 críos en el club. Nuestro campo era de tierra y ningún padre traía aquí a su hijo. Ha llegado el césped y hemos resurgido de un modo fabuloso. Ahora tenemos 300 críos, once equipos, un senior renacido en Territorial que queremos llevar en dos o tres años a Tercera División y un equipo femenino. Y una cosa de la que estamos muy orgullosos: el FC Cartagena viene casi todos los días a nuestro campo a entrenar. Eso hace solo un par de años era inimaginable. Hoy tenemos uno de los mejores campos de Cartagena», señala Rivera.
El pasado sábado se festejó el 50ª aniversario de la fundación del club con una fiesta a la que asistieron jugadores, técnicos y directivos de todas las épocas. «Con eso me quedo. Con volver a ver a Paco Nieto, a Toñi Urrea, que vino de San Sebastián expresamente, a Galindo, que vino de Valencia, a Avilés, a Fermín, a Salvi y a tantos otros», confiesa el presidente de la Esperanza.
Antes que él, su puesto fue ocupado por el fallecido José Mari 'El Taxista', por Martín Sánchez y por el fundador López Belmonte, que da nombre al campo. Murió en noviembre del 79, en el fatídico accidente del paso a nivel de Barrio Peral. Un tren de mercancías cruzó inesperadamente el paso, con las barreras sin bajar, y arrolló a dos turismos. Uno de ellos era un taxi en el que viajaban López Belmonte y su vicepresidente José Rocamora. Iban a la Venta Valero a recoger unas camisetas para el equipo juvenil. Ambos fallecieron, junto a otras cuatro personas.
También se cebó la desgracia a finales de los setenta con Pedro Pino, un chico de 15 años que unos días antes de viajar hasta Barcelona para incorporarse a la disciplina del juvenil del Barça se mató en un accidente de moto en el cercano puente de la Esperanza. Fatal casualidad. Su sobrino jugó -a gran nivel- tres lustros después en el juvenil. Eran años en los que Urrea y Galindo fueron reclutados por el Real Madrid. Ambos se quedaron en el Castilla.
También en los ochenta y en los noventa se convirtió la Esperanza en una auténtica fábrica de producir estupendos jugadores de barrio, con ese sello callejero tan característico que poco a poco se ha ido perdiendo. La mayoría, eso sí, no pasó de Tercera División. Lato, Merino, Rivera, Corbalán, Chuma, Valencia, Chupi, Pirulo, Bebeto, Toni Molero, Siles, Buendía, Rubén, Perico o últimamente Tote, Cecilio, Acosta o Fernando son algunos buenos ejemplos de ello.
En la última década, que se ha hecho muy larga y muy dura porque el césped no llegaba y los chicos se marchaban, la Esperanza se ha apuntado -no obstante- el mejor tanto de su historia. Ha sido gracias a un pionero programa para luchar contra el absentismo escolar en el barrio, en colaboración con el Instituto Politécnico y el colegio Stella Maris. Así, aquel niño que falta a clase se queda en la grada en el partido del fin de semana. «Y funciona. Lo que más le duele es no jugar el sábado», dice Rivera.
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