Patrimonio de la Unesco desde 2003, el Sacro Monte di Varese, ocupado por la niebla, días atrás. J. M. P. M.

Un viaje al Sacro Monte di Varese

PASEOS LITERARIOS ·

Allí debía encontrarme con un manuscrito del siglo XVI, sesenta mapas que describían de una forma original la posibilidad de un mundo parecido al nuestro

Martes, 27 de diciembre 2022, 07:56

El diablo existe. Yo lo he visto. He estado las suficientes veces en Turín para saber que camino por su territorio. La religión católica nace ... y muere en sus calles. Es una disputa entre fundación y extinción, y en las grietas siempre está el demonio. En un extremo, la Síndone, la prueba de que Jesús resucitó, en las tripas de la Catedral de San Juan Bautista. La primera piedra del catolicismo en forma de sudario. La sangre de la primigenia anatomía. En el otro costado, el apartamento donde Nietzsche reformuló su «Dios ha muerto», escribiendo el 'Ecce Homo'. Era el final de una religión que para el filósofo alemán constituía la negación de la vida. En medio, la librería Luxemburg, con sus libros esotéricos, sus biblias babilónicas y tratados de astronomía. Ahí fue, curioseando la sección 'Judaica', a la altura del Museo Egipcio, cuando vi al demonio, con su olor a azufre y su bastón.

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Mi destino no era Turín, sino un monasterio al norte de Milán, casi en la frontera con Suiza. Allí debía encontrarme con un manuscrito del siglo XVI, sesenta mapas que describían de una forma original la posibilidad de un mundo, parecido al nuestro. Y allí pasé toda la mañana, con guantes para no herir el denso papel, alumbrado por la geografía imaginaria de unas tierras que nunca visitaré, pero de las que pude disfrutar con los dedos de mi manos. Tocar es vivir. Señalar es recordar. Con el manuscrito otra vez perdido en la biblioteca monacal, salí al bosque y conduje durante un largo rato, sin demasiado que perder, porque ya había visto al demonio. Y eso no se olvida.

El motivo por el cual visité el Sacro Monte di Varese me resulta aún desconocido. Conocí el lugar en un libro sobre Caravaggio y el Milán de Carlo Borromeo. La peste negra asolando el mundo occidental. Los cadáveres en las calles y la guerra acorralando al Mediterráneo. Los jinetes del Apocalipsis cabalgando sobre la llanura Padana y un viajero que entra de noche en la ciudad cerrada. Fue en esa época en la que se popularizaron los 'Sacri Monti', representaciones figurativas de la vida de Jesús o de la Biblia. Hay casi veinte entre el Piamonte y Lombardía. Allí, con las nieves del invierno, se revive el sufrimiento de un Jesús que busca la madera, que alienta los clavos de su pasión, en una procesión exacta que cambia el desierto jerosolimitano por los Alpes. Sí, desde el punto exacto en el que murió Cristo se aprecia el monte Cervino, con la elegancia de su silueta, altivo, como si estuviese imitando a un Dios. No es el hombre el que imita la naturaleza, pensé entrando en el Sacro Monte di Varese, sino precisamente la naturaleza la que se pliega a los designios humanos. Esto vence a Leopardi y a Friedrich. Y también a la teología.

Solamente estábamos el diablo y yo. Y quince templos de estilo barroco, con cúpulas sigilosas

Un paraíso helado

Cuando entré en el recinto sagrado apenas se veía a veinte metros. La niebla ocupaba los espacios que mi imaginación quería construir. El Sacro Monte di Varese respondía a la necesidad de una Iglesia, tras Trento, que buscaba la espectacularidad, influir en el ser humano para llenarlo de fe. Pero en esta ocasión no utilizó las armas del cuerpo lacerado ni del valle de lágrimas. El lugar es un paraíso helado, rodeado de los montes más altos de Europa, vestido con los colores del otoño, las hojas amarillas alfombrando un camino doloroso, el que tenía que ascender el creyente hasta llegar a la cumbre de la religión. No había peregrinos a esa hora de la tarde. Solamente estábamos el diablo y yo. Y quince templos de estilo barroco, con cúpulas sigilosas, adaptándose a la escarpada orografía del terreno, vanos que se abrían para mostrar y ocultar una historia sagrada. El suelo, empedrado, animaba a caminar con las manos en los bolsillos. Estaba a punto de asistir a la reconstrucción de la vida de un Dios. Yo, tan poca cosa, un simple mortal con frío perseguido por el demonio.

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Camino de perfección

Las capillas son un ejercicio teatral de la representación del rosario, que desde la batalla de Lepanto, se instauró en el orbe católico. A la arquitectura se le suma la imaginería barroca, los escorzos, los movimientos pasionales y el derroche de sentimientos. No es de mármol la carne de los hombre y mujeres que habitan el Sacro Monte, sino de madera, más sublime para representar al que sufre y ama. A pesar de que la madera brilla por su ausencia en el arte italiano, tan apasionado por la piedra y el bronce, cuando no la terracota. Ascendí por los templos como si ejercitase un camino de perfección, mirando de reojo el sendero recorrido, distanciándome de esa sombra que iba persiguiéndome desde hacía días. Ahí estaba la Anunciación, el romano montado a caballo escoltando a Cristo hasta el Calvario, la crucifixión, multitudinaria, un ejército de blasfemos y una cruz que se empieza a elevar al cielo. Cuanto más subía la niebla se disipaba. Quedaba abajo, como un remanso de algodón helado. Frente a mí estaba Suiza, la ciudad de Lugano y un acento que deja el romance por el tono bárbaro.

La capilla catorce desprende un color onírico. Se abre la tapa de un sepulcro. Está vacío. Los espectadores, rostros de madera que parecen los habitantes de Varese, miran asombrados y buscan la muerte en el interior de donde solo hay vida. Pero no hay nada. Es confuso. Ellos dudan. Lloran. En ese momento se disipan las nubes y la niebla se convierte en un ejército de otoño. La vida está en el bosque. Pienso que esos colores, iguales que los del sepulcro vacío, han estado ahí durante un tiempo geológico, infame para la mente humana. He llegado a la cima y solo me queda volver, recorrer el camino inverso de la cruz, cuando la madera aún es árbol. Descender por una historia con un final feliz, un nacimiento, la visita de una mujer embarazada a un familiar. La aparición de un ángel para dar la buena nueva. Y otra vez el regreso, la carretera y los Alpes. El monte Cervino. Turín, oscura y elegante, como el demonio. La librería Luxemburg, disputada entre el inicio y el fin de una religión.

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