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León Benavente.

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León Benavente. Edu Botella / AGM

Tormenta de épica en el B-Side

La lluvia ofreció una aclamada tregua al tramo de tarde, noche y madrugada de la decimocuarta edición del B-Side Festival de Molina de Segura

Alberto Frutos

Molina de Segura

Domingo, 9 de septiembre 2018, 08:46

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Después de mostrar su lado más implacable y carente de piedad que ocasionó la anulación de la mayoría de conciertos programados para el mediodía, la lluvia ofreció una aclamada tregua al tramo de tarde, noche y madrugada de la decimocuarta edición del B-Side Festival de Molina de Segura. Con todo, la mayoría de asistentes, en un número considerablemente menor que en ediciones previas, mantenían siempre el paraguas a mano. Mejor prevenir que empapar. En lo que respecta a los artistas que se dieron citan en el Polideportivo El Romeral, solamente fueron Rufus T. Firefly los que pagaron el precio más alto, viendo como su concierto quedaba reducido a un número muy limitado de canciones, con parón incluido, por un nubarrón con ganas de bronca. Incalificable, sí, pero menos es nada.

Así que, en cierto modo, la jornada comenzó con un L.A., nombre artístico bajo el que se encuentra el mallorquín Luis Alberto Segura, que se entregó en cuerpo y alma a la siempre complicada tarea de transformar cada gota de agua en una solución, cada error en un acierto y cada zancadilla en un ejemplo de superación. Desde 'Close to You', magnífica, hasta la rebelión furiosa de 'Outsider', pasando por la intensidad marca de la casa de 'Leave it all behind' o una 'Hands' que habría firmado el mayor de los Gallagher con los ojos cerrados, L.A. supo mantener encendida la llama del rock atemporal, ese que asienta sus credenciales sobre el pasado para confirmar su eterna vigencia. Maravilloso.

A continuación, Ángel Stanich desplegó sobre el escenario de Molina de Segura todas las caras que habitan en su música, es decir, el country rock a lo Cash de 'Mezcalito'; las guitarras de músculo de acero ('Le Tour 95'); el brillante rock de ascendencia clásica ('Escupe fuego') y nervio incontrolable ('Metralleta Joe'); o ese baladista lisérgico capaz de emocionar hasta la lágrima con piezas de la talla de 'Carbura!', hasta ahora, la canción más redonda de su repertorio junto a 'Hula Hula', tema sobresaliente que, además, contiene la mejor declaración de intenciones posible: «Prefiero ser Bob Dylan que Manuel Campo Vidal». Insuperable. Un concierto que funcionó como enésima señal de que estamos ante una de las propuestas musicales más interesantes, personales e inspiradas de los últimos años.

Edu Botella / AGM
Imagen principal - Tormenta de épica en el B-Side
Imagen secundaria 1 - Tormenta de épica en el B-Side
Imagen secundaria 2 - Tormenta de épica en el B-Side

Y llegó el turno de León Benavente, quienes aterrizaban en el B-Side con la misión de cumplir con el papel de cabezas de cartel. Apuesta segura, cien por cien fiable. A pesar de comenzar con un problema técnico que mando al traste el impacto inicial de 'Tipo D', el grupo mantuvo siempre arriba el listón esperado, cumpliendo con las expectativas depositadas y convenciendo sin reservas a lo largo del concierto más multitudinario y festejado de una edición. De acuerdo, sobre el escenario no hubo lugar para la sorpresa, pero lo imprevisible no es tan necesario cuando en tu repertorio de razones a favor se mantienen intactas 'La Ribera', con una línea de bajo asombrosa marcando el camino; el ritmo afortunadamente incontrolable de 'California'; 'La vida errando' y su pop de neón; 'Celebración (Siempre hacia delante)' o lo que pasaría si el rock indie más característica se acostara bajo el embrujo Clash; el jugueteo de hip hop confesional de 'Habitación 615'; la hipnótica 'Gloria'; o la sensibilidad contenida de 'Ánimo, valiente'. Una actuación primorosa que finalizó, claro, con la inmensa 'Ser brigada', canción convertida definitivamente en un himno tan involuntario como implacable.

El resto de la jornada tuvo como protagonistas a Belako y Ross, dos propuestas que representaron a la perfección la energía de los recién llegados y la experiencia deslumbrante de los maestros, respectivamente, y que solamente compartieron la obligación de tener que probar sonido unos minutos antes de iniciar sus conciertos. Efectos secundarios de la lluvia. Eso sí, puestos a elegir entre opciones tan diversas, y quizá porque uno es un romántico apasionado de la melodía, la combinación de electrónica y rock/punk de la banda de Vizcaya, estimable en su ambición, pero algo rutinaria y de actitud pasota en su puesta de largo sobre el escenario, quedó por debajo del concierto ofrecido por el ilustre madrileño afincado (y celebrado) en la Región desde hace varios años. Y es que hablamos de un tipo capaz de encontrar la armonía perfecta y el estribillo adecuado en cualquier lugar, guardián de la fórmula secreta de la sinfonía pop y el rock envenenado, de McCartney y Barrett, sí, pero también de aquí y ahora. Su directo supuso la celebración de todas las virtudes citadas, completando la fiesta con un acabado formal, vocal e instrumental a la altura del incontestable repertorio. Larga vida a Ross. Y al B-Side. Aunque sea con chubasquero.

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