No sé si ustedes saben que, además de periodista, también intento ser escritor. Mi primera novela, que arrancó una parte necrosada de mi alma, hedionda ... incluso, abrió un camino que intento recorrer con toda la ilusión del mundo, pero que a cada paso se hace más espinoso. Reviso, corrijo e intento maquillar los ojos lacrimosos de la que, espero, algún día sea mi segunda novela publicada. ¿Lo que estoy haciendo está bien? ¿Habrá alguien fuera a quien le merezca la pena esto que estoy contando?
Publicidad
Imagino que dudar de tu obra, de tus entrañas puestas en un papel o en un lienzo, es algo normal. Sin embargo, creo que necesito descubrir que tengo algo que aportar con mi trabajo como escritor para dotar a mi vida de un sentido inextinguible, para volver a la pasión con la que escribí mi primera novela. Cuenta Dan Fante en el epílogo del estupendo libro sobre su padre, 'Fante. Un legado de escritura, alcohol y supervivencia', que al comienzo de su carrera como escritor hizo un pacto con Dios: «Yo tecleo y tú me enseñas a pagar las facturas». Y a veces eso es lo que espero mientras me enfrento al manuscrito, una epifanía divina que empiece a guiar mis manos con la precisión de un violinista.
La semana pasada tuve la imperiosa necesidad de salir a pasear solo. Ni me gusta pasear ni me gusta estar solo, pero en esta época tan distópica te encuentras de repente con ideas que antes dejabas pasar de largo. Al caminar por la plaza de los Apóstoles escuché un ejército de taconeos que procedían del interior de la Escuela de Arte Dramático, y que envolvían toda la calle como la Marcha Imperial de 'Star Wars': prum-prum-prum. Al interiorizar ese repiqueteo pensé que quizás, para conseguir esa llamada del cielo, lo que necesito es la misma dedicación y el mismo amor que esas chicas y chicos estaban sudando durante su clase. Cada gota era un pasito más hacia su sueño. ¿Acaso estoy sufriendo en el proceso?
Esta columna ha sido escrita mientras sonaba 'La canción del daño', de León Benavente; y '42', de Mumford & Sons
No, no he sufrido al escribir mi nueva novela, y por eso quizás le falta la verdad que tienen obras que me han servido de referencia, como 'El dolor de los demás', de Miguel Ángel Hernández; o 'Apegos feroces', de Vivian Gornick, quien dice en su libro que «la vida es difícil: es gloria y castigo». Y más cerca del daño que de los aplausos vuelvo a abrir el documento en el ordenador esperando que el talento, un café largo o la inspiración arreglen el desaguisado de más de 250 páginas que he montado. O que el ordenador se apague y borre el archivo, cualquiera de las dos cosas me vale.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión