Ante mi súplica a los estudiantes de cuarto de Bellas Artes para que dejen de presentarme, una y otra vez, los mismos proyectos, con los ... mismos temas y los mismos enfoques, uno de ellos -genuinamente sorprendido y aliviado- me hizo entender, hace apenas unos días, la dificultad de conciliar mi ruego con la exigencia de circunscribirse a los ODS y otras causas -perfectamente loables- que llevaban teniendo que atender desde el primer curso.
Pantone acaba de elegir el Cloud Dancer, un tono de blanco, como su Color del Año 2026; el que se pondrá de moda. La historia de la creación del sistema de estandarizado de color de Pantone es bastante conocida. Los hermanos Levine, propietarios de una imprenta neoyorkina, se enfrentaban a un problema común en el mundo del diseño: cada cual imprimía un color de un modo ligeramente distinto, de manera que la consistencia cromática entre encargos era casi imposible. Eso hacía que la gente llegara a dudar de la originalidad de algunos productos -como los de Kodak- cuando el color identificado con la marca no coincidía a la perfección.
Así, en los cincuenta, los hermanos Levine le encargaron a un estudiante de artes gráficas de apenas veinte años, Lawrence Herbert, poner orden en la clasificación de las tintas y unificar criterios. Desde entonces, diseñadores, imprentas y fabricantes pueden referirse al mismo color sin ambigüedad.
No deja de ser curioso que el ser humano pueda diferenciar millones de colores -literalmente-, pero que solo tengamos una decena de categorías básicas, que, bien matizadas, nos permiten manejar en el habla cotidiana entre veinte y cincuenta nombres de color. Quizá por eso, en la actualidad, Pantone no solo utiliza códigos alfanuméricos para identificarlos, sino que los bautiza, trata de nombrarlos.
Influida por la festividad de mañana, pienso en el blanco Cloud Dancer como en el de la Inmaculada de Murillo: ahí, grácil, pisando la luna, flotando sobre las nubes; concebida ella misma sin pecado original -y que pudo volver a España en 1941 después de un siglo en el Louvre porque para los franceses ya estaba pasada de moda-.
Entre el texto curatorial y el manual de autoayuda, explican los responsables del Color Pantone del Año 2026 que «vivimos en un momento de transición en el que las personas buscan la verdad». Que ante el ruido y los mensajes contradictorios es necesario eliminar distracciones y aspirar a una vida más serena, «que permita una ligereza del ser». Que alejarnos de las exigencias y volver la mirada hacia dentro es reconocer «que la verdadera fortaleza no reside solo en hacer, sino también en ser». Que este blanco sublime «redescubre el valor de la reflexión calmada».
Apelan, finalmente, al «lienzo en blanco» y, en efecto, todos parecen querer intervenirlo con una opinión al respecto. Vanessa Friedman y Callie Holtermann, ambas redactoras de 'The New York Times', han declarado respectivamente: «El ambiente es claramente de serenidad. Pero dado el reciente discurso político, cuando oigo 'blanco', me vienen a la mente asociaciones menos saludables» y: «después de un año en el que se han desmantelado programas de diversidad, equidad e inclusión, y en el que el partido en el poder ha estado debatiendo hasta qué punto hay que mostrarse amigable con un nacionalista blanco». Las lecturas sobre la raza se han multiplicado en X -algunas para recordar que el Color del Año 2025 fue el marrón Mocha Mousse-.
De su 'Blanco sobre blanco' decía Malevich que era una forma de trascendencia, una salida del mundo material hacia un plano espiritual, la «supremacía de la sensibilidad pura». Ah, pero en una de sus versiones del 'Cuadrado negro' los rayos X revelaron hace poco una broma sobre el color de la piel, la inscripción 'Dos negros peleando en una cueva', un claro guiño a Alphonse Allais. ¿Lo habrían linchado en 'Espejo Público'?
En fin, que a lo que yo iba es que al final cada uno ve lo que quiere ver. Incluso cuando se ponen las cosas en negro sobre blanco para minimizar el margen interpretativo. Seguirá habiendo quien lea lo que le dé la gana o que -más bien- crea que no necesita leer para opinar. Todo es racismo, fascismo y machismo. Es lo que tienen las gafas moradas: anulan cualquier matiz cromático.
Me refiero, obviamente, a ese elefante blanco al que Soto Ivars ha decidido señalar a pesar de la prohibición expresa de la charocracia -por si no pudiera volver a mencionarla-. Nos han venido dictando sobre qué podemos hablar, de qué modo hemos de hacerlo y hasta quién está legitimado para ser un «interlocutor válido». Pero la discusión, al fin, ha comenzado. Fiat lux. Me temo que ha dado en el blanco.
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