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Pepa es en sí misma una batalla con causa y la calma que sigue a la tormenta. Confían en ella los necesitados, la escuchan con ... atención algunos sabios, habla claro y con firmeza, pero con voz acogedora y no incendiada. Pepa Torres, teóloga, educadora social y feminista, es monja de la Congregación de Apostólicas del Corazón de Jesús. Este jueves participa en Murcia en el ciclo de conferencias 'Líneas rojas 2023', que organizan la HOAC y las comunidades de base de la Región. La cita, a las 19.30 horas en el salón de actos de la Cámara Oficial de Comercio.
–¿Cómo le llamo?
–Pepa. Oficialmente soy María José Torres Pérez, pero hace como quince años que los africanos de Lavapiés me bautizaron como Pepa; para alguien que habla wólof [lengua hablada en Senegal y Gambia] resulta mucho más fácil que decir mi nombre. Desde entonces soy Pepa para todos y para todo.
–¿Por qué es monja?
–Me encontré a unas mujeres cuya forma de vivir me gustó mucho, en concreto en las periferias de Madrid. Me gustaron las motivaciones profundas que guiaban sus vidas; en definitiva, su espiritualidad.
–¿Cuándo fue?
–Al inicio de los años 80, que no solo fue la época de la movida madrileña, sino también la época dura de la heroína salvaje en los barrios marginales. Fue terrible para muchos jóvenes. Allí las encontré, trabajando con la chavalería y en colaboración con los colectivos sociales que también trabajaban en esos barrios. Ellas lo hacían desde su identidad cristiana y como religiosas. Me sedujo también cómo acogían a la gente, y me dije que yo quería vivir como ellas. Y me hice apostólica del Corazón de Jesús, que así se llama mi congregación.
–Ni se cayó del caballo, ni tuvo una revelación.
–Bueno, me caí de muchos caballos, sobre todo del caballo de ser una joven burguesita que aspiraba a una vida con unos intereses muy individualistas; yo siempre he sido una gran amante de la cultura, mi formación primera tiene que ver con la filología...; estas mujeres y los jóvenes a los que ayudaban me hicieron ver que había muchas maneras de entender la cultura y de trabajar por ella, por ejemplo, a través de la promoción de la cultura popular, así como de la animación sociocultural y de la educación social, otra de mis vocaciones profesionales.
–Otro caballo más.
–También me caí del caballo de creer que en las periferias solo hay desgracia, cuando también son un espacio de gracia, de liberación; no solo de grito, también de caricia, de ternura, de buscar alternativas, de solidaridad; de ese también me caí.
–Y renunció a crear su propia familia y, como le habrán recordado muchas veces, a ser madre.
–Es que hay muchas formas de entender la familia y de vivirla; siento que formo parte de una mucho más amplia que no tiene que ver con los vínculos de la sangre. Mi propia comunidad, desde hace muchos años, es un lugar de familia para mucha gente de muchos lugares del mundo, personas migradas con las que también tenemos vínculos muy poderosos. Somos, diríamos, una familia alternativa. La familia va mucho más allá de la consanguinidad. En cuanto a la maternidad, hay quienes me llaman 'la madre de Lavapiés' [sonríe]. El desarrollo de una mujer no tiene que ver solo con la maternidad en cuanto a lo biológico, sino más bien con lo relacionado con tu despliegue personal y el de tus capacidades; y una de ellas es el cuidado. Hombres y mujeres somos llamados a vivir ese ministerio de los cuidados, y eso es lo que yo intento vivir. Las mujeres no solo somos útero, somos muchas más cosas.
–¿Qué es lo peor que nos está pasando?
–Utilizando las palabras de Francisco, diría que lo más terrible que nos está pasando es esa globalización de la indiferencia; pero al mismo tiempo añadiría, también como recuerda él, que existen organizaciones, movimientos sociales, organizaciones populares y personas en concreto que son también una bendición para la Humanidad y que nos recuerdan que hay posibilidades, que hay esperanza y que tenemos que apostar por los cambios desde las bases, desde las periferias, hasta acabar con este sistema injusto que se llama capitalismo; Francisco lo dice sin parar: el capitalismo mata, ese sistema mata, y tenemos que superar las situaciones de injusticia.
–Francisco recibe las críticas más duras, alguna salvaje, desde el propio seno de la Iglesia. ¿Le parece increíble que así sea?
–Es increíble pero no tanto; es decir, si miramos el Evangelio y la propia vida de Jesús de Nazaret, quienes fueron más duros con él, mucho más que lo fue el aparato sociopolítico, fue el aparato religioso. Cuando las instituciones o las personas sienten amenazadas sus situaciones de privilegio frente a la verdad del Evangelio, al que representa Francisco, responden con violencia de diferentes tipos, que es lo que le está pasando al Papa. El sistema religioso puede legitimar lo injusto o puede servir a la causa de la liberación, de la plenitud de las personas; y, claro, quienes ven amenazados sus intereses, sus posiciones de privilegio, responden con violencia hacia quienes las denuncian.
–¿Entiende que las iglesias estén en general vacías?
–Pues sí que lo entiendo, porque en general necesitamos hacer una reforma muy profunda, desde el modo de entender la liturgia y actualizarla, desde el modo también de participar en ella...; y algo también importante: ahí está el tema de la exclusión de las mujeres de los lugares de toma de decisiones en la Iglesia. Seguimos con esa concepción de las mujeres como subalternas, desde ese desarrollo de una antropología de la complementariedad, cuando lo deseable sería una experiencia de la igualdad; que a ninguna mujer, por el hecho de ser mujer, se le pueda excluir, por ejemplo, del ejercicio de todos los ministerios, y sobre todo de tomar decisiones, de tener voto en las estructuras de la iglesia; y que lo femenino y los anhelos y sueños de las mujeres, de alguna manera sean también motor. Hay que superar en la Iglesia este patriarcado tan recalcitrante y anacrónico.
–¿Qué produce?
–En el siglo XIX la Iglesia empezó a perder a los obreros, y en el siglo XXI la gran pérdida están siendo las mujeres. Por eso las cristianas estamos empeñadas en esta reforma estructural de la Iglesia desde la perspectiva de las mujeres. Cada vez que una mujer abandona la Iglesia, una mujer crítica, una mujer inquieta, es una gran pérdida y eso nos causa un gran dolor.
–Nuestro país.
–Esta muy polarizado socialmente. Tiene necesidad, y vuelvo a las palabras de Francisco, de levantar puentes y no muros, de establecer diálogos y de encontrar canales que nos lleven a la mejora de la convivencia y a una economía al servicio de los más empobrecidos.
–¿Qué no debe pasar?
–Ya se habló de que el cristianismo no debía dejar de ser una fuerza enormemente transgresora en la sociedad para convertirse en un moralismo burgués; lo primero en el Evangelio es la fraternidad, y que todos tengan derecho a participar de la vida del Reino. Eso debería ser también lo primero para la iglesia. El Evangelio no va de currículos intachables, sino de solidaridad, de transformaciones personales.
–¿Qué le divierte mucho?
–Bailar, me encanta bailar. He aprendido con mis vecinos y mis vecinas africanos y latinoamericanos que cuando tenemos dificultades nos viene bien comer y bailar juntos. Bailar es una manera de reciclar energía, de darle poder a la alegría.
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