La revista 'Monteagudo' profundiza en la influencia de Italia en la estética de Gaya
La publicación de la UMU dedica un monográfico al impacto que produjeron en el escritor y artista sus estancias italianas tras su largo exilio en México
La revista científica 'Monteagudo', que con periodicidad anual edita la Universidad de Murcia, dedica casi en su totalidad el número 26 a la figura del ... pintor y escritor Ramón Gaya (Murcia, 1910-Valencia, 2005), bajo el título 'Correspondencias entre literatura y pintura: Ramón Gaya e Italia'. Coordinado por las profesoras de la UMU María Belén Hernández González y Carmen María Pujante Segura, este monográfico de coleccionista [está disponible en https://revistas.um.es/monteagudo] cuenta con colaboraciones de reconocidos 'gayistas', como Miriam Moreno Aguirre, Laura Mariateresa Durante, Pedro Luis Ladrón de Guevara, Eloy Sánchez Rosillo y Pedro García Montalvo, pero también de una nueva hornada de apasionados defensores de su arte y estética como Antonio Candeloro o Marius Christian Bomholt.
«El significado de Italia para la estética del autor ha sido poco estudiado hasta ahora», pero es fácil constatar –anotan Hernández y Pujante en la introducción– que «sus estancias y experiencias en Venecia, Florencia o Roma –tras el exilio en México y Francia– iniciaron una etapa nueva y más feliz. Sin duda, Italia y sus maestros pintores representaron una innegable inspiración que imprimió un carácter humanístico en la obra de Gaya y también una búsqueda transfiguradora sobre la esencia del arte». Para demostrarlo, esta visión es reforzada con una breve antología de Gaya, con hermosísimos textos como 'Belleza, modernidad y realidad', 'Tropiezo y contrariedad de la belleza (Tramonto romano)', 'Diario de un pintor' o 'El sentimiento de la pintura', anotaciones de cuadernos de viajes, poemas y otras reflexiones que ya aparecen en sus 'Obras completas' publicadas por Pre-Textos.
El número 26 incluye una antología de textos de Gaya y una memoria gráfica, en la que figuran fotografías inéditas
En una breve memoria gráfica –con algunas imágenes inéditas– encontramos a Gaya, por ejemplo, en 1950 pintando en el lago Chapultepec de la Ciudad de México; en Via Margutta, en su primer estudio romano, en 1956; con Tomás Segovia por París, o con Juan Gil-Albert y Concha de Albornoz en Villa Adriana, en 1953.
«El milagro vivo de lo veneciano»
«Con prisa, sin un orden riguroso, se le fueron añadiendo ingredientes muy distintos, como en un guiso, y salpicándolo luego de muchas especias orientales, dejaron que todo se cociese a la luz transfiguradora del Adriático; luz mágica, eso sí, aparentemente débil y fría, pero que supo convertir el mármol en nube, la piedra en agua, y reducirlo todo a una especie de materia tornasol. Esta materia tornasol, es decir, compleja, es lo que verdaderamente puede llamarse el milagro vivo de lo veneciano», escribió Gaya en sus cartas. Venecia no pudo ser la ciudad elegida para vivir tras su exilio mexicano, como tampoco lo fue Florencia. Eligió Roma, «quizá por ser más barata», observa Pedro Luis Ladrón de Guevara en el monográfico de 'Monteagudo' citando el libro de José Luis Valcárcel Pérez.
Sobre la figura del Premio Nacional de Artes Plásticas en 1997 y Premio Velázquez de Artes Plásticas en 2002, son interesantes las reflexiones que realiza en una entrevista su viudal, Isabel Verdejo –el pintor perdió en 1939 a Fe Sanz, su primera esposa, en el bombardeo de Figueras, al que sobrevivió su única hija, Alicia, que vive hoy en Portugal–. Verdejo recuerda que tras 11 años exiliado en México, Gaya empieza a sopesar la idea de volver a Europa, y es así como viaja de junio de 1952 a junio de 1953 por Francia, Portugal –donde se reencuentra con Alicia, que vivía allí con Trinita Japp, la viuda de Cristóbal Hall– e Italia. «En Venecia tuvo una especie de revelación», señala Verdejo, y así lo dejó escrito el artista en 'El sentimiento de la pintura': «Un atardecer, de entre aquellas aguas espesas, usadas, me pareció ver salir, surgir como una Venus cochambrosa, el manchado cuerpo de la Pintura». Tres meses permaneció Gaya en Venecia, incluso pensó en demorar su estancia, «pero tener un pequeño estudio en Venezia, no siendo veneziano, se le reveló como algo prácticamente imposible; las casas eran grandes y había que empezar por acondicionarlas. No disponía del tiempo ni del dinero necesarios. Para sus estancias en Venecia se serviría siempre de pequeños hoteles bien situados».
El arte es «carne viva»
Al final decidió establecerse en Roma, donde vivía María Zambrano, una de sus grandes amistades. «María y Ramón se veían casi a diario, salían a cenar en alguna de las 'trattorías' del barrio y hablaban de lo humano y lo divino. Ramón ha declarado en alguna ocasión que leer a María era un gozo y una gran enseñanza, pero que escucharla de viva voz, sin público, ellos dos solos, era una experiencia indescriptible», evoca Isabel Verdejo. Para Gaya, «el arte no es otra cosa, no puede ser otra cosa que vida, carne viva, aunque, claro, no sea nunca mundo», cita en su 'Cuaderno de viaje', una obra publicada en México por Mazapanes Toledo como calendario de 1953, donde aparecen descripciones de ciudades francesas e impresiones sobre Roma, Siena, Venecia, Asís, Pisa, Florencia, Pompeya y Pestum.
García Montalvo aprecia en su obra la «cualidad esencial de las cosas»
Dice el escritor murciano Pedro García Montalvo que «en pocas manifestaciones de la pintura he visto yo con tanta nitidez como en los cuadros de Ramón Gaya cierta cualidad esencial de las cosas, del mundo, que vale para todas las formas de la creación, pero que se hace muy patente en el hecho de pintar». Lo cuenta en 'Alegría y temblor (la pintura de Ramón Gaya)', uno de los artículos que incluye este monográfico de 'Monteagudo' dedicado casi por entero a Gaya.
Aparecen, entre otros textos, los poemas en los que queda patente la huella de Gaya en la poesía de Eloy Sánchez Rosillo, entre ellos 'La espera', un homenaje al pintor incluido en su libro 'Páginas de un diario' (1981).
Santiago Delgado aborda la relación entre Miguel Espinosa y Gaya («de 'pájaros solitarios' Gaya y Espinosa acaso estén pasando a ser 'raras avis' en el devenir de la trayectoria de la evolución artística, Literatura incluida»), mientras que Antonio Candeloro (UCAM) intenta «leer los retratos que Gaya le dedica a Cernuda para ver cómo se desarrollan y se entretejen las miradas especulares entre el pintor y el poeta». Según Elide Pittarello, el sentimiento trascendente que embarga a Gaya tras su primer encuentro con la ciudad de Venecia «es el primer paso de su identificación sagrada de las artes –pintura, poesía, escultura y música– con la Naturaleza y sus elementos cosmológicos. La experiencia veneciana posibilita una nueva creatividad icónica y verbal. La pintura conlleva siempre una enigmática dualidad, manteniendo rasgos de su procedencia misteriosa».
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