¿Quién se resiste a volver?
ALGO SUPUESTAMENTE ENTRETENIDO ·
Conocí a Samuel tras la barra de Kome cuando mis hermanos, L y R, me llevaron allá por 2014. Guardo una foto de ... esa comida en la cocina de mi casa. En ella aún tengo pelo y los tres sonreímos a la cámara mientras miramos una cazuela de mejillones en escabeche. Es increíble lo nítidos que tenemos algunos de los momentos de nuestra vida y lo difusos que están otros. Imagino mi mente en un azaroso juego de recordar y olvidar, en una lucha titánica por decidir lo que hay que llevarse en la mochila y lo que hay que dejar atrás para mantener la salud.
Ese día sigue intacto, como los sucesivos en la barra de Kome. De allí se salía feliz. Fíjense ustedes, feliz. Lo rápido que se dice la palabra, lo fácil que se articula en nuestra lengua y lo difícil que es conseguir esa sensación. Samuel y Arturo lo lograban. Al abrir la pesada puerta de madera olvidabas lo de fuera y entrabas en un lugar en el que era obligatorio sentir, degustar, centrarse en cada uno de los matices. Una visión moderna y única de la cocina.
Me apenó mucho que cerrara, pero me quedé con buen sabor de boca por la última vez que estuvimos allí. Varios amigos celebramos que M se casaba y Samuel preparó un menú con sus platos más míticos. Celebramos la vida, el amor y la mejor cocina que ha visto esta ciudad. Brindamos con buenos vinos y un champagne de categoría que trajo C y que le costó medio sueldo. Terminamos con ese güisqui japonés que sabía a última canción de tu grupo favorito en un concierto, a himno que no envejece. Cerramos una etapa, en todos los aspectos.
Esta columna ha sido escrita mientras sonaba 'Nosotros', de Claim; y 'Paloma', de Andrés Calamaro
El pasado sábado vinieron unos amigos vascos y había que enseñarles los mejores rincones de la ciudad. Y una de las paradas fue para celebrar que Samuel, de la mano de su inseparable Arturo, ha vuelto a la batalla (de donde nunca se fue, en realidad). Han cogido el testigo del Café Bar Verónicas, un sitio mítico que está detrás del Mercado. Y lo han hecho como suelen hacer las cosas: con amor, con respeto a las páginas escritas de la historia, adaptándose.
Pedimos unas cañas, probamos un bikini ibérico que nos despertó los sentidos, volvimos a disfrutar del cazón en adobo y flipamos con el sashimi de bonito y tomate murciano. «Soy muy feliz», me dijo Samuel. Y yo lo fui viéndole sonreír haciendo lo que más le gusta.
Vayan a tomarse un aperitivo y digan que van de mi parte. Pidan una Estrella de Levante bien fresca y dejen que estos dos genios les introduzcan en su imaginario gastronómico, lleno de corazón murciano y de valentía. No se van a arrepentir.
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