Recuerdos de alegrías y tristezas en Melilla

Melilla siempre fue como ese paraíso cercano en la memoria de Elisa Sánchez Baena (Melilla, 1939), hermana del dibujante y médico Manuel Sánchez Baena, creador de la añorada viñeta del 'Tío Pencho' de LA VERDAD. El peregrinaje vital de esta melillense afincada en Murcia ha sido documentado por su nieta, la creadora escénica y artista multidisciplinar Blanca Escobar, para la exposición que se inaugura este miércoles, a las 20 horas, en la Sala Pequeña del Museo de la Universidad de Murcia, en el Cuartel de Artillería.

Recuerdos de alegrías y tristezas, porque siempre hay un día en el que las vidas, por muy perfectas que parezcan, se rompen. A Elisa le sucedió con su primer embarazo. Venían dos niñas. Gemelas. «Pesaban tres kilos y medio cada una, pero nacieron muertas, y yo le pedí a mi madre que quería que fueran enterradas con mi abuela. Ella me dijo que no me preocupara por eso. Cuando yo ya me encontré un poco bien, un día que fuimos al cementerio pasamos de largo por la tumba de mi abuela, y le dije: ¡Pero mamá, si aquí están...! Y ella me contó que no estaban ahí enterradas, porque el cura había dicho que eran «pecadoras» y que no podían estar en el cementerio católico. Y entonces las enterraron detrás de una valla donde iban a parar los cuerpos de los que se suicidaban, o los rojos, y se accedía por una puerta pequeña de madera. A mí me iba a dar algo cuando me enteré».

Todo esto lo cuenta hoy Elisa con entereza, con su mirada tajante, de esas que corta cualquier posibilidad de réplica. «Recuerdo que al menos en Melilla los domingos íbamos a llevarle flores a los difuntos. Un día hablamos con el sepulturero y nos dijo que iba a pasar las niñas con mi abuela, y yo creo que están con ella, pero todavía tengo duda. Cosas de antes: porque no las habíamos bautizado...».

Los deseos de ser madre eran tan poderosos que Elisa tuvo después ocho hijos –una niña y siete varones, los dos últimos mellizos–. Cinco de ellos nacieron en Melilla. Con 30 años se marchó de la ciudad autónoma española en el norte de Marruecos, y llegó a Murcia por un traslado profesional de su marido, el otorrinolaringólogo y pediatra melillense Salvador Escobar –que fue médico de la Redacción de LA VERDAD–. «Las historias de Melilla eran habituales en la familia, y, de hecho, yo tenía claro que si iba a Melilla tenía que ser con mi abuela Elisa. Este verano, por fin, cuando se da la posibilidad después de tiempo intentándolo, coincide con mi 30 cumpleaños, que es la edad a la que ella deja este lugar». La muestra utiliza esta circunstancia como percha.

Elisa volvió, por fin, a Melilla, después de más de 40 años sin pisar las calles de su infancia. Un retorno emocional, documentado por Blanca Escobar, que incluye una película sobre el viaje en busca de sus recuerdos. Entre los lugares que fue a visitar no podía faltar el cementerio. «Cuando entramos –recuerda Blanca– nos dijeron que las fosas comunes estaban cementadas y que ya no existían. Nos quedamos todos bastante impactados». Además, recuerda Elisa, «hay muchas tumbas abandonadas porque ya no quedan muchas familias que vivieron allá». En una de las llamadas telefónicas que hacen al cementerio, «nos aseguraron que mi tío Pepe, hermano de mi madre, había ido con el sepulturero y las había cambiado de lugar», asegura Elisa. «Yo me las quería traer, pero legalmente no podía porque ellas ya no están allí». No llegó a ponerles nombre. «Me pidieron que no las viera», rememora Elisa, «porque así, me decían, parecería que había sido un sueño. Pero puedo decir que yo no las vi, y que me acuerdo mucho de ellas».

«Mi padre era de Málaga y mi padre de Ceuta», evoca Elisa en este encuentro con LA VERDAD, «lo que pasa es que vivían en Melilla. Allí nací yo y mi hermano Manuel, allí hice la comunión y me casé, y ya me fui a Marruecos. Estuvimos unos años viviendo en Oujda y en el oasis de Figuig, en el desierto, pegado con Argelia. ¡Yo qué sé los kilómetros de carretera que hacíamos!». En Melilla había «mucho ambiente», y en el paisaje era habitual encontrarse con la soldadesca, con los reclutas destinados a la ciudad para hacer el servicio militar. «Recuerdo que los marroquíes que querían entrar a la ciudad a vender tenían un pase para entrar y salir», señala Elisa, que destaca la buena convivencia entre comunidades (judíos, árabes y cristianos) y el ambiente multicultural.

En cambio, hoy, observa Blanca Escobar, «es inevitable sentir una cierta sensación de encierro, porque Melilla ocupa 12 kilómetros cuadrados y está completamente vallada. En tiempos de mi abuela no existía esa separación. El mar, de repente, lo ves vallado y eso sí que ha cambiado». Muchas vidas perdidas intentando entrar como sea.

El viaje de los Escobar a Melilla partió del puerto de Almería, donde tomaron el ferry nocturno. «Comparado con los ritmos de viaje actuales, aquello lo recuerdo como eterno, con la sensación de que nunca llegábamos. Esa lentitud nos la tomamos todos como el ritmo para aclimatarnos a lo que es este lugar», evoca Blanca. Melilla conserva el encanto de las ciudades modernistas gracias al arquitecto catalán Enrique Nieto, discípulo del mítico Gaudí. «Ojalá podamos llevar esta exposición allí».

La muestra 'Melilla' estará hasta el próximo 30 de marzo de 2023.

Como curiosidad, ciertos días a la semana los visitantes encontrarán a Elisa y sus amigas –ella es la más joven– jugando a las cartas en la sala y contando estas historias a los que quieran escucharlas. Quien quiera podrá sumarse a la partida. Para la inauguración, además, habrá té moruno y pasteles árabes. Una cita ineludible.

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