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Concha Martínez Barreto, junto a una de sus obras expuestas en la Ermita de San Roque de Fuente Álamo.
«No recuerdo quién eres...»

«No recuerdo quién eres...»

Concha Martínez Barreto muestra en la Ermita de San Roque, en Fuente Álamo, las obras de 'La hoja invernal'

Martes, 10 de octubre 2017, 17:27

A veces, se descubre inquieta, deambulando en un claroscuro de desasosiego en mitad del cual, desnuda de alma y con su capacidad de ternura temblando, le dice a alguien que la observa con estremecedor sigilo: «No recuerdo quién eres, aunque estoy segura de que un día te quise». Y de otra cosa más está segura: «Yo no querría pasar al olvido; estar ahí, en una fotografía, y que nadie supiese llamarme por mi nombre. No me gusta el olvido». Lo dice Concha Martínez Barreto, quien hasta el 5 de noviembre muestra su universo creativo, bajo el título de 'La hoja invernal', en la sala de exposiciones la Ermita de San Roque, un buen motivo para visitar el pueblo de la artista, Fuente Álamo, donde nació en 1978.

La muestra, cuidada con esmero por los responsables del espacio -de propiedad y gestión municipal-, llega en un momento en el que la artista está más preparada que nunca «para el cambio, para la alternativa, para que no se convierta en un problema un camino que se te cierra, porque seguro que hay otro por el que sí podrás ir». 'La hoja invernal' no es ajena a esta reflexión de Marguerite Duras, que tiene el poder de inspirar y conmover a Martínez Barreto: «Vendrá un tiempo en que no sabremos dar un nombre a lo que nos una. Su nombre se irá borrando poco a poco de nuestra memoria. Y luego, desaparecerá por completo».

  • Exposición. 'La hoja invernal'.

  • Artista. Concha Martínez Barreto (Fuente Álamo, 1978).

  • Dónde. Sala de exposiciones Ermita de San Roque. En Fuente Álamo.

  • Hasta cuándo. Domingo 5 de noviembre.

  • Organiza. Concejalía de Cultura. Ayuntamiento de Fuente Álamo.

«No dejar huella es preferible a dejar una molesta», defiende la artista, que reconoce que «el miedo a la muerte es el tema más constante en mi trabajo». Precisamente, asegura «que no llego a obsesionarme con ella porque trabajo sobre esa idea de que nos vamos a morir». La muerte, que suele tener al olvido como aliado, convive plena de fuerza y vitalidad al lado de sus sombras.

«Se duerme, vive una gran aventura en otro mundo y se despierta. Me resulta muy sugerente pensar que la Alicia [de Lewis Carroll] que despertó ya no era la misma de antes»

A Martínez Barreto -que trabaja con la fotografía, el dibujo, la pintura...- le encanta recopilar antiguas fotos familiares «buscando sentir que los que se van siempre permanecen». Sin embargo, es consciente de que «los fotografiados -que debieron sentir que esa cámara que tenían delante era un salvoconducto hacia el futuro, que aseguraría su presencia más allá de la muerte-, solo parecen hablar con el silencio y sus rostros ya no logran tener un nombre».

Es «el encuentro con estas viejas fotografías y la dificultad para hacer una lectura de ellas» el germen esencial de su trabajo, que le permite «reflexionar sobre la capacidad de las imágenes para retener la memoria y me lleva a desarrollar un discurso sobre la propia identidad, las conexiones intergeneracionales, la muerte y el olvido».

Sí, en la obra de esta artista tiene cabida «el miedo a la ausencia de memoria», que «habla, en definitiva, del propio miedo a la muerte, a dejar de ser, a que mis recuerdos no pertenezcan a nadie y a que mi cara encontrada en una imagen no pueda vincularse a ningún nombre».

Explica Martínez Barreto que «el interés por la permanencia y la reconstrucción de la memoria como cuestión identitaria» dirigen su trabajo hacia «los archivos familiares, en un intento por atrapar el recuerdo y forjar mi identidad a través de la vida de los que me precedieron». Pero, añade, «pese al vínculo existente con el viejo imaginario doméstico, los enormes vacíos en la transmisión de vivencias e historias hacen que estas imágenes no puedan despertar en mí ningún recuerdo». ¿Y entonces? «Pues, cuando para los fotografiados hubieran podido suponer todo un desencadenante de evocaciones, que les llevaría a rememorar unas voces, sentir el tacto de una silla de madera o unas manos apretando fuertemente... ante mí se muestran cargadas de claves, de historias -mi propia historia- difíciles de descifrar». Y, así, «el tiempo, que era lo que presumiblemente trataban de atrapar, ha terminado por desdibujarlas». Todas esas imágenes frente a ella, frente a sus dolores y expectativas, frente a la vida que se le escapa entre los dedos, los deseos no satisfechos y los besos sin dar...; todas esas imágenes, «antes emotivas y cargadas de significado, quedan ahora, sin el relato de sus protagonistas, desprovistas de argumento. Al suponerlos desaparecidos, me enfrentan a la imposibilidad de conocer sus historias y la mía».

Hay una voz muy especial para Martínez Barreto, «la de mi padre», que ha hecho de puente «entre las generaciones que fueron y las que son». Y existe una realidad que termina cayendo sobre nosotros como una roca imbatible: seremos la nada. Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, que dice Sánchez Ferlosio, e incluso llegará ese instante en el que ni ojos nos quedarán ya, ni una sola promesa realizable, ni pulso para coger oxígeno.

La artista puede dar fe de que, sencilla y afortunadamente, el arte salva: «Pasé por una crisis vital bastante fuerte», recuerda, «y me vino muy bien trabajar entonces en un proyecto artístico que trataba sobre el mito del héroe, que yo encarné en la figura de Alicia, de Lewis Carroll. Para mí fue algo catártico. Sentía un vacío inmenso. Me gusta la figura de Alicia porque ella se duerme, vive una gran aventura en otro mundo y se despierta. Me resulta muy sugerente pensar que la Alicia que despertó ya no era la misma de antes». «Cuando se atraviesa una crisis», prosigue, «creo que se nos brinda una oportunidad de crecimiento que hay que aprovechar».

Surcos

A Martínez Barreto hay algo que le encantaría especialmente, hacer realidad uno de sus sueños imposibles: «Me gustaría tener alas. Subir a lo alto, acercarme a otros puntos del mundo, no escuchar nada, mirar el mar desde el cielo, acariciar con las manos las copas de los árboles...». No solo en sus obras habita el paso del tiempo, también en su propio cuerpo. Con aceptación: «Me veo surcos que no tenía no hace mucho tiempo, pero me gustan porque no están ahí por casualidad: son las marcas del sufrimiento, de las horas de entrega, de la falta de sueño, de acudir durante la noche a las llamadas de mis hijos...».

En su 'Serie S/T', integrada por óleos sobre lienzo realizados en 2016 y 2017, Martínez Barreto reflexiona sobre la infancia -un tema que desde que fue madre le interesa todavía mucho más-, la velocidad del tiempo que se diluye, la soledad y los gestos con los que tratamos de evitarla no siempre con éxito. Y también, precisa, «sobre la propia pintura como un ejercicio de amor, como si a través de ella tratara de mantener unidas esas vidas que tienden a alejarse unas de otras». Y concluye: «Amo pintar».

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