Hace poco volví a ver el Joker de Joaquin Phoenix con la intención de reafirmarme en las sensaciones que tuve al salir, allá por ... un 2019 que se me antoja muy lejano, del cine. Y me reafirmé, vaya si lo hice. Es una interpretación tan apabullante, tan potente y bien forjada que remueve las tripas, un Oscar más que merecido. Recordé que, en el discurso de agradecimiento del galardón, habló de la vida que había llevado cuando era joven, de la arrogancia y los malos hábitos para con los demás. Y al terminar, visiblemente emocionado, recordó unos versos que había escrito su malogrado hermano River: «Run to the rescue with love and peace will follow» («corre al rescate con amor y la paz te seguirá»). La frase, la fuerza de lo que evoca y a lo que hace referencia, se me quedó pegada al paladar durante muchos días.
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Porque si algo he querido ser yo en esta vida que me ha tocado transitar es buena persona. Mucho antes que listo, rico o guapo. Desde bien pequeño me ha provocado ansiedad no estar siempre en el lugar en el que se me necesita. Me sigue provocando pavor cuando alguien que quiero me pide auxilio porque no sé si voy a poder ayudar realmente; no sé si voy a tener la receta perfecta, el ingrediente estrella, para salvar a esa persona de lo que le esté pasando. Menuda tontería, lo sé, hasta yo lo pienso de vez en cuando, pero tengo un nudo en el centro del pecho desde que tomé conciencia de que mi objetivo en la vida era no salirme del camino recto de la bondad.
Lo sigo intentando, y valga esta columna para pedir perdón a todas las personas a las que he hecho daño a lo largo de mi vida. De corazón. Menudo cliché voy a soltar, pero la edad me ha ido convirtiendo en una persona mucho más centrada. Y en parte, se lo debo a los errores que he ido cometiendo, a cada uno de ellos. Cuando me desvío de ese sendero de la rectitud, intento volver a los versos de Gloria Fuertes: «Lo primero, la bondad; lo segundo, el talento. Y aquí termina el cuento». No hay más, ni menos, que no es moco de pavo.
Esta columna ha sido escrita mientras sonaba 'Willow', de Taylor Swift; y 'Don't you, Pt. 1 & 2', de Micah P. Hinson
Últimamente he leído libros muy bonitos y de los que he aprendido en mi búsqueda. De 'Simón', de Miqui Otero, he copiado el corazón; y con 'Panza de burro', de Andrea Abreu, me he quitado el miedo a recordar la infancia. Porque somos un todo borroso, que solo se aclara con la experiencia y la prueba-error. Es un proyecto para toda la vida que, cada día, vuelve a empezar, y yo quiero llegar al final satisfecho, vacío de bondad.
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