Carlos Pardo (Murcia, 1970) ante una de las obras que presenta estos días en el estudio y galería Arquitectura de Barrio. VICENTE VICÉNS / AGM
Pintor, escultor, alarife y empedrador

Carlos Pardo Gómez: «Plantar habas y guisantes es también parte de mi trabajo»

El creador murciano expone en Arquitectura de Barrio hasta el 25 de noviembre la muestra 'Volver a la tierra'

Jueves, 17 de noviembre 2022, 00:21

Carlos Pardo Gómez (Murcia, 1970), el alarife del arte regional, trabajó con Javier Artaza, profesor del Conservatorio Profesional de Música de Murcia, en un proyecto ... de asignación de colores a la escala musical. En fin, una locura, que se ha intentado muchas veces. «Yo me guié –explica Pardo, que dice de Artaza que es «un cerebrito de cojones»–, por la natural mía, que es el xilofón que me regalaron mis padres de pequeño, y yo leía las partituras siguiendo los punticos negros. Ahora yo los leo, pero entonces de crío lo hacía por colores». En 'Paisaje de Sol mayor', por ejemplo, el rojo es un Sol. «Todo es transportable a la música. Pero, claro, los cuadros están parados en el tiempo. Si tú pones el cuadro en construcción en el tiempo, sí puede sonar», descubre Pardo, «como vemos el cine, el vídeo... pero ese trabajo es tan complicado, y necesitas tiempo... Me tiré dos años con aquello». Para las seis obras audiovisuales 'stop motion' que realizó en este proyecto de música y pintura había una coincidencia cromática del cuadro que se construía en un montaje de cientos y cientos de fotografías. Un empeño agotador.

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Hasta el 25 de noviembre [el día 24 ofrecerá una conferencia invitado por la Real Academia de Bellas Artes Santa María de la Arrixaca en la Casa Díaz Cassou, a las 19.30 horas], en la galería murciana Arquitectura de Barrio (calle Julián Calvo, San Antolín), enseña 'Volver a la tierra', muestra compuesta por piezas de pequeño y mediano formato, ejecutadas este verano, coletazos de aquel proyecto anterior, que, como él reconoce, es, junto a su casa, el gran proyecto de su vida. «Sigo trabajando en eso, pero de forma menos científica, podríamos decirlo así, porque yo tengo que comer, y tengo que atender otros encargos».

–¿Qué obra representa mejor el espíritu de 'Volver a la tierra'?

–'El gran acorde'. Aquí está la sinfonía completa. Es complicado explicar a un especialista en arte o a un crítico de arte que para mí plantar habas y guisantes es también parte de mi trabajo. ¡Porque todo tiene que ver también con la tierra! Es que hacer pedrizas y muros de piedra es parte de mi trabajo. Que está muy bien Cézanne, sí, pero los miles y miles de kilos de piedra que yo he movido en mi casa [en Mazarrón, donde ha ido construyéndose su estudio y su vivienda a lo largo de 20 años] están ahí en estos cuadros, en estas trabas, en estos cruces. ¡Porque las construcciones de mis cuadros no se caen! Están trabajadas como los muros. Me gusta mucho trabajar la piedra en seco [un arte que es patrimonio de la humanidad]. Y ahora estoy cultivando los bancales que he creado. Y eso está ahí.

LA PURA VERDAD

«Que está muy bien Cézanne, sí, pero los miles y miles de kilos de piedra que yo he movido en mi casa [en Mazarrón, donde ha ido construyéndose su estudio y su vivienda a lo largo de 20 años] están ahí en estos cuadros»

–¿Cuándo se dio cuenta de que su arte sale también de la tierra?

–He tardado en entenderlo y en darle forma a todo eso. Porque yo no me levanto por la mañana y me meto en las redes sociales para decir qué chulo esto o lo otro. Es justo al revés. Tengo material e ideas de sobra para vivir y crear. Lo que me falta es tiempo para desarrollar todo lo que pienso.

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–¿Con quién comparte todo eso?

–Con nadie. Ahí está, en el cuadro. Hay un trasfondo detrás de cada obra. Joaquín Clares hizo un vídeo con un dron de mi finca y yo mismo me asombré de todo lo que había movido allí. Y yo solo. Me he tirado años partiendo y troceando piedras con el marro. ¡A mano! No había nadie para ayudarme. ¡Yo solo! Pim pam, pim pam, pim pam... He aprendido de los últimos 'empedraores', poceros y esparteros...

–La mano del hombre también puede ser benéfica...

–Es que ahora mismo aquello es un jardín, porque están criando las tortugas, están comiendo los animales, tengo yo mi huerta... lo que estoy haciendo en mi finca es frenar la erosión, y en el momento en que lo haces la materia orgánica se deposita, porque la tierra es buenísima, pero no tiene materia orgánica, por eso hay que frenar el arrastre, como hacían los antiguos. Y en cuanto lo haces allí puedes criar, y plantar patatas, guisantes, cebolla, tomates...

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–¿Siempre fue ecologista?

–Sí, claro. Yo me he criado entre el taller de mi padre –el escultor Pedro Pardo– y el de mi abuelo –Carlos Gómez Cano, escultor y carrocista–. Y yo era muy revolucionario, me apasionaba la naturaleza y el medio ambiente, los animales. Yo quería ser biólogo, me flipaba ese mundo. Todo eso me llevó a meterme en ANSE, y descubrí el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre, y cuando mis padres se separaron, con 16 años yo, me fui a vivir a la casa forestal de El Sequén, a cuidar de especies protegidas. Era una iniciativa pequeña, aunque luego lo acogieron institucionalmente. Iba al vespertino a La Alberca, y había veces que me iba andando, porque no tenía ni moto. Ahora, estaba hecho una fiera... Después de aquello, yo ya no podía volver a vivir en Murcia. Trabajaba los fines de semana con los albañiles. Y junté dinero y me compré un trozo de tierra, muy grande y muy barato, en Mazarrón. Diez o quince hectáreas. No tenía ni coche. Me compré un burro y una finca. Y allí que me fui.

Disparate

–¿Ganaba más como albañil que ahora como artista?

–Pues sí, porque trabajaba diez horas al día y cogía perras. Me faltaba dinero para comprar la finca, y mi abuelo Carlos, un hombre muy emprendedor, me dio las 800.000 pesetas que me faltaban. Mi abuelo Carlos era un disparate, maravilloso, mira si lo era que una vez quiso comprarse un rancho del Oeste en Almería. Pero mi abuela se lo quitó de la cabeza.

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–¿Qué es lo que nunca falla?

–El registro visual. Desde los 16 años yo he trabajado de albañil con el maestro Andrés 'El Pelaílla', Dieguito 'El Trampas' y tal. Yo con ellos aprendí a trabajar, y era un torbellino trabajando, y cobraba a 1.000 pesetas la hora. Y eso venía de la escuela de mi padre, que me decía cuando estaba en el bar La Viña, «toma nene, aquí no vuelvas sin tabaco», y Murcia entera cerrada, y estos, Cacho, el Belzunce, el Pepe Albacete... tomándoselas y el nene tirando millas buscando tabaco. Porque a mí lo que me gustaba era escuchar las historias de ellos. Yo quería sentirme un hombre, y yo flipaba con Joaquín 'El Culipavo', que silbaba que te cagas y hacía 'El Borriquillo' cuando pasaba una tía buena.

–¿Qué ha sido?

–Un niño felizmente explotado.

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