De película
UNA PALABRA TUYA ·
Te pones en sus pellejos, con su presente a la deriva; miras al futuro, con cualquier certidumbre también a la deriva, y claro que resulta complejo estar en pazLo dice Woody Allen y por algo será: «Hay que trabajar ocho horas y dormir ocho horas, pero no las mismas». Espero que hayan dormido ... ustedes bien y también que les guste este tipo genial, porque sus películas son siempre un soplo de aire inteligente que no estamos ahora, precisamente, para dejar pasar. He vuelto a ver 'Medianoche en París', una delicia sin pretensiones de obra maestra que te deja el cuerpo relajado y listo para alegrarte el día, listo para volver a creer en ti mismo y para volver a ilusionarte con la vida, aunque ahora debamos atravesarla en mascarilla cuando salimos a la calle; y, por supuesto, rematadamente listo para viajar a París en cuanto te caigan unos putos euros del cielo y la Covid-19 lo permita hacer sin sobresaltos.
Una película que, cuando finaliza, te expande en la boca un excitante gusto a champán, en la piel unas cuantas gotas de lluvia y madreselva, y en tu cabeza hirviendo un deseo firme de no dejarte caer en el pozo sin fondo de la nostalgia, ni de perder energías lamentándote pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor.
En este canto sin sirenas a las posibilidades que siempre tenemos de reorientar nuestra propia vida, en este canto nada bobo al amor, a la felicidad y a los sueños por cumplir que nos esperan –pese a los temores que flotan invisibles en el aire–, en esta película rebosante de fino humor y belleza por todos lados que Woody Allen nos regaló, y que yo no les voy a contar ahora para no desmontar, por si no la ha visto usted, los secretos que encierra, que se sienta bien está asegurado. Cuánta inteligencia, sensibilidad, y capacidad de inspeccionar el alma hasta en sus rincones más apartados, nos acerca con su cine el astuto Woody Allen, ese cineasta chotado perdido y ejemplar, ese escritor incisivo y brillante, ese conocedor de la torpe y conmovedora especie humana, la que anda dale que te pego todo el día jodida y al sol, porque quieres que llueva y te achicharra el sol, porque quieres sol y te ahogas en un charco, porque llega un día en el que crees que ya nunca más levantarás cabeza.
Pero sí, claro que la levantas, y empiezas de nuevo tras el confinamiento. Woody Allen te ayuda a reirte de ti mismo, a desdramatizar el drama, a ver cinematográficamente claro que somos plurales, que somos un tesoro y que somos una bala perdida. Y viendo esta película suya, que rinde homenaje a escritores amados como Scott Fitzgerald y el resto de sus colegas de la Generación Perdida norteamericana, y con la que entran hambre y sed y ganas de bailar y de viajar y de celebrar la existencia de los amigos, los libros, el arte, la música, el teatro y, por supuesto, el cine, le das la razón a Calderón, porque toda la vida es sueño y los sueños, sueños son, pero también te apetece contribuir a mejorar la realidad, que estos días viene cargada de pateras, llegadas a nuestra costa, con semejantes en busca de una vida mejor. Te pones en sus pellejos, con su presente a la deriva; miras al futuro, con cualquier certidumbre también a la deriva, y claro que resulta complejo estar en paz aunque suene de fondo la música de Cole Porter, a quien también se rinde tributo en esta medianoche de sorpresas en la que nos descubrimos, finalmente, esperanzados.
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