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Pedro Cano, segundo por la derecha, esta semana en una visita guiada por la exposición 'Teatros', en el Teatro Romano de Cartagena. Pablo Sánchez / AGM

Pedro Cano, un nómada en el tiempo

'Teatros', su última exposición en Cartagena, ahonda en su naturaleza errabunda y en su amor por el mundo clásico invitando al espectador a un inolvidable viaje por el Mediterráneo

Domingo, 8 de agosto 2021, 07:56

La última exposición de Pedro Cano (1944), 'Teatros', es también un viaje a la intimidad del artista de Blanca. El catálogo, uno de los más ... bellos que ha creado el diseñador gráfico José Luis Montero, está repleto de confidencias. Textos manuscritos en los que, más nostálgico que nunca, parece querer volver a todos esos lugares del Mediterráneo ya trasegados para decirnos: así fue mi vida, así soy yo, este es mi mundo (y el tuyo, si deseas).

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«Había llovido en las primeras horas de la tarde, y los turistas habían dejado vacío el teatro [Aspendos, en la costa meridional de Asia Menor, Turquía, construido por el emperador Marco Aurelio, entre 161 y 180 d.C. con capacidad para 15.000 espectadores]. La fachada plana del edificio escondía la enorme cavea, en parte construida aprovechando el declive de la montaña. Mis hermanos [José, ya fallecido, y Jesús] subieron a las gradas y yo desde el escenario les recité una poesía de Calderón. La acústica era increíble». Este catálogo, insisto, es una joya de coleccionista, que bien pudiera haberse concebido como el libro definitivo del artista, como sabemos muy dado a la escritura de diarios manuscritos y pintados. Buena cuenta de ello da la Fundación Pedro Cano, cerrada este agosto por vacaciones, que dedica un espacio importante a estos cuadernos de viaje en los que el visitante se percata de su naturaleza errabunda.

Pedro Cano pintando en Leptis Magna (Libia).

Ubíquese en Bosra. Fue, como nos dice Pedro Cano, la antigua capital de la provincia romana de Arabia, en el sur de Siria. Su teatro, alzado en el segundo cuarto del siglo II d.C. «Parte de la ciudad nabatea de Bosra -cuenta el artista- aún estaba bajo tierra. Palacios semi enterrados, como oscura era la materia de las edificaciones. Solo el enorme teatro de basalto negro aparecía en el centro de la urbe con la potencia de su capacidad (dicen que casi 30.000 espectadores). En contraste con toda la piedra oscura, la escena blanca de mármol inmaculado estaba llena de gente con instrumentos musicales que disfrutaban de algo parecido a una romería. Era viernes, día de fiesta».

Petra (Jordania). ¿Puede haber lugar más bello sobre la tierra? Pedro Cano no estaba ese día para bromas. «La cena de la noche anterior en Amman -relata en el catálogo- me jugó una mala pasada. Llegué a Petra hecho polvo. Los trabajadores del pequeño y único hotel que había entonces me trajeron un tazón con hierbas hervidas. A pesar del calor enorme, iba con un jersey de lana y una manta encima del caballo que me llevó al tesoro. Dos horas más tarde, en camiseta, hacía unas acuarelas intentando copiar los salmones y los rojizos de la mítica ciudad hasta hace un siglo secreta». El teatro de Petra, del siglo I d.C., construido por los nabateos y ampliado por los romanos en tiempos de Trajano, nubló su memoria de sensaciones.

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Pedro Cano junto a sus hermanos en Aspendos (Turquía).

Así va narrando Pedro Cano este viaje por el Mediterráneo, difícilmente repetible ya, a través de sus teatros. Lugares todos ellos míticos, exponentes de las capacidades de los hombres para crear de la nada algo bello. Alejandría (Egipto), Apolonia, Leptis Magna y Sabratha (Libia), Aspendos (Turquía), Palmira y Bosra (Siria), Cartagena, Málaga y Mérida (España), Herodes Ático y Kos (Grecia), Taormina, Villa Adriana y Ostia Antica (Italia) forman esta suerte de florilegio iconográfico, fragmentos de una vida viajera en busca de inspiración en otras civilizaciones que nos presenta con gran despliegue estos días en el Museo del Teatro Romano de Cartagena. La directora de la institución, la arqueóloga Elena Ruiz Valderas, recientemente nombrada académica de número de la Real Academia de Alfonso X, califica como «especial odisea» el periplo de nuestro giróvago con pincel por el Mediterráneo. «Con sus acuarelas -dice Ruiz Valderas- nos sumerge en nuestra herencia clásica que es la base de la cultura occidental. El artista nos traslada sus sensaciones al respirar el mismo aire, percibir la misma luz y estar en aquellos rincones del mundo clásico. Una exposición nacida de su experiencia personal y de ese contacto directo desde joven con la antigüedad clásica, y que vemos en muchas de sus obras ('Villa Adriana', 'Ad Portas', 'IX Mediterráneos' o 'Pompeya'), pero también en sus apuntes, manuscritos y cuadernos de viaje, todo ello fruto de muchas horas de trabajo».

Anota Ruiz Valderas que los teatros romanos no solo fueron edificios de carácter lúdico para las representaciones teatrales, sino espacios de comunicación social y expresión de la vida cívica y religiosa de cada ciudad. «En el caso de Cartagena, el teatro fue un marco arquitectónico perfecto para la propaganda política, cultural y religiosa de Augusto, que se puede entrever en los mensajes escritos en piedra, en la monumentalidad de su fachada escénica o en el propio aparato decorativo donde nada parece superfluo». Pedro Cano pone su mirada, incide Ruiz Valderas, «en el potente graderío del Teatro Romano de Cartagena, y en la sugerente superposición de la Catedral Vieja sobre los restos de la cavea. La iglesia aparece aquí como testigo de las diferentes construcciones que ocultaron durante siglos el viejo teatro, que fue reencontrado bajo aquel popular Barrio de Pescadores recorrido por el artista adolescente».

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Recordemos que los padres de Pedro Cano tuvieron una pescadería en Blanca. Y de Blanca, su cuna, nuestro nómada pintor se reencuentra con la historia, con la sal del tiempo, con el viento de lejanas centurias. Y buscando la sencilla casa de Kavafis y el bar donde Durrel comía nos habla de papiros y pergaminos, y nos lleva al momento mágico de las letras escritas en Alejandría, con su faro y su biblioteca, siempre eterna.

Panorámica del Teatro Romano de Cartagena.

«Pero no fuerces jamás el viaje. Mejor que dure muchos años»

Hay en el catálogo de la exposición 'Teatros', de Pedro Cano, evocaciones literarias como la de este poema de Kavafis: «Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento. Llegar allí es tu destino. Pero no fuerces jamás el viaje. Mejor que dure muchos años. Y ya anciano ancles en la isla, enriquecido por cuanto ganaste en el camino, sin esperar que Ítaca te enriquezca». Ciertamente, el poema de Kavafis no es un recurso puesto al azar sobre esta obra de Pedro Cano, sino el mejor de los epílogos de una exposición que no puede entenderse sin el libro diseñado por José Luis Montero, «pensado a lo largo de 2020 y los inicios de 2021, maquetado y fotografiado página a página en estimulantes conversaciones, en unos tiempos en los que la falta del contacto lo hacían todavía más necesario e imprescindible». El viaje, mil veces evocado por Kavafis, significa para Pedro Cano la oportunidad de explorar no solo el mundo sino el alma de cada lugar. Ese aura reflejada en cada trazo, el instante del momento, la atmósfera eterna que se lleva el viajero. Pedro Cano, acurrucado en la piedra, observa el mundo. Es intérprete de lo pretérito.

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