Ver 14 fotos
Si en la portada de su último disco el eterno Djavan se muestra con una sotana de terciopelo escarlata, cual obispo de su propia religión, ... en Jazz San Javier -primera noche- apareció con poncho blanco, más de monje rural con pronóstico de lluvia. Para sus fans, es el sumo pontífice de un credo que predica el ritmo y la esperanza, el amor aunque clave alfileres, la comunión aunque avance el fanatismo. Le esperaba una colonia brasileña en las gradas, que agitó banderas, coreó sus temas y ovacionó su humanidad de cantautor intemporal, que es lo que les suele pasar a los músicos veteranos que no se salen de su universo, por muy mutante que sea el presente.
Con 74 años debe pensar que bastante le ha costado forjar su estilo con enorme talento, una voz aún acariciante y la capacidad de emocionar. Por eso algunos temas de su último disco, 'D', una buena síntesis de su marca, tienen ese aire de los ochenta que se cuela bajo la puerta, pero que suena ahora como una delicia, un alivio casi entre la grisura. Empezó discreto, encapuchado para saludar con temas de su época dorada, 'Curumim' (1989), con su aliño popular brasileño, y 'Boa noite' (1992), más oscura y popera. Dejó caer la capucha para enseñar unas rastas negras como las pesadillas. Con su menudez, una agilidad envidiable y ni una cana rebelde a la vista, Djavan se bambolea en el escenario con un aire peterpanesco.
Poco a poco fue transitando por sus baladas casi narrativas entre solos de trompeta o saxo, y sonriendo. La banda de siete músicos le acompañó entregada en su ceremonia de melodías que, como decía Pablo Milanés, se adentran sonriendo de callada manera. El brasileño fue a más. Solo cantó uno de sus últimos temas, 'Sevilhando', otro que remite a los noventa, para deslizarse hacia sus composiciones distintivas. Una de las más esperadas, 'Flor de lis', llegó por sorpresa, embutida en 'Aviao'. Muchos jóvenes descubrirían que 'Flor de lis' no la compusieron los Ketama, sino un chaval humilde con rastas y mirada un poco salvaje en los años setenta. Dicen que, cuando presentó sus primeros temas, le dijeron que no era suficientemente comercial. Menos mal que no hizo caso de los necios este compositor de gran talento y autenticidad.
En uno de los momentos más íntimos se quedó a solas con su acústica para dedicar «a todas las minorías» su 'Meu bem querer', que habla de un amor sacramentado, secreto y con algo de pecado en el corazón. Para pedir 'Num mundo de paz' se envolvió de ritmo funky. Con 'Iluminado' recordó al auditorio que «vivimos tiempos oscuros y quisiera dejar un rayo de esperanza» con una canción que podría ser de iglesia, de fogata en la playa, de coro gospel. Pero Djavan no necesitó a nadie para dejar su mensaje de paz.
El compositor, que se rebeló contra Bolsonaro con su canción 'Vivir es debe', rindió al público con algunos de sus temas eternos hacia el final. Llamó a bailar al foso para destapar la caja dorada de 'Se', 'Samura' y 'Sina', esas melodías que han resonado por los pasillos de la vida y, de pronto, el genio creador te las canta al otro lado de la línea del tiempo. Se caló unas gafas negras para tocar todas las manos con cercanía de predicador ante sus parroquianos. Niños y mayores le abrieron los brazos. Ya en camiseta y despojado de todas sus capas, hizo disfrutar en los dos bises con 'Pétala' y 'Lis'.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión