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Mapas sin mundo (24/03/2019)

Pedro Alberto Cruz

Domingo, 24 de marzo 2019, 10:34

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Solo reclama armas quien ansía apretar el gatillo. El enemigo nunca preexiste al disparo; se crea con él.

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Me ha sucedido siempre. Desde la primera vez que la vi. La línea de pintura negra que divide visualmente en dos el cuerpo de Günter Brus en algunas de sus obras me parece el gesto más violento de la historia del arte. ¿Por qué? ¿A cuento de qué priorizar una línea de pintura que no hiere ni duele a otras acciones aparentemente más lesivas como clavarse el pene, el escroto, recibir un disparo, pisar cristales o rasgarse las venas? La piel que se rompe tarde o temprano cicatriza. Pero la franja de pintura que bisecciona a Brus rompe para siempre su cuerpo de una sola pieza, nuestro cuerpo de una sola pieza. ¿Una sola pieza? Sí, la unidad que incapacita, que te ata a la cultura y te confiere ese carácter compacto, indestructible, que te impide ser tú mismo alguna vez, en plena libertad. A través de la línea de pintura, Brus divide lo indivisible, crea el imposible dos en la eternidad del uno, desata lo desconocido, lo múltiple, lo multiplicador. El desgarro llega hasta la última célula de tu ser. Nada turba y horroriza más que la libertad real, la que divide el cuerpo de una sola pieza de la cultura y nos arroja al abismo de la división. Nadie ha desafiado la presión y la prisión de la unidad como Brus.

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Hay demasiada política entre los cuerpos. Y esto convierte a los abrazos en imposibles.

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El artista Petr Davydtchenko acaba de inaugurar una exposición en el Palazzo Lucarini de Trevi en la que, a través de varias videoinstalaciones, muestra la forma de vida alternativa que ha llevado durante los últimos años. Para Davydtchenko, el concepto de 'alternativo' va mucho más allá de las connotaciones otorgadas por el resto de los mortales: vagando por carreteras -a veces desnudo-, recoge todos los animales que han sido atropellados -gatos, liebres, ratas, etc-, los congela y posteriormente se los come. Por medio de estas «critoocurrencias» -como él las llama-, el artista plantea un camino paralelo al actual sistema económico. Y lo hace mediante la transgresión de dos tabúes: ingiriendo algunas especies de animales que los estándares culturales consideran como basura; y convirtiendo en alimento el producto del accidente, del desecho. Asumimos como 'decente' el consumo de la muerte industrializada; en cambio, consideramos como repulsiva la ingesta de la muerte accidental. Más allá de los signos evidentes que llevarían a interpretar este conjunto de obras como demenciales, la propuesta de Davydtchenko presenta una finura discursiva alucinante.

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Lo de perder el miedo a decir lo que uno verdaderamente piensa se nos está yendo de las manos. Hay ideas para las que no tendría que haber lenguaje alguno que las formalizara. Estamos cerca de que el pudor se convierta en el nuevo maná político. Nostalgia de lo políticamente correcto.

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No se puede aspirar a escribir poesía en función del gusto de la gente. Un poema se nutre de las palabras y de las ideas repudiadas, del lenguaje sin prestigio, de los miedos y actos de cobardía por los que se pierden patrias. Donde hay poesía, no hay poder. Y donde hay poder, jamás habrá poesía.

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El único paraíso de la infancia es que en ella solo existen los nombres -sin apellidos-.

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En la vida de un cuerpo, llega un momento en el que el equilibrio siempre es desmedido.

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A veces, mientras duermo, crujen en el silencio de la noche las palabras que no he dicho a nadie.

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