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MAPAS SIN MUNDO (29/09/2019)

Pedro Alberto Cruz

Murcia

Domingo, 29 de septiembre 2019, 11:29

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El pasado martes 24, la asamblea de la ONU se convirtió en una suerte de 'estulticiódromo': Bolsonaro afirmando que era una falacia que la Amazonia fuera el pulmón del planeta; y Trump avisando de que el futuro era de los patriotas y no de los globalistas. La humanidad gana en capacidad de resiliencia, pero en el peor de los sentidos: ha aprendido a superar el trauma de declaraciones como éstas mediante su normalización. Cada vez que el individuo se sobrepone a estos actos de violencia, mayor es el margen del que disponen los malos para campar a sus anchas. Hemos optado por el padecimiento como forma de supervivencia. Y eso siempre beneficia a los mismos.

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A finales del XIX, el poeta flamenco Émile Verhaeren escribió: «España es, esencialmente, un país fúnebre. Su bandera debería ser en lágrima de plata». Y todo lo sucedido después no ha venido sino a darle la razón. La 'España negra' se impone por goleada a la 'España blanca'.

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Hizo falta que transcurriera solo una semana de la fatídica DANA para que la supuesta unidad política saltara por los aires. El único objetivo de la política española es destruir a su adversario, no mejorar la vida de los ciudadanos. Y si, durante unos días, se mantiene la ficción del bloque, de la unidad, es por estética, no por ética.

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En su poemario 'Libro de las opiniones' (Liliputienses, 2019), escribe el peruano Santiago Vera: «Si las ideas son cosas, hay que dar cuenta de su roce, su fricción». Esta es la clave: recuperar la dimensión del tacto. Ser conscientes de una jodida vez de que cualquier hecho -mayor o menor- no está solo, sino que comparte un espacio-tiempo con otras experiencias a las que acaricia o golpea. Faltan 'testigos del roce', informadores de los cuerpos próximos.

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¿En qué momento murió el conocimiento, y con sus pedazos se creó el remedo frankensteiniano de las encuestas?

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En un momento dado, el PP y Vox de El Ejido pensaron: «¿Para qué vamos a garantizar la seguridad de 36 mujeres que pueden ser asesinadas por la violencia machista si, como es universalmente sabido, la violencia no tiene género?». Es de suponer que, horas más tarde, recibirían alguna llamada desde Madrid para comunicarles: «Hay elecciones, ahora no toca ideología. Tenemos que ser pragmáticos». Y la violencia volvió a tener género.

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La esperanza ha desaparecido de lo previsible y de todas sus alternativas. El gesto de ruptura que se requiere es tan gigantesco que, cada día que pasa, se aleja más de nuestras posibilidades. Estamos condenados a vivir todo lo que hemos pensado.

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