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MAPAS SIN MUNDO (15/09/2019)

Pedro Alberto Cruz

Murcia

Domingo, 15 de septiembre 2019, 11:36

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El pasado día 6, el grupo Hemispheric Institute realizó en la Cooper Square una performance titulada 'Baño de descarga'. A través de esta denominación hacían referencia a los baños rituales celebrados por los indígenas afro-brasileños para limpiar las energías negativas. Con esta acción, los artistas implicados han pretendido alumbrar una experiencia purificadora para erradicar los efectos de las políticas fascistas de Trump y Bolsonaro. Entre tanto diletantismo pseudointelectual y pseudopolítico que engangrena al arte contemporáneo, reconforta la ejecución de este tipo de piezas. A los que nos apasiona el arte, nos emociona y nos inyecta energía. Pero la pregunta que asoma después de la euforia inicial es: ¿y esto qué consecuencias tendrá? Ciertamente ninguna. Al menos en lo que atañe a la modificación del status quo social imperante. Es evidente que a Trump y Bolsonaro -como a cualquiera de los líderes populistas actuales- el arte les importa un bledo. Su barbarie les impide tener este ámbito de expresión como espacio de referencia. Pero es más: para cualquiera de ellos, la cultura en general emerge como esa parte del comportamiento humano que desean erradicar con sus políticas. Un artista ya viene prejuzgado por el fascismo como una suerte de escoria social irredimible. Con que imaginemos lo que pensarán del 'artista activista': un virus que urge borrar de la circulación. Desgraciadamente, el arte no transforma voluntades, y la tendencia es que, con el paso del tiempo, su capacidad de influencia se torne molecular, inapreciable a simple vista. Quedará, por supuesto, el derecho a la resistencia, pero será poco más que un ejercicio de nostalgia sin reflejo alguno en la realidad. Aquello que no importa jamás podrá articularse como un antagonismo.

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El otro día recibí un SMS de publicidad que rezaba: «¿Fan del otoño? Eres un autumner!». Tras leerlo comencé a fantasear con la idea de qué pasaría si la empresa en cuestión hubiera utilizado la otra palabra que el inglés reserva para referirse al otoño: 'Fall'. Este término significa también 'caída' o 'caer' y siempre me ha parecido mucho más descriptivo y evocador de la estación otoñal. Si para designar en inglés al 'otoñista' empleásemos, en lugar de 'autumner', 'faller', las connotaciones serían poderosas. 'Faller' sería entonces no solo el 'otoñista', sino también 'el que cae'. Y reflejaría en consecuencia lo propio y esencial de la condición humana: descender, precipitarse. El 'faller', el 'otoñista', es un ángel caído -o lo que es igual, la única forma de existencia posible: la del descenso a través del abismo. El otoño es la única forma real del individuo.

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Ninguna feria que se precie puede acabar sin una matanza de seres vivos. Tampoco la de Murcia. Y, para garantizar que la sacrosanta tradición continúe causando estragos, la presidenta de Madrid le da un cargo público a un torero. Lo más curioso de todo es que la incorporación a su gobierno de este carnicero la realiza como un intento de demostrar su autenticidad, su falta de complejos. Pero ¿qué complejos? ¿Los de matar? ¿Se puede sostener una ideología en el derecho a dar muerte? Parece ser que sí. Y para revestirlo de la mística necesaria recurren al concepto más manoseado de todos: el 'arte'. La tauromaquia es un arte -repiten incansablemente-. Mentira. La tauromaquia es un ritual, no un arte. Y, como la historia ha demostrado, los rituales pueden contener un grado de violencia devastador. Otro mantra que los taurinos reproducen con asiduidad es el de que cómo se puede tachar de barbarie una fiesta pintada y loada por genios como Picasso y García Lorca. A lo que hay que contestar que, lamentablemente, la genialidad no siempre está exenta de un gusto por la crueldad. Ni el mejor artista de la historia podrá legitimar un crimen. Y la tauromaquia es un crimen . De ahí que el hecho de que un torero haya sido designado para un cargo público con el objeto de hacer de torero no implica sino el síntoma evidente de que la ranciedad más letal y cruel de este país brota a borbotones por los alcantarillados.

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La burbuja sensacionalista en torno al juicio por el asesinato del pequeño Gabriel provoca arcadas. Sinceramente, ¿qué interés social real tiene? Quien lo mató ya lo confesó; el niño lamentablemente está muerto; y los padres destrozados para toda la vida. ¿Qué más se puede añadir? ¿Detalles, morbo, carnaza? La mayor de las crueldades nunca es suficiente para que los que solo saben vivir cebándola.

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Y en esto que llega Ortega Smith a exigir un muro en Ceuta y Melilla. No cabe un 'hater' más en este país.

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