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Mapas sin mundo (09/12/2018)

Pedro Alberto Cruz

Domingo, 9 de diciembre 2018, 12:37

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El fascismo no se ha hecho un botox, sino un 'Vo(to)x'. Juan Ramón tenía razón: hay veces en las que el empleo de una 'b' o una 'v' resulta indistinto y no altera el sentido de lo enunciado.

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Estremece pensar que el único antídoto que se nos ocurre ante el auge del fascismo es la crispación de la calle. Las posturas más extremas se nutren precisamente de los estados de ánimo inflamados. En una atmósfera de caos, ruido y violencia, el fascismo siempre gana. O dicho de otra manera: si algo distingue nítidamente a los demócratas de los xenófobos y supremacistas es la sensatez aportada por la reflexión. Perder este fiel supone entregarse a la desmesura en la que ellos se desenvuelven infinitamente mejor. Porque no lo olvidemos: el fascismo es un estado de dramática desproporción entre una emotividad elefantiásica y una racionalidad menguada hasta casi su desaparición. Lo que esta sociedad necesita es madurez, y no intimidación. El miedo no se combate con el miedo. Y que nadie lo dude: frente a la fe ciega del fascismo, solo cabe el incremento de nuestra capacidad cognitiva. El conocimiento es empatía.

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En 2014, el artista chino Wang Sishun realizó una obra titulada 'Truth' ('Verdad'), cuyas premisas fundamentales resultan de gran ayuda para comprender determinadas situaciones actuales. Durante cuatro semanas, Sishun viajó en coche desde Pekín a París transportando una lámpara con una pequeña llama que un bombero amigo suyo había 'rescatado' de un incendio real. Tal y como se exponía esa llama en París, en una elegante lámpara de cristal, el fuego transmitía los valores de pureza y mesura vinculados a la idea de 'verdad'. Sin embargo, junto a esta pequeña llama, Wang Sishun expuso una serie de fotografías de gran tamaño mostrando paisajes devastados por las llamas. El cambio de escala del fuego y la gestión que se hace de él lo puede convertir en principio de vida o en agente destructor. Exactamente lo mismo que sucede con la noción de 'verdad'. Todo lo peor que ha sucedido a lo largo de la historia ha sido en defensa de una 'verdad'. Y todo lo peor que vivimos y viviremos sucederá bajo la supuesta legitimidad de una 'verdad'. Es esta una época de incendios y no de pequeñas lámparas. Quien tenga una 'verdad' intentará quemar al de enfrente, no iluminarle el camino.

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No hay expresión más oscura y cargada de malos presagios que aquella de 'los nuestros'. Cuántos se detuvieron en la primera persona del plural a la hora de conjugar la realidad y se olvidaron -convirtiéndolos en enemigos- de 'vosotros' y 'ellos'. La no pertenencia a ninguna modalidad de 'los nuestros' es la única forma de articular una auténtica ética. Porque tengámoslo claro: no hay una sola expresión de 'los nuestros' que sea buena. El sentimiento de pertenencia y, por ende, la necesidad de excluir siempre fundarán una visión perversa de lo real. Si todos fuéramos 'los otros', no habría un yo que juzgara y clasificara.

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Lo peor del pasado es su futuro.

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Deconstruyendo pactos: no es que tal o cual partido político no haya infringido el régimen jurídico. Esa no es la cuestión. En primer lugar: es desde el poder donde se redactan y derogan leyes. Si se permite el acceso a él de determinadas estructuras de pensamiento, las leyes se transformarán a su imagen y semejanza. En segundo lugar: Trump ha permanecido en todo momento dentro de la Constitución de los EE UU y, sin embargo, ha levantado un muro con México y ha promulgado leyes antimigración notablemente xenófobas. ¿Es la Constitución y la Ley una garantía absoluta de ética y alteridad? Evidentemente que no. Los límites legales no siempre coinciden con los límites éticos.

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'Amante por un día' (2017), la última película de Philippe Garrel, posee esa cualidad intrínseca del mejor cine francés de convertir cada plano en un aforismo y de hacer de cada cuerpo una realidad 'a secas' -con esa precisión fenomenológica que lo entrega tan presente e inaccesible al mismo tiempo. Y una frase de esas que hieren: «No tengo miedo a la muerte, pero quiero envejecer con quien amo y ya no podrás ser tú».

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Los buenos finales se construyen con muchas omisiones y pocos comentarios. Bastante evidencia es que algo se acabe.

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