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Mapas sin mundo (09/09/2018)

PEDRO ALBERTO CRUZ

Murcia

Domingo, 9 de septiembre 2018, 12:52

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Todavía no salgo de mi asombro de que una serie como 'Merlí' haya sido producida por una televisión española y que, además, sea un éxito incontestable de público. La arriesgada apuesta de la TV3 catalana, en torno a las peripecias varias de un innovador profesor de filosofía, constituye el salto de calidad de la ficción televisiva más grande que recuerde en España. Me imagino a una de las grandes plataformas televisivas recibiendo un guión en el que los personajes hablan de Foucault y Judith Butler con absoluta naturalidad y sin pedanterías, se abordan temas como las identidades 'trans' y se reflexiona sobre los problemas de los jóvenes con una cruda inteligencia exenta de tópicos y gilipolleces: directamente pondrían en busca y captura a quien lo hubiese redactado. La enorme acogida que ha tenido esta serie tanto en Cataluña como en el resto de España demuestra que la presuposición de que la audiencia es tonta y no tolera ningún margen para la reflexión es la mayor falacia propagada por el neoliberalismo audiovisual. Cuando le ofreces un producto de calidad, responde. 'Merlí' demuestra que los supuestos techos de cristal con los que la industria televisiva regula y limita sus contenidos son una leyenda urbana cuya vigencia solo responde a la necesidad de mantener lo más aletargada e imbécil posible a la sociedad. Descartes y Kant no asustan. Se puede hablar de la 'ataraxia' epicúrea y estoica sin que los aparatos televisivos estallen. La TV3 ha evidenciado que la inteligencia vende y gana 'shares'. Pese a quien le pese.

Eso que se llama 'conversación enriquecedora' es una necesidad que, a fuer de no ser alimentada, poco a poco se va perdiendo. Y llegado un día descubres, sin ningún tipo de melancolía, que no la necesitas. Lees y escribes, y de esa manera se genera un circuito cerrado, una dinámica onanista con la que sacias cualquier pulsión intelectual. El futuro es la masturbación.

Después del imposible que suponía que el World Trade Center colapsara como consecuencia de un atentado, viene la consecución de otro imposible: que un museo con veinte millones de obras dentro arda y dilapide en unas horas doscientos años de historia. Si algo define nuestro siglo XXI es que hemos tornado el absoluto de la catástrofe imposible en el relativo de la catástrofe probable. Rompemos límites para el mal, no para el bien.

«La perfección es pereza» -afirmaron los surrealistas-. Y cuánta razón tenían: no hay sociedad más indolente y conservadora que la que aspira a la perfección. Porque, por miedo a fallar, no prueba nada nuevo.

Desde la oposición, uno hace lo que quiere. En cambio, desde el gobierno uno hace lo que debe. Apréciese que, entre 'querer' y 'deber', la política pierde toda su capacidad de transformar la realidad.

La gran tarea de la educación es retrasar lo máximo posible la edad en la que se convence a los individuos de algo. Esta sociedad sufre diariamente las consecuencias de la 'convicción precoz'.

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