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Mapas sin mundo (07/01/2018)

Pedro Alberto Cruz

Domingo, 7 de enero 2018, 17:38

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La belleza solo se expresa a través del artificio. Pero es precisamente el artificio lo que bloquea el acceso a la belleza. Esta aporía es la que me asaltaba el otro día mientras veía el ballet 'Don Quijote'. Tengo un problema mayúsculo con la danza: y es que aquello que la hace bella es precisamente lo que me impide adentrarme en ella. Llevo estudiando los usos del cuerpo en el arte desde que me alcanza la memoria y, por este motivo, considero la corporeidad como la dimensión expresiva más propicia para alcanzar aquello que culturalmente se denomina belleza. Sin embargo, el cuerpo excesivamente entrenado pierde inmediatez y capacidad de transmisión. Cualquier movimiento en la danza está codificado, reglamentado, y, al menos desde mi punto de vista, termina por oscurecer la presencia mágica y descomunal del cuerpo. De ahí que prefiera un ámbito como el de la 'performance', en el que el devenir del cuerpo, su comportamiento, no reduce su presencia literal, sino que la amplía. La perfección ahoga la vida, porque lo único verdaderamente humano es estar; y el 'estar' siempre es una modalidad del error.

No hay mayor ejercicio de imposibilidad que el deseo. Basta con que deseemos algo para que evitemos que alguna vez cobre realidad. Y ahí seguimos: insistiendo en lo imposible, masoquista e ilógicamente.

La diversidad nunca debería asustar a ninguna filosofía que propugna el amor como su principio esencial. Lo diverso no es violento, jamás puede resultar ofensivo. No nos ceguemos por el oportunismo de unos pocos: a menos que el amor se enarbole como un dogma y como una forma unívoca de entender las relaciones entre individuos -lo cual ya no será amor, sino otra cosa-, cualquier expresión libre de los afectos no podrá dañar ninguna sensibilidad sana y verdaderamente empática

Como sociedad, solo podremos vivir en la hipocresía de un 'inmovilismo reformista'. No creo que nada se vaya a mover, que ninguna comunidad de intereses posea una verdadera voluntad de cambio. Se cambiarán de lugar los puntos fijos e irrenunciables para que la topografía parezca diferente, más acorde con los tiempos. Pero ya se sabe: la posición de las fuerzas no altera el conservadurismo generalizado. Queda la posibilidad de las personas, la resistencia micropolítica. Pero, a estas alturas, esto lo veo más como una reliquia posestructuralista, como un abrigo romántico, más que como una posibilidad real de incidir en el 'movimiento paralizado' de las cosas.

Olvidamos que cada año nuevo es la reencarnación del anterior, y que, por tanto, llega con un karma cada vez más perverso que limita cualquier deseo de renovación. ¿Año nuevo, vida nueva? No. Año nuevo, miserias antiguas.

Otra vez se ha vuelto a demostrar la inmundicia de la opinión pública, la propulsión a suplir la falta de noticias con los vómitos biliosos, con la crueldad del amarillismo deshumanizado. El actual sistema de información me recuerda a 'Cloaca' (2000), una obra del artista belga Willem Delvoye, en la que, mediante un complejo dispositivo técnico, creó una estructura alargada que funcionaba al modo de un intestino. Cuantos residuos se introducían por un extremo salían por el otro convertidos en mierda. Y así sucede hoy en gran parte del 'establishment' informativo: solo expulsa defecaciones, de esas que permanecen malolientes en la vía pública, a vista de todos, sin que nadie tenga el arrojo de limpiarlas. Nos encanta el olor a mierda. Es el ambientador de nuestras mediocres vidas.

Hasta no hace mucho, los machos medían su virilidad haciendo competiciones a ver quién tenía la polla más larga. Hoy el procedimiento ha variado: se trata de constatar quién tiene el botón nuclear más grande. El falocentrismo atómico es la nueva moda que amenaza con viralizarse.

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