Varguitas en la Salle Richelieu
LITERATURA ·
La Académie Française lo consagra como miembro de pleno derecho aun no habiendo escrito nunca en la lengua de RacineVarguitas siempre será París, y eso marca uno de los mayores triunfos que han tenido las letras españolas en todo el siglo XX. Lo supe ... aquel día en la Salle Richelieu de la Sorbona, cuando vino a impartir un seminario sobre literatura hispanoamericana. ¡Qué tautología! ¡Él es la literatura hispanoamericana! Al menos la parte viva de una generación insuperable, que puso en el panorama internacional a la lengua de Cervantes. Se dieron cita en el anfiteatro ilustre, ante el crujido tenso de las bancadas de madera –nosotros, estudiantes de Máster, no éramos más que polizones en el territorio de las musas–, Alberto, el poeta, espiando en las calles de Miraflores a Teresa; la niña mala, travesureando por Gay-Lussac; Zavalita, empinando una derrota detrás de otra en la barra de un bar; incluso Koke, el pintor defenestrado que creyó encontrar el paraíso en la otra esquina del mundo. Sí, en la Salle Richelieu renacieron todas las historias que han alumbrado una forma impecable de hacer literatura, de construir mundos perfectos para una realidad desmejorada. Porque Vargas Llosa es el arquitecto de nuestra lengua. Pule el verbo. Eleva la sintaxis. Retuerce el mensaje de los dioses para hacerlos caer a la tierra y andar con nosotros.
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Este nueve de febrero, la Académie Française lo consagra como miembro de pleno derecho, el primer escritor que no habiendo escrito nunca en la lengua de Racine o Molière, entra en el parnaso de las letras. Su relación con París está inscrita en la idiosincracia de sus calles. En la ciudad anterior al Mayo del 68 aprendió a ser escritor, él, que no pasaba de aspirante peruano a novelista, un escribidor a tiempo completo. A inicios de los sesenta, París fue domesticando una necesidad imperiosa de contar historias, pero también formó un intelectual implacable. De Sartre a Camus, pasando por Malraux, el hombre del que aprendió el poder del discurso, hasta llegar a Flaubert y su «Quijote con faldas», la Madame Bovary que marcó la trayectoria del novelista y al que le ha dedicado uno de los ensayos más lucidos que se han escrito sobre el tema, 'La orgía perpetua'.
Culmina una carrera impecable en la República de las Letras, con un reconocimiento que él admite ser más anhelado que el Nobel
Vargas Llosa culmina una carrera impecable en la República de las Letras, con un reconocimiento que él admite ser más anhelado que la propia concesión del Nobel. París se convirtió en su geografía sentimental, en las calles que exhalaban libertad cuando en su país los padres impedían que sus hijos se convirtieran en escritores. Allí descubrió que el mundo literario nace de la ficción, pero se hace realidad en unas cuantas cafeterías de Saint Germain. Entre todos los asiduos al café y la cerveza conoció a Kyo recitando panfletos revolucionarios, al lejano Meursault de la playa de Argel, a Antoine Roquentin de la aburrida ciudad de Bouville, y a Emma creyéndose en los libros una vida que no podía tener. A todos ellos invocó aquel día en la salle Richelieu. La misma sustancia de la que están hechas sus novelas. Por eso Varguitas siempre será París.
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