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Miércoles, 16 de enero 2019, 22:43
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Es el amor profundo por las letras lo que motiva a Francisco Javier Díez de Revenga (Murcia, 1946) a mantener una actividad frenética, con las mismas tareas de investigación que cuando era un doctorando. Hoy, el catedrático emérito de Literatura Española de la UMU sigue ejerciendo de embajador de las buenas letras de España en todo el mundo -hasta su jubilación dio conferencias en 76 universidades de 26 países, en lo que él llama «la edad de oro» de la Universidad española, cuando había dinero-, labor que compagina con la dirección de tesis doctorales y la crítica y la investigación literaria. En su faceta de cronista oficial de Murcia, acaba de publicar 'Hicieron historia', con la Real Academia Alfonso X El Sabio, de la que es académico de número, sobre la vida de Diego Clemencín Viñas (1765-1834), recordado por sus 'Comentarios al Quijote'; Gerónimo Torres (1822-1879), rector de la UMU; Enrique Fuster (1845-1905), conde de Roche; y Emilio Díez de Revenga Vicente (1875-1932), escritor, político y universitario. Una oportunidad para revalidar la impresión de que la vida cultural local, antes y ahora, es de todo menos adormecedora.
-Sí. Todo sucedió de una forma curiosa, porque en una reunión de la comisión de calles del Ayuntamiento de Murcia confundieron a mi abuelo con mi padre. Mi padre era secretario de Justicia de Falange, y entonces dijeron que la plaza Emilio Díez de Revenga había que quitarla porque era franquista. Y mi abuelo, el de la plaza, murió en 1932, y como yo dije en la reunión, donde estaban [los también cronistas oficiales de Murcia] Antonio Botías y Pedro Soler, ¡si mi abuelo se murió cuando Franco era cadete! Y entonces hablé, y le hice la biografía, esta que viene en el libro, a la concejala [Maruja Pelegrín]. Mi abuelo y mi padre se llamaban igual, cambian solo el segundo apellido, y se confundieron. Mi padre, por cierto, era un caballero y un señor. Y mi abuelo es inocente del franquismo.
-Estaba casado con una hermana de mis tatarabuelos, los Fontes, y yo es que veraneo al lado de la Torre de la Horadada, desde hace cuarenta y tantos años, y a mí aquello me produce una seducción absoluta. Al conde de Roche había que trabajárselo. Fue quien organizó toda la iglesia de Jesús y la de Pascual, el espacio que se come hoy el Museo Salzillo lo hizo él en el siglo pasado. Claro que era amigo de Zorrilla. Y de Menéndez Pelayo, pero además de enviarse cosas de investigación. Cuando Menéndez Pelayo viene a Murcia en 1898 quien lo acompaña y lo lleva a ver el Salzillo es el conde de Roche, que tiene una calle en Murcia, donde él vivía en un palacete. Y el otro hermano de mi otro tatarabuelo es el que fue rector de la Universidad de Murcia, Gerónimo Torres, canónigo liberal, de los que se sublevaron en la revolución. Yo siempre preguntaba por qué el tío Geromo no llegó a obispo nunca, y a mí me decía mi tío Juan Torres-Fontes: «¡Porque se metió en política!».
-Así es. Fue el primero que comentó el Quijote. Como estaba metido en política, cuando entraban los conservadores él se tenía que esconder, porque si no lo mataban, y se iba a una finca que tenía en Guadalajara y se dedicaba a comentar el Quijote. Y empieza a publicarlo dos años antes de morirse, y está la edición suya en seis o siete volúmenes. Este para los cervantistas es lo más. Luego lo han discutido mucho, han dicho que se pasaba, porque él trababa muy rigurosamente a Cervantes, y lo trata con dureza porque es neoclásico. Cervantes hacía lo que la daba la gana, y entonces desde el punto de vista clasicista hay muchas cosas que no le gustan. Con su poesía es tremendo, porque Clemencín no entendió esas poesías de Cervantes, que son guiños, pues bromeaba con toda la cultura clásica que había a principios del siglo XVI en España; lo que hace es burlarse, en realidad. Clemencín le sacude como clasicista, en el siglo XIX, pero sigue siendo para Paco Rico y Pepe Montero, cervantistas actuales, un monumento. Él era hermano de mi quinto abuelo, Felipe Clemencín Viñas, del que procedemos nosotros.
-Porque la gente es muy ignorante. Clemencín estaba más tratado, pero el resto no. Cuando la creación de la Universidad de Murcia se les ocurre hacer una universidad libre, que no dependiera de la iglesia, a imitación de las universidades libres belgas. Y ponen justo de rector a Gerónimo Torres, un canónigo liberal. Y es para tener esa autoridad moral frente a la sociedad, de que la universidad no era un juguete. Y estuvo esos años como rector. Era muy inteligente.
-Del conde de Roche ya te puedes imaginar. Era como una especie de noble a estilo del príncipe Salina de 'El Gatopardo'. Yo he oído hablar de él, sobre todo, en la cofradía de Jesús porque es quien organiza la iglesia por capillas y compra terrenos para tener bien los Salzillos, como están ahora. De pequeño oía hablar de él, y luego se compra la Torre de la Horadada, una torre de vigilancia del siglo XVI, y se hace alrededor casa la familia, formando su colonia. Y luego es que yo tengo la Muceta de Rector del tío Geromo, que estuvo de obispo en funciones. Pero mira, el conde de Roche era carlista, es decir, más de derechas no podía ser. Mi abuelo era del Partido Conservador, y además de la minoría más de derechas de la derecha. Y, sin embargo, don Gerónimo estuvo en la Revolución, siendo vicepresidente de la Junta Revolucionaria aquí en Murcia. El cura, ¡eh!, fíjate tú qué cosas... De mi abuelo Emilio tengo yo todos sus álbumes de prensa, que primero le hicieron en el Ayuntamiento cuando era alcalde (1909) y que él luego fue continuando. Me los dejó mi padre por aquello de que yo era el de Letras. Contiene los artículos que publicaba cada dos o tres meses en 'La Verdad', en 'El Liberal' o en 'El Tiempo'.
-Ha sido todo, porque, por ejemplo, el conde de Roche salía todos los días en el periódico, aunque fuera presidiendo un entierro. Así es fácil construir una biografía, que nadie había hecho. Yo me he pasado horas pasando hojas de periódico; ahora el archivo está digitalizado y es estupendo. Personajes como estos hay a montones para hacer más biografías y, además, con los medios que hay ahora.
-Ha sido, sobre todo, muy culta. Sobre todo en la época esa del paso del siglo XIX al XX. Pedro Soler, que no me canso de decir su nombre, ha estudiado a Andrés Baquero Almansa y José Martínez Tornel, personajes de un nivel cultural y de una sabiduría... Don Nicolás Ortega Lorca, que era el archivero municipal; José Frutos Baeza... Montones de gente que leía y que estaba en los archivos y en los periódicos, que tenía un nivel cultural absoluto, que publicaba poemas y escribía reseñas teatrales...
-Como catedrático de Literatura Española la parte biográfica de los escritores me la sé al dedillo. De mis poetas de la Generación del 27 sé lo que hicieron cada día. Me he leído los epistolarios de todos ellos, que es un fondo que da información. La gente escribía cartas y no las rompía. Yo ahora he publicado unas cartas de Azorín a mi abuelo. Si se conservaban es porque él creía que era un documento que podía servir para el futuro.
-En la relación de Murcia con el 27 hemos estado varios, entre ellos Pedro Soler y José Luis Martínez Valero, sobre todo en los centenarios. Cuando yo en 1971 publico mi primer artículo sobre la revista 'Verso y Prosa' en Murgetana nadie sabía ni que existía eso. Ahí empieza todo, con 'Verso y Prosa' y Juan Guerrero. El Museo Ramón Gaya ha hecho mucho por ese mundo del 27, una labor sensacional de años. Yo leí la tesis en 1973 sobre la métrica en los poetas del 27, y ahí me encontré con 'Verso y Prosa', y dije: ¿'Pero esto qué es? Aquí hemos traído investigadores de todo el mundo, gracias a Cajamurcia, y los resultados de los congresos internacionales están publicados.
-Como un hombre de esquinas, el murcianísimo gesto de pararse a hablar con él donde apareciera. Con un sentido del humor genial, que yo compartía a tope, y llamándole a las cosas por su nombre. No era justiciero, tenía una gran nobleza de espíritu. Le hice reseña de todos sus libros, y un prólogo para la biografía de Baquero Almansa, todavía sin publicar.
Tiene pendiente de publicar la biografía del empreario teatral, actor y aristócrata murciano Fernando Díaz de Mendoza, marido de la actriz María Guerrero, del que ha sido posible reconstruir su vida solo con abrir las páginas de los periódicos de la época. «Salía todos los días. Estrenaba en Argentina, y los periódicos de Murcia daban cuenta de lo que hacía la pareja, que fue muy importante en la historia del teatro». De momento, saldrá publicada en la revista de la Universidad. «Era el abuelo de Fernando Fernán Gómez, algo que se ha sabido hace poco, y además se parecen. Su madre, que trabajaba en la compañía de Fernando y María Guerrero, se lía con el hijo hijo mayor de la pareja estando en América. Y como doña María no quería matrimonios de actores en su compañía, ¡ella, que estaba casada con un actor!, al hijo lo manda a Perú, y a ella a Madrid, y tiene un bebé, que sería Fernando Fernán Gómez».
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