Un particular viaje a Etiopía
LITERATURA ·
El mexicano Diego Olavarría, un cronista inteligente, recorre los caminos del país africano como si fuesen venas viejas, gastados por tránsitos milenariosHay países desconocidos, alejados de una mirada occidental que se pierde en el marasmo geográfico. Al lector de literatura de viajes le cuesta muchas veces ... entrar en África. Es un territorio complejo, lleno de contrastes y siempre limitado por la pobreza. Y ahí radica precisamente el éxito de 'El paralelo etíope', el libro del joven escritor mexicano Diego Olavarría, publicado en España por Lince, en hacer cotidiano lo extravagante, en acercar al terreno de lo familiar lo exótico.
Etiopía es un país ancestral, y por eso tal vez resulta el más desconocido del continente. No solamente los pasos de los primeros homínidos se formaron en sus llanuras desarboladas, sino que el país contiene en su interior imperios y civilizaciones tan antiguas como los colosos del Mediterráneo. Etiopía es un enigma que Diego Olavarría intenta descifrar a través de una mochila, un blog de notas y la curiosidad de un cronista inteligente, abierto a cualquier explicación y con la mirada crítica, despojándose de la falsa humildad occidental.
De esta forma, sus paseos por Adís Abeba dejan al descubierto una ciudad destruida, que ha perdido el penúltimo tren hacia la modernidad, una urbe colapsada por el plástico, resentida de las guerras intestinas, us trasunto del siglo XX alojado en sus bazares. Entra en las cafeterías, conversa con los locales, se deja engañar por los niños que le sirven de guía. Visita una ciudad majestuosa en sus palacios, ya sin habitantes que cobijar, y logra transmitir un escepticismo curioso: Etiopía es un país difícil, pero de una belleza aguda. Hay que rascar en la tierra para encontrarla.
Sale el viajero de la capital y se adentra por el dominio de la naturaleza. Viaja por todas partes. Recorre los caminos de Etiopía como si fuesen venas viejas, gastados por los tránsitos milenarios. Son carreteras de tierra que nunca han conocido el asfalto, otro estigma de la pobreza. Llega hasta el lago Tana y recita la historia del lugar, las fuentes del Nilo. Aquí el lector echa de menos la mención de Pedro Páez, el jesuita que descubrió el surtidor del río egipcio. Consciente de ello, citó el viajero del siglo XVII a Alejandro Magno y Julio César, asumiendo que él había llegado más lejos, un simple siervo de Dios.
Un Kapuściński chilango
Tal vez la mayor fortuna de 'El paralelo etíope' se encuentre en la relación escondida que se desprende entre el país africano y el autor. Desde un barrio del D.F., en una habitación familiar, Diego Olavarría creció viendo una imagen colgada en la pared de unos hombres que, montados en humildes barcas, viajaban hasta una iglesia. Era el santuario de Entos Iyesus, la primera luz de la aventura que décadas después emprendería, ya como cronista, observador del mundo, un Kapuściński chilango. El resultado es un libro cargado de intimidad. A través de pequeñas piezas, Olavarría nos va descubrimiento un país ancestral, ensimismado en su historia y maldito de pobreza. Una tierra por descubrir, ahora un poco más cerca de nosotros.
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