María Teresa Cervantes: «Yo misma a veces me interrogo»
El festival Deslinde de Cartagena rinde hoy homenaje a la escritora con la presentación de su 'Poesía completa (1954-2019)' y un recital: «Aquí nació mi ilusión literaria, que no he perdido»
María Teresa Cervantes (Cartagena, 1931) cumplió este lunes 90 años y hoy recibirá un homenaje en el festival poético Deslinde, en su ciudad natal, con ... motivo de la presentación de su 'Poesía completa (1954-2019)', que reúne los trabajos de una trayectoria poética de 65 años. Un volumen que ha editado Torremozas con la colaboración del Ayuntamiento de Cartagena y que hoy será presentado, a las 19.30 horas, por Francisco Javier Díez de Revenga, Marta Porpetta y Fran Garcerá. Posteriormente, en el Palacio Consistorial, habrá un participativo recital de sus obras conducido por Antonio Marín Albalate y María Victoria Martín González. Antes del gran homenaje, la escritora traslada a los lectores de LA VERDAD sus sensaciones, a través de ocho preguntas, tras toda una vida de amor por la palabra.
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-¿Qué pensaba cuando era una niña sobre los mayores? ¿Llegó a imaginar que llegaría tan lejos?
-¡No! Mi abuelo materno murió de 78 años y me pareció profundamente anciano. Recuerdo la última vez que lo vi subir las escaleras de mi casa. Él siempre me esperaba en la plaza de España al salir de las Carmelitas. El padre de mi padre se subió a un tejado con 100 años, fue a colocar las tejas removidas en un día de viento. ¿Cómo lo hizo? Subir, subió solo, luego le ayudaron a bajar. ¡Murió con 102 años! Yo nunca pensé de pequeña que el tiempo correría. Pero vaya que sí corrió, ¡como por todos! Yo sabía que había mayores, pero no sé si era por arte de birlibirloque, yo era joven y los mayores eran los demás.
-Si vuelve la mirada atrás sobre su vida, ¿qué imágenes le vienen?
-Sobre todo me viene mi infancia, cuando viví en la calle Juncos de Murcia [hoy renombrada Antonio Segado del Olmo, cerca de la plaza de las Flores]. Vivía con mis abuelos; falleció mi abuela y me quedé con mi abuelo y la asistenta que tenía. Me acuerdo que la asistenta galanteaba con el novio en la escalera, y, sobre todo, de un nenico que jugaba conmigo en el piso, Manolito. Un día, yo tendría 5 o 6 años y no tenía ni idea de lo que era morirse. Y nos asomamos al balcón y vimos que salía una cajita blanca con el cuerpo de Manolito. Tuve una impresión rara, porque Antonia, la criada de mi abuelo, daba sollozos exagerados, y yo no me podía imaginar que ese niño amigo mío estuviera encerrado ahí. Yo entré a su casa el día de su muerte, estaba tendido en la cama de su madre con una capa y con galones. Mi abuelo me dijo que morirse era ya no poder hablar, ni sonreír, ni correr por la casa... a su manera me lo explicó para que lo entendiera. Fue una muerte de repente. Aquello me marcó. Fue el primer muerto que yo vi. Nunca le dediqué un poema, aunque en mis memorias ['Edificio del recuerdo'] sí que nombro a Manolito.
Las frases
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Una verdad «Los que matan no saben que la vida humana tiene un valor que no tiene nada en el mundo»
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Fe en qué... «Tengo una especie de empeño en creer que hay respuesta a toda la sinrazón que nos rodea»
-¿Cuándo se dio cuenta, como decía el poema de Gil de Biedma, de que la vida iba en serio?
-Cuando yo regresé a Los Dolores de Cartagena, tras pasar la guerra en Murcia, murió una señora en una posada. Yo tenía 9 años y cogía cables de lo que decían las mujeres que venían a visitar a mi madre, decían que la muerta, con 19 años, era muy guapa. Me volvió a chocar la idea de la muerte, todavía no pensaba yo en eso, pensaba que era una cosa para los otros. En Carmelitas, yo tendría ya 11 años, nos hablaban de la muerte en los ejercicios espirituales. Lo que me impactó de las muertes de mi juventud era la palidez de los difuntos, pues no era la de la gente normal, era una palidez de cera, inmovible, desconocida para mí. Ahí sí pensé que eso, en algún momento, me podría pasar.
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-¿Quisieron que fuera monja?
-Yo estaba un poco enamorada de la hermana Pilar Navarrete, que después se fue a la India, y me quiso mucho. No era un enamoramiento homosexual, porque a mí me gustaban los hombres, pero estaba enamorada de su bondad, soñaba con que un día se le olvidara ponerse el velo para poder ver yo sus cabellos... Me trató muy bien y calificó muy altas mis redacciones. Yo me entusiasmé porque ahí descubrí que me gustaba hacer redacciones con imaginación.
-Usted se ha dedicado siempre a la docencia, ¿pero qué le ha enseñado a usted esa profesión?
-Yo he tenido incluso miedo de enseñar lo que no había aprendido del todo. Porque en la vida no se aprende nada del todo. Pero la docencia me ha enseñado a ser cada día mejor y a vivir con honestidad con los demás. Pienso que las conversaciones con los demás son un ir y venir, como el arado en el surco, y yo aprendo y los demás pueden recibir un aprendizaje de lo que yo haya aprendido. He querido transmitir lo que yo mismo he conocido a través de otros y de los libros.
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-A estas alturas, ¿de qué se sorprende en la vida?
-De muy pocas cosas. Aunque me sigan produciendo tristeza. Veo la caída de un avión, veo cosas inesperadas, atropellos, muertes... ¡La televisión cómo está, por el amor de Dios! Matar a la gente es hoy como matar a un animal, ¿en qué piensan los que matan? No saben que la vida humana tiene un valor que no tiene nada en el mundo. Ni el brillo de las estrellas, ni el animal más perfecto que haya. La vida humana tiene en sí otra cosa. La duda es patrimonio de inteligentes, y yo no puedo imponer a nadie lo que yo crea, porque yo misma a veces me interrogo. Tú no puedes estar convencido ni en la fe ni en la duda de que lo que tú crees es lo verdadero. Lo verdadero es una tercera cosa de la que nadie todavía tenemos una respuesta.
-¿Qué puede haber en el más allá estando en el más acá?
-Seguro no hay nadie. Pero hay una serie de interrogantes que nadie sabe. Dos amigas que vienen a verme algunas tardes son muy majas, y me han dicho que no tienen fe. Entonces yo me pregunto si yo la tengo. Entiendo la postura de los que no tienen fe, porque yo la he atravesado también. Pero yo tengo una especie de empeño en creer que hay una respuesta a toda la sinrazón que nos rodea. Entonces, ¿esto qué es? ¿Un caos, una tontería? ¿Quién le ha dado la inteligencia al hombre? Dicen que el caballo es muy inteligente, ¡pero para caballo!, no comparado con la persona...
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-¿Qué ha significado en su vida Cartagena, la ciudad que no se cansa de rendirle homenajes?
-Aquí en Cartagena nació mi ilusión literaria, que no he perdido. Como era muy aficionada al dibujo y a la pintura, mi padre me puso a mejorar mi pincel y mi lápiz con el maestro Vicente Ros, que tiene un monumento en la calle de San Francisco. Allí estaban amigos de don Vicente, entre ellos, José Benítez de Borja, autor de 'Molino de alegría'. Mis poemas los escondía en mi mesilla de noche, y una vez mi padre registrando mis cajones leyó los poemas, cosas que yo escribía, y quedó tan asombrado que los llevó a Vicente Ros, que se los enseñó a su vez a Benítez de Borja, que quitó unos cuántos y los echó a la papelera. Los que apartó, le dijo a mi padre, son una maravilla. Y con las mismas en la imprenta Gómez hizo un libro, mi primer libro, 'Ventana de amanecer' (1954), que parece una pastilla de jabón. Ya en 1962 publiqué 'La estrella en el agua'. Entonces en los periódicos se anunciaba el nacimiento de una poetisa llamada a tener gran éxito... Luego me fui a la aventura a París, y después a Alemania, y con el tiempo volví a Cartagena, a mi mar, a mi lugar...
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