Clara Obligado: «Tengo 74 años y no he vivido nada mejor que este momento»
La respetada narradora argentina presenta este martes en ExLibris 'Tres maneras de decir adiós', su último libro de relatos en Páginas de Espuma
Fines de semana y veranos, «y todo el tiempo que pueda», Clara Obligado (Buenos Aires, Argentina, 1950) se escapa de Madrid, «que está insoportable». ¿A ... dónde suele ir? A Robledillo de la Vera (Cáceres). Allí ha escrito la mayor parte de su último libro de relatos, 'Tres maneras de decir adiós' (Páginas de Espuma, 2024). ¿Demasiado ruido en el ambiente? «Yo vivo en la Puerta del Sol –suelta de corrido, sin tiempo de respirar–, y no es el ambiente. El ruido es real, espantoso. El centro de Madrid es una especie de locura», cuenta a LA VERDAD en conversación telefónica, antes de que este martes presente en Murcia esta obra, a las 18 horas, en el Centro de Interpretación Madina Mursiya (Santa Eulalia, Murcia), acompañada de Paco Paños, en la Semana Internacional de las Letras (ExLibris).
Obligado vive en Madrid, porque trabaja en Madrid, pero se va mucho de Madrid; le gusta el campo. Siendo porteña [así llaman a los de Buenos Aires, cuya provincia tiene más de 17 millones de habitantes], «me gustan los pueblos, que son para mí algo muy ajeno. Justo en un pueblito de Guadalajara donde tuve una casa durante diez años conocí a la gente que represento en el primer cuento, 'El héroe'». Se refiere a Romualdo y a Paula, «dos de las personas más bondadosas con las que me he cruzado», y a otros personajes que pueblan esa historia. «Yo creo que murieron ya porque dejé pasar bastante tiempo antes de escribir todo esto. Los viejitos, que son los que me gustaban de verdad, creo que ya no existen».
Este libro tiene algo de milagroso, o de rocambolesco, si tiene el lector en cuenta que entre medias vino una pandemia que interrumpió la escritura. En ese tiempo turbador, Obligado se consagró a dos ensayos maravillosos: 'Una casa lejos de casa' y 'Todo lo que crece'. El libro de relatos lo remata en Estocolmo, después de viajar por Suiza, Portugal, México y Argentina. Suena todo muy loco.
'Tres maneras de decir adiós'
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Género. Cuento.
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Editorial. Páginas de Espuma (editor: Juan Casamayor).
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Autora. Clara Obligado
«¿Loco?», reflexiona en voz alta. «¡Es mi vida, y no sé si es loca! Me la tomo con naturalidad. La vida de los escritores cada vez más se parece a eso. Por un lado, tenemos que vivir, y eso te hace trabajar y tener una vida normal, por suerte. Y, por otro lado, viajamos como si hubiéramos perdido algo en algún lugar. Vamos corriendo a todos sitios. Cosa que está bien, pero cansa. He ido a Estados Unidos, ahora voy a Murcia, luego a México...».
¿Era esta la vida que quería? ¿Multifacética, viajera, ajetreada? «Yo nunca planeé mi vida, no soy de esa gente que tiene un proyecto. Simplemente fue dándose como se dio, y ahora me toca esta. Entonces, aprovecho lo que hay». En 'Tres maneras de decir de adiós', Obligado incluye tres cuentos ('El héroe', 'Tan lleno el corazón de alegría', 'El idioceno'), pero, ¿podría haber reunido alguno más? «¡Más no tengo!», admite. «Me gusta muchísimo escribir, pero soy muy lenta, tardé como cuatro años en escribir este libro. El género cuento es muy difícil, te pide muchísimo tiempo de trabajo, y el proyecto que yo tenía era ese, hacer algo muy próximo a la novela, pero no es una novela. Los tres cuentos se relacionan entre sí, pero se pueden leer de manera separada».
«¿Se puede tras una historia terrible salir adelante? El cuento contesta: sí, a través de la fantasía»
La soledad está presente en el libro. ¿Nos sentimos más solos conforme cumplimos años? La argentina no se muestra dubitativa, pero su voz parece hacerse más dulce: «No es mi experiencia. Yo tengo 74 años años y no he vivido nada mejor que lo que estoy viviendo en este momento. Ahora. Pienso en cuando tuve a mis hijas, y ahí sí que me sentía sola, en un ir y venir constante. Veo a mis hijas ahora, y es duro ser joven, muy complicado. Al revés, me parece que la madurez, la vejez, son momentos maravillosos en la vida. La pena es que la sociedad se decida a estigmatizarlos. Pero si no estás enfermo y no te pasa nada grave, es una época dorada, maravillosa, donde el cuerpo te acompaña menos, pero la mente te acompaña, mucho y muy bien, eh. ¡Así que ánimo! Porque los cuarenta, que es la edad en la que uno empieza a reconocer las pérdidas, son difíciles. A los 70 uno ya ha aceptado esas pérdidas».
–¿Qué es vivir?
–Vivir es preguntarse.
–¿Qué es la literatura?
–En sí es una gran pregunta. La filosofía quizás busca respuestas, y la ciencia cree que tiene respuestas, pero la literatura sabe que no existen las respuestas. Entonces lo que hace son buenas preguntas, en lo posible, ¿no?
–¿Qué es la verdad?
–Un concepto muy patinoso.
–¿Cómo se ha llevado con los errores?
–¿Con los míos o los de los demás?
–Con los suyos. ¿Se ha equivocado mucho?
–He cometido errores. Dice Borges: «He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz». Yo sí he sido feliz. Particularmente, los errores no me han pesado. He hecho lo que he podido más bien. No tenía grandes proyectos, ni esperaba gran cosa para mí. En realidad, después de vivir una dictadura, yo pensé que no iba a llegar viva a los 30 años. Esa era mi visión de lo que me podía pasar. A partir de ahí todo ha sido un regalo. Una vida de más que he tenido, y he hecho lo que he podido. Y no estoy disconforme. Creo que hay cosas que he elegido bien: me gusta mi profesión, me gusta mi pareja, me gusta mi entorno... Y las cosas que no he podido solucionar, no les he hecho ni caso tampoco, es mi carácter. Lo que no se puede arreglar, lo dejo; y lo que se puede arreglar, en eso estoy.
«En realidad, después de vivir una dictadura, yo pensé que no iba a llegar viva a los 30 años»
–¿Qué no esperaba encontrar?
–Una bala, por ejemplo. Esas cosas, los secretos de los pueblos en torno a la guerra civil española. Lo que me sucedió en ese pueblo de Guadalajara que inspira el primer relato es que yo llegué convertida en una persona que escuchaba, que es algo que me gusta hacer. Los que no habían hablado, que eran los perdedores, los rojos, me lo contaban, y ahí está el cuento. Me pareció que era justo que lo contara yo también.
–Ese primer relato acaba así: «... los tiros, los tiros, los tiros, gritan, los cazadores, y yo caigo junto a Nico, abrazo el bello cuerpo de mi hijo que duerme sobre un charco de sangre, con una bala clavada en el corazón». Y el segundo relato lo titula: 'Tan lleno el corazón de alegría'.
–El segundo cuento es el mismo personaje, pero responde a una pregunta: ¿Se puede, después de una historia tan terrible, salir adelante? El cuento contesta: sí, a través de la fantasía, a través de la literatura. Porque esa mujer lo que tiene a lo largo de su vida es la pulsión de escribir, es lo que la salva del horror que ha vivido.
–Los árboles para usted son elementos vitales, indispensables. Hay una niña que se pregunta por qué huelen los árboles...
–Sí. Ahora justamente estoy mirando árboles, un montón de robles con una sequía que ni te cuento. Estoy trabajando en un libro que se va a llamar 'Un árbol de compañía' con el biólogo Raúl de Tapia, que es buenísimo, y estamos entre los dos trabajando sobre la idea cultural del árbol y cómo los árboles nos acompañan. A mí cada vez me importa más y creo que cada vez es más importante, con lo que estamos viendo.
–¿Cómo mira a la infancia hoy?
–Yo pienso que mi generación vivió un paraíso que se perdió en un punto. Yo dormí en Machu Picchu con un saco de dormir, hice a dedo prácticamente toda América Latina, siendo una chica joven. Eso es impensable hoy. Conocí ciudades tranquilas, hoy las ciudades son un reservorio del turismo. Este mundo hipercapitalista no era mi mundo de la juventud, tenía otros problemas, pero no esos. Echo de menos la pampa como fue, pero bueno. Vivir en el presente suele ser lo más sabio.
–Y Argentina...
–Es como un gran amante, yo la veo con dolor, con amor, con nostalgia... voy mucho, por primera vez ahora me han dado un gran premio allí, trato de mantener el vínculo, aunque sea complicado.
–¿Por qué escribir?
–El escritor en sí es una organización compleja, pero nos ayuda a organizar el mundo, y eso es un don que no tiene mucha gente. Poder pensar en paralelo otras cosas que me organizan, es un regalo. Pero ojo: los dones, si no los trabajamos, no sirven. Suelo hablar de ello con mis amigos murcianos [Lola López Mondéjar y Patricio Hernández].
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