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Antonio García Ortega. M. Atrio
Adolfo García Ortega: «El nacionalismo es tóxico; el hipernacionalismo, asesino»

Adolfo García Ortega: «El nacionalismo es tóxico; el hipernacionalismo, asesino»

El escritor novela el asesinato de los tres jóvenes que ETA tomó por policías en 1973, un crimen que la banda nunca ha reconocido

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Viernes, 4 de enero 2019

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«Todos los crímenes son execrables, pero este más». Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958) se refiere al crudelísimo asesinato de tres jóvenes gallegos a manos de ETA en 1973. Un crimen negado por la banda hasta hoy y en torno al que armó 'Una tumba en el aire', premio Málaga de novela que se publica en febrero. «Ni se ha resuelto ni se resolverá», admite el autor, que recrea el asesinato de José Humberto Fouz Escobero, Jorge Juan García Carneiro y Fernando Quiroga Veiga, perpetrado el 24 de marzo de 1973. La banda confundió con policías a tres amigos que viajaban de Irún a San Juan de Luz para ver 'El último tango en París'. Sus cuerpos nunca aparecieron y ETA no ha dicho ni mu en 45 años.

¿Un crimen más terrible que otros?

Sí. La historia de estos chicos secuestrados, torturados, asesinados, y desaparecidos simboliza la esencia del terrorismo. No sabemos dónde están sus cuerpos y al no haber duelo, representan el duelo eterno. Esa ausencia permanente que supone ser víctima de un hecho tan execrable y siniestro. Con los métodos de los que culpaban al Estado, ETA cercenó la inocencia de unos chavales, trabajadores de corte socialista en la España franquista, que van a tomar una copa y son confundidos con policías y asesinados. Con ETA acabada, ahora que aparecen relatos que intentan justificar sobre todo el lado de la banda, el crimen era el símbolo de lo que ha supuesto la lacra terrorista que se ha llevado por delante a cientos de víctimas inocentes.

¿Nadie en ETA ha reconocido el asesinato?

–Nunca. Es de esos casos que la banda no ha asumido ni reconocido de manera oficial. Pero está demostrado que de manera privada y ante confidentes sí lo hicieron. A Mikel Lejarza, 'El Lobo', agente del Cesid infiltrado en ETA, 'Peixoto' –José Manuel Pagoaga Gallastegui– le dijo carcajeándose que los habían matado de manera brutal, sacándole el ojo a uno con un destornillador. Hay montones de indicios y confesiones en secreto que reconocen quiénes lo hicieron y que ETA estuvo detrás.

¿La novela reconstruye los hechos?

Es la crónica de lo ocurrido antes y después. Se centra en las vidas de las víctimas y verdugos a través de dos personajes: Eustakio Mendizábal, 'Txikía', el jefe militar de ETA entonces, y una joven etarra que quiere huir de la banda y es considerada una traidora. Retrata también la España del final del franquismo y los inicios de ETA, que en 1973, un año crítico para la banda, urde la 'operación Ogro' y da el salto a una acción militar y armada mucho más firme.

¿Víctimas y asesinos tienen voz?

Se reflejan sus vidas e ideas. La voz es del narrador. No hay una postura de comprensión. Se confrontan los hechos que retratan a cada uno. La perspectiva más empática es, obviamente, para las víctimas. Narro en tercera persona, de manera muy directa y sin concesiones literarias. Voy a los hechos con un ritmo muy ágil, para que el lector, que conoce el final, quiera seguir leyendo sobre los momentos terribles que acercan a los chicos a una muerte absurda e incomprensible. Para los asesinos, una muerte necesaria y justificada por una causa mayor: el nacionalismo. No olvidemos que ETA no surge de una búsqueda revolucionaria o un afán de cambiar la sociedad. Nace del hipernacionalismo, tan de moda hoy por desgracia.

¿El hipernacionalismo mata?

Es asesino. Sin duda. El nacionalismo es tóxico y llevado a extremos armados y violentos, destruye sociedades. El siglo XX y parte del XXI están marcados con reiteración en Europa por los mismos elementos nacionalistas e hipernacionalistas. Y tras ETA hay un impulso nacionalista.

¿Habló con los familiares de las víctimas?

Sí. Es ficción, pero da una versión verosímil. No necesitaba el detalle exhaustivo, pero me acerqué a las familias de las víctimas. Sin su colaboración, información y apoyo no habría logrado nada. A los asesinos me acerqué cuanto pude sin obtener una respuesta fácil ni cómoda. Hallé rechazo, olvido y el intento de minimizar algo obvio para cualquier historiador, periodista y escritor que uniera las piezas: que ETA causó aquel crimen.

Además de ETA ¿hay más silencios y complicidades?

A través de confidentes e infiltrados ABC dio en 1973 una versión de los hechos nada veraz, de corte intencional-político. Ningún periodista o político que haya vuelto al caso intentó averiguar algo más. Con la búsqueda literaria, creo ser el único que ha ido más lejos. La necesidad de averiguar, confirmar o recrear qué pasó me condujo a fuentes que me revelaron aspectos veraces, plausibles y contrastables que no estaban en aquella versión.

¿Qué novedades aporta?

Preciso dónde sucedieron las cosas y qué jefes de ETA estaban presentes.

¿Se resolverá este crimen?

Los crímenes de desapariciones nunca prescriben. Hay una ley de amnistía que no afectaría a los posibles culpables. La justicia aportó pruebas y los asesinos 'técnicos' y 'confesos' están casi todos muertos. Como el máximo responsable, Tomás Pérez Revilla, al que mató el GAL años después. El caso llegó a la Audiencia Nacional y se archivó. Quedó arrumbado. Contar su historia y sus últimas horas restituye algo de vida a estos chicos, pero no resuelve el caso. La resolución sería la aparición de los restos, que es prácticamente imposible, y el reconocimiento de la culpabilidad de ETA, que quizá sea factible.

¿Ha cambiado el chip literario sobre el terrorismo?

Sí. Gracias a la insistencia maravillosa y magnífica de Fernando Aramburu, que lleva años escribiendo sobre esto desde una perspectiva literaria que retrata y fija las cosas. Pasado el tiempo de los testimonios llega el del relato, de contar los hechos de manera universal y general. La literatura los fija y permite que se entiendan en Australia o en Chile, como ocurre con la Segunda Guerra Mundial o la batalla de Waterloo. Acabada ETA y su terrorismo, en otro contexto histórico, es la hora de los escritores, que han asumir un papel de responsabilidad y valentía.

La violencia está en casi toda sus novelas.

Tratan asuntos con un componente violento, pero más que la violencia me interesa ofrecer una visión global de los conflictos de mi tiempo, como lo es el terrorismo de ETA. Novelé sobre la guerra de Bosnia para tratar la maternidad, sobre los atentados del 11-M para una historia de amor, y sobre el campo de exterminio de Auschwitz para abordar el mal. No encontraba el tema que conectara conmigo y cuando conocí esta historia tuve una iluminación. Vi la novela antes de ponerme a escribirla. Es en realidad una historia de amistad truncada. De tres jóvenes con una relación muy singular, centrada en el cine y en viajar, y cómo les roban el futuro. El tema clave de todos mis libros es la frustración injusta de la vida, que es una obsesión literaria.

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