Soy un organizador nato. Si tengo un plan en la cabeza lo voy madurando y puliendo con fruición, aunque falte un año para que se ... lleve a cabo. Creo que me viene bien fijar planes divertidos a largo plazo, porque son como pequeñas metas a las que tengo que llegar sea como sea, cueste lo que cueste. Y lo que me encuentre por el camino, simplemente son escollos que hay que saltar para llegar al objetivo.
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Como organizador, me gusta sumar gente a mis planes. R y M.C. me dijeron el pasado domingo que se apuntan al próximo BBK, y yo no puedo caber más en mi gozo. Por si no lo conocen, el Bilbao BBK Live es el mejor festival de este país. Cero dudas, todo certezas. Reúne todo lo que busca un pequeño burgués amante de la música y la gastronomía como yo. Buenos restaurantes, buenos conciertos y un enclave paradisiaco en el que perderse durante tres días y tres noches.
Este es el plan: el jueves toca levantarse pronto y visitar el Guggenheim. Te emocionas con Ai Weiwei. Tras ir de pinchos, subes por primera vez a Kobetamendi. El transporte te deja a mitad de camino y tienes que terminarlo andando. Un kilómetro y medio, quizás algo más. Nada más llegar y ya toca etapa reina. Da igual, el premio está arriba, en la meta, en el verde de ese monte. Que suene la música, que empiece la fiesta.
Esta columna ha sido escrita mientras sonaba 'A ver qué pasa', de Rigoberta Bandini; e 'Hibernazioa', de Izaki Gardenak
Es viernes y, normalmente, la cabeza te da vueltas nada más levantarte. No te has cruzado España para quejarte y quedarte en la cama. Hay conciertos por la ciudad y toca comer en Casa Rufo. Te juntas con otras y otros murcianos ilustres que están en Bilbao por el festival. Allí brindáis, degustáis la mejor anchoa a este lado del universo y las croquetas de huevo que emocionaron a Spielberg. Eres feliz, y el día no ha hecho más que empezar. Ahí sigue Kobetamendi, esperando que saltes escuchando a Cage the Elephant, pero antes una larga sobremesa. Todos sonríen.
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Decía Triana que todo tiene su fin. Y sí, lo tiene, pero con una historia bonita detrás. El sábado del BBK suele danzar entre la alegría, la necesidad de exprimir hasta el último segundo de festival, y la pena por que se termine esa historia de amor tan bonita que se ha creado entre una ciudad, un evento muy bien organizado y una persona que busca tener planes futuros para no pensar en el presente.
Y aunque termine, en ese domingo en el que espero a que salga el avión del aeropuerto ya estoy comprando la entrada del año siguiente, reservando el hotel para que Bilbao me vuelva a enamorar, como hizo la primera vez. En rojo, en el calendario, julio de 2022, y nada más.
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