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Carpas de Cruz Roja en el puertode Cartagena. ANTONIO GIL / AGM

Fotos no

La distancia de la verdad

PILAR BERNAL HERNÁNDEZ

Martes, 10 de noviembre 2020, 10:43

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Antonio está convencido de que la verdad a un kilómetro de distancia es una verdad borrosa. Es un fotoperiodista que lleva meses retratando apenas una silueta de la desdicha de la inmigración irregular en España. Su historia es la de tantos reporteros que cazan empatía a través de la imagen en las costas españolas, desde Levante o Baleares hasta Canarias.

Conoce bien a los policías que le impiden acceder al superpuerto de Escombreras, en Cartagena, donde se suele desembarcar a los desgraciados viajeros. Está convencido de que no son ellos quienes toman la iniciativa de cortarles el paso a las cámaras porque las órdenes siempre vienen del piso de arriba. La Autoridad Portuaria, pese a ser la titular de las instalaciones, tampoco parece ser quien dicta la última palabra. Desde el más allá, en la subida a la Batería de Conejos, los fotógrafos tratan de robarle metros a la kilométrica distancia pero incluso al teleobjetivo más preciso le cuesta retratar con verdad.

La pandemia está siendo aprovechada por las delegaciones del gobierno de comunidades como Murcia, Andalucía y, sobre todo, Canarias para llevar a cabo una política de objetivos tapados. Ciertos jefes de policía se suman a esta fiesta de la desinformación, argumentando que «por cuestiones de seguridad» no es posible fotografiar a los inmigrantes a una distancia informativamente razonable.

Otros días, suman un argumento cínico: la dignidad de las víctimas, pero la dignidad, explican los fotógrafos, pasa por mostrar con crudeza analítica lo que sucede, y lo que sucede es que llegan muchos inmigrantes a nuestras costas, unos por la arriesgada y muy transitada, ahora, ruta atlántica hacia Canarias, otros por la no menos peligrosa vía mediterránea que trepa hasta Alicante y Baleares.

La mayoría de estos fotógrafos de prensa y cámaras de televisión pelean a diario con un muro que obstaculiza su trabajo, con furgones que se cruzan con mala uva entre las cámaras y la noticia o barreras que se levantan demasiado altas, lo que supone que la ciudadanía no conoce los detalles, el rostro y la mirada de unas noticias políticamente molestas. Por eso los lugares a los que siempre se ha permitido entrar para mostrar con transparencia el insolente fenómeno de personas que migran en busca de futuro, son ahora territorio vedado. El peligro del coronavirus se ha convertido en aliado de esta transparente censura y aludiendo a la delicada situación generada por la pandemia, se ha institucionalizado el bloqueo informativo.

Además, la mayoría trabaja con las mayores medidas de seguridad posibles. Los que jamás vivieron el confinamiento porque fueron los encargados de ilustrar la porción de la realidad permitida entonces, saben bien cómo realizar su tarea sin molestar y sin exponerse, innecesariamente, a un posible contagio.

A los profesionales, como el premio Pulitzer Javier Bauluz, que lleva semanas denunciando las trabas para realizar su trabajo en el puerto de Arguineguín, al sur de Gran Canaria, les sobra oficio para mostrar la instantánea más decorosa y compasiva de las víctimas. Sin embargo, el alejamiento forzoso de los periodistas provoca que la imagen que acaba llegando a la opinión pública de los migrantes sea un reflejo deshumanizado que genera desafecto y temor.

Profesionalidad

Los hechos importan y despreciarlos es una osadía con poco de democrático. No podemos permitir que informar sea una opción que quede al capricho de la delegación del gobierno de turno, las jefaturas de policía o el mismísimo Ministerio de Interior porque, por unos y otros, la casa está cada vez más a oscuras.

Antonio, como cualquier buen reportero, no construye la actualidad, simplemente la fotografía; por eso rechaza que otros la construyan por él. Este «fotero» de LA VERDAD le pone poco drama y mucha profesionalidad a su trabajo, pero se enfada, a lo lejos, mientras observa a los camioneros y trabajadores del puerto, trajinando con normalidad en los alrededores de las carpas de Cruz Roja.

Mira la carretera que hay a cien metros de donde se encuentran los inmigrantes y piensa en lo que daría por estar ahí con su cámara, ¡nada menos que a cien metros! Un momento después, se indigna de nuevo y se da cuenta de que desde la subida a la Batería de Conejos, la verdad de un ser humano se vuelve difusa.

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