Hay que volver a los sitios donde uno ha sido feliz? Les lanzo esta pregunta teniendo muy clara la respuesta: sí, por supuesto. No hay ... nada mejor que la nostalgia que termina repitiendo momentos que, aunque no sean iguales, evocan recuerdos amables. A mí me pasa con la playa y con todo lo que he vivido allí. Porque en Mazarrón siempre he estado en armonía con el mundo.
El pasado fin de semana volví a mi casa en la costa y les juro que fue balsámico. No necesito más que pasar el puente que une Bolnuevo con Bahía para encontrar la paz. Esa imagen nunca se me va ir de la cabeza, podría pintarla si me lo propusiese: las primeras casas con sus colores vivos, la pared del club de tenis, la Rambla de las Moreras, y un mar azul que vive en calma, pausado, sin molestar, solícito.
Para mí, además de un lugar para desconectar, Mazarrón siempre será mi espacio para conocer. Allí, con unos dieciocho años recién estrenados, caía en mis manos 'Nada', de Carmen Laforet, un libro que devoré en dos días y que me mantuvo extasiado varios meses. Volver a ese libro también es otra forma de ser feliz. Volver a sus fantasmas es despojarte de los tuyos, aunque esto sea demasiado abstracto y difícil de explicar.
Esta columna ha sido escrita mientras sonaba 'Enero en la playa', de Facto Delafé y las Flores Azules; y 'No tan jóvenes', de Carolina Durante
Para escribir esta columna he vuelto a mi ejemplar de 'Nada', y vi que en la última de las cuatro lecturas que le hice subrayé un párrafo: «Fui distraída todo el camino, pensando en que siempre se mueve uno en el mismo círculo de personas por más vueltas que parezca dar». Y entonces recordé que lo subrayé porque pensé en R. G. y en M. A., y en que la playa nos unió de una forma indivisible para toda la vida. Allí aprendimos la valiosa lección de que no hay que tener miedo a revisitar la felicidad.
Como no podía ser de otra manera, porque es algo casi religioso cada vez que voy, en la visita de hace unos días pasé por El Faro para saludar a Salva y a Pedro. Y en la puerta, haciendo cola esperando que alguna mesa se quedase libre, me quedé parado ante el mural que Pedro Guerrero pintó para que todo el que pasase recordase siempre al padre de M.A., artífice de ese idílico lugar. Los versos que ahí aparecen me siguen erizando la piel: «Por aquí pasarán las gaviotas y tu ausencia y tu nombre soñarán con el mar». La vida consiste en no olvidar el pasado y en prepararse para un futuro incierto, pero entre medias podemos elegir con quién hacerlo.
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