Pérez-Reverte: «Llego feliz a la edad que tengo. Soy viejo, lo digo sin dramatismo»
«Que la gente te respete y te quiera es tu premio», dice el autor de 'El italiano', que el 25 de noviembre cumple 70 años en pleno éxito
Si le quieren escribir, ya saben su paradero-refugio literario y vital, esta gloriosa frase húmeda y abierta a todas las aventuras posibles que encontramos ... en 'La Iliada' de –llamémosle puestos de rodillas– Homero: «Llueve en las orillas de Troya mientras zarpan las naves». La lleva adherida al alma Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), escritor aupado por sus libros a la cumbre del éxito, y académico de la Lengua apasionadamente enamorado del español. Alaba a Homero porque alaba, con certificado de haberlo disfrutado, todo lo hermoso de la vida. Su producción novelística conforma un mundo arrollador y muy personal, que fascina tanto a millones de lectores como a doctos estudiosos.
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La entrevista es en Murcia, donde presentó junto a José María Pozuelo, en la Fundación Cajamurcia, su nueva novela, 'El italiano' (Alfaguara). Hablamos en la plaza del Romea, sentados cerca de un padre que da un biberón a su bebé. Se acercan lectores de todas las edades a pedirle que les firme algún libro, o tan solo a darle las gracias. Él sonríe a todos. Qué curioso, parecen arroparnos, vestidos de noviembre, «estos días azules y este sol de la infancia», que escribió Machado. El 25 de noviembre, el autor de obras que iluminan, como 'Hombres buenos', cumplirá 70 años.
«No ha lugar al pensamiento, todo son consignas que se retuitean»
Arturo Pérez-Reverte
–¿Cómo ha vivido esta década que le ha traído hasta los 70 años?
–Ha sido una época de envejecer, una época en la que uno va viendo que no es que el mundo cambie, es que cambias tú, y que ya la cabeza, las fuerzas, todo, merman; no desaparecen, evidentemente, no estoy en decadencia, no soy un anciano decrépito. Pero uno nota ya que tu fecha de caducidad, como la de los yogures, se va acercando.
–¿Y cómo se lo toma?
–Mi ventaja es que yo he tenido una vida muy completa, y también que he leído los bastantes libros y he vivido las bastantes cosas como para saber que esto iba a pasar. Digamos que estoy adiestrado desde hace muchos años en la decadencia y en el final, ¡tantas veces he pensado que era el final...! Y todo esto ayuda a afrontarlo con, no digo con dignidad, pero sí con entereza, con serenidad, con naturalidad. Ha sido una época de envejecer con naturalidad. Soy viejo, lo digo sin dramatismo. Un viejo puede intentar, y además debe, comprender el mundo, pero no puedes pedirle que actúe como un joven, porque eso ya sería ridículo, patético.
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–¿El tiempo ha pasado rápido?
–No estoy de acuerdo con eso de que la vida vuela, creo que la vida es larga. Y, en mi caso, tengo la suerte de que la mía ha sido muy movida, muy variada y en la que han pasado muchas cosas: una infancia feliz junto al mar, una juventud de viajes y aventuras muy intensa; una madurez de novelista, de viajes tranquilos y de navegar, serena y llena de libros; y una vejez, en la que estoy ahora, en la que sigo todavía operativo y lúcido. Mi vida ha sido larga y llena vista en conjunto. Llego muy feliz a la edad que tengo. He sido un privilegiado por muchas cosas, así es que aunque a partir de ahora me machacara, cosa que es muy posible porque la vejez es muy cabrona, no podría quejarme. No tengo derecho a hacerlo porque, aunque también me ha quitado mucho como a todo el mundo, y me ha robado y me ha desgastado, la vida me ha dado otras muchas cosas. Si me dicen mañana 'le quedan a usted diez años de agonía', diría: 'Ese es el precio que hay que pagar'.
–¿Para qué placer no hay edad?
–Para el de los libros. Cuando doy con un libro que me interesa y me lo traen a casa desde Londres o desde donde sea, abro el paquete con la ilusión y el nerviosismo de cuando era niño y venían los Reyes Magos. Ese cierto impulso infantil o juvenil de acercarte a un libro como una aventura te mantiene vivo. Y yo lo sigo sintiendo con fuerza. Ya sabe que llevo diciendo toda mi vida que soy un lector que accidentalmente escribe novelas, y así sigue siendo.
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–¿Y qué continúa encontrando en el mar?
–Yo solo navego ya desde hace mucho tiempo por el Mediterráneo, porque es como navegar por la cuna, por la casa, por la familia. Echas el ancla debajo de un templo griego, buceas donde hay ánforas romanas, contemplas un castillo bizantino al atardecer...; el Mediterráneo es de donde vengo yo y todo lo que me hizo, es desde donde viene todo: la filosofía, la literatura, el mármol, el vino tinto, el aceite, las legiones romanas, las religiones, las herejías...; y, claro, navegar por la memoria, por la patria como memoria, es algo tan placentero. Evidentemente, yo soy español, y de Cartagena, y murciano, y no reniego, pero hay una patria superior a todo eso: la memoria cultural de lo que somos. Y mi memoria cultural tiene mucho que ver con el Mediterráneo. Mientras lo tenga ahí, mientras tenga un barco para navegar por él, echar el ancla y leer a Homero o a Paul Auster a la sombra de un templo romano en Siracusa, ¡imagínese!
«El que más daño hace no es el malo, es el tonto, y el mundo sigue lleno de ellos»
Arturo Pérez-Reverte
Un lugar hostil
–Me lo imagino, sobre todo después del tiempo de pandemia y estragos que llevamos.
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–Este tiempo me ha confirmado algunas certezas. Llevo mucho tiempo diciendo: 'Ojo, que el mundo es un lugar peligroso, el mundo es un lugar hostil'. Está lleno de epidemias, de terremotos, de tsunamis, de guerras y de hijos de puta. El mundo es eso y no sirve para nada refugiarse en una especie de nube de algodón que niega la realidad. De nuevo, el azar, el Universo, Dios, llámalo como quieras, golpea otra vez más. Mi ventaja es que sabía que esas cosas pasan, lo había leído y lo había vivido: guerras, atrocidades... He sabido siempre que ahí, al acecho, está ese francotirador esperando con el dedo en el gatillo a que la Humanidad se relaje. Estaba adiestrado para reconocer este tipo de cosas.
–¿Le ha sorprendido alguna reacción en especial?
–He visto también las reacciones habituales. He visto dignidad y he visto estupidez, y he confirmado una vez más que el peor mal de la Humanidad no es la maldad, es la estupidez. Sin la estupidez, el mal, su daño, sería de efectos limitados; pero la estupidez lo extiende, lo propaga. Toda esta crisis me ha hecho ver, una vez más, que, junto a la dignidad, la lealtad, el coraje, la decencia y el valor, que son las únicas palabras que quedan ya con mayúsculas en mi vocabulario, la estupidez ha hecho un recorrido enorme. El que más daño hace no es el malo, es el tonto, y el mundo sigue lleno de tontos. Y añado una cosa: en los teléfonos que maneja hoy todo el mundo se puede acceder muy fácilmente a tres mil años de civilización, de memoria cultural y científica, ahí está todo. ¡Pero lo usamos para mandar wasaps! Y, claro, la pandemia estaba ahí, y la guerra de los Balcanes estaba ahí, y la gripe asiática estaba ahí, y lo que vaya a ocurrir dentro de seis meses, seis años o sesenta años estaba ahí también. Lo que pasa es que como no lo miramos. El que no los usa para aprender es porque no quiere. Entonces, ¿debo yo compadecer a aquel que teniendo en la mano las soluciones, las experiencias, los recursos, la información, prefiere mandar wasaps? Es una pregunta cuya respuesta puede llevarte a un terreno que no es agradable; cuando peligra tu compasión, cuidado porque te puedes convertir en un hijo de puta. Por eso yo me agarro a los libros, a la gente buena, a las lecturas sanas, a Aristófanes y a lo que haga falta para no caer en pensar en 'el Coloso' de Goya pisoteándoles en mitad de la fiesta. La gran conclusión de mi vida intelectual es que ahora sé que no es que no podamos o no nos dejen saber; no, no hay un Dr. No moviendo los hilos de la ignorancia; no, es que nosotros no queremos saber, ni nos importa.
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–¿Y las redes sociales?
–Las redes sociales, como todo en la vida, serían magníficas bien usadas, pero se están usando de tal modo que se han convertido en un vertedero de basura. Al final, te das cuenta de que hemos pasado del humanismo a un humanitarismo de sentimientos, no de razón, no de intelecto. Ahora, las ideologías se basan en sentimientos. No ha lugar al pensamiento, todo son consignas que se retuitean.
–Dijo Fernando Savater en estas mismas páginas que en España tenemos «un Gobierno infumable». ¿Tanto?
–Tengo una teoría: todo es leña del mismo árbol. Es decir, para mí Sánchez, Casado, Abascal, Iglesias... son todos excrecencias sucias de un mismo tronco. Antes creía distinguir a los malos de los buenos; para mí Kennedy era bueno y Stalin era malo, y Franco era malo y Suárez era bueno; y el rey de España, Juan Carlos, era bueno en su momento, ¡ahora ya no lo es! [Sonríe]. Pero ya no hago distingos entre los políticos, son intercambiables. ¿Qué opino de este Gobierno? Pues lo que opinaba del de Rajoy, que era también un embustero, aunque con otro estilo de mentir. Ya apenas hablo de política, me hace sentir mal cuerpo; lo que quiero es estar fuera, lejos de ella.
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«Que Teodoro García o Ayuso o Abascal o Odón Elorza o Irene Montero o Ione Belarra estén condicionando nuestro futuro es una atrocidad»
Arturo Pérez-Reverte
«España es un país enfermo»
A España siempre la han jodido los mismos; antes, el clero, la aristrocracia y los reyes. Ahora, en vez de aristocracia está la clase política, que ha tomado el lugar de la aristrocracia y también del clero, porque la política sectaria es una religión al fin y al cabo: con sus apóstoles, sus inquisidores, sus quemas de hogueras, sus misas, sus confesores...; tienen todos los elementos propios de las religiones, tanto unos como otros.
El relevo de los poderes que durante tanto tiempo desangraron a España, enfrentaron a España, embrutecieron a España y la manipularon, lo han tomado ahora los políticos, si bien de otra manera, por otros medios y para otras cosas, ya no para ir a Trafalgar... Un cutrerío. Hemos cambiado a unos amos por otros. Que Teodoro García Egea o Ayuso o Abascal o Odón Elorza o Irene Montero o Ione Belarra estén condicionado tu vida y la mía, nuestro futuro, nuestra vejez, es una atrocidad. Ante eso, ¿qué puedes decir? ¡No compro!, ¿cómo voy a comprar?
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–¿Entonces qué?
–La cultura y la educación son la solución, pero como no hay cultura ni educación, no hay solución. En España no se le reconoce ni una virtud al adversario, ni un defecto a los nuestros. España es un país enfermo, históricamente enfermo, políticamente enfermo, socialmente enfermo, pero como se niega la gente a admitir la enfermedad, no hay manera de curarse. ¿Y cómo se cura? ¡En los colegios! No hay mejor hospital para esa enfermedad.
–¿Fue feliz escribiendo 'El italiano'?
–Hay novelas de las que te despides con más amargura que de otras. Tras 'Línea de fuego', de la que me despedí con alivio porque fue un ejercicio muy doloroso, 'El italiano' me dolía terminarla porque fui muy feliz con esta historia. Hay novelas que puede que te hagan mejor, mientras las escribes o las lees, y me gusta pensar que 'El italiano' es de esas. Hay en ella unos valores que se desprenden... Al final, ¿qué queda? El respeto por el adversario, la dignidad personal, el valor cuando estás solo...
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«Cuando peligra tu compasión, cuidado porque te puedes convertir en un hijo de puta. Por eso yo me agarro a los libros, a la buena gente, a las lecturas sanas»
Arturo Pérez-Reverte
–¿Qué merece realmente la pena?
–Hay una cosa muy importante, el verdadero botín de una vida, cuando se llega a una edad en la que ya lo que cuenta es lo hecho, es decir: 'Si he tenido a esta gran persona como amigo, si aquel se jugó por mí la vida, si aquel otro hubiese dado por mí hasta la camisa, si una mujer inteligente y hermosa me admiró o me amó..., algo bueno tendré cuando esa gente que merece la pena me respetó. Al final, lo que te queda es el respeto de la gente respetable, y cuanto más lo tienes, mejor te sientes. Y eso es a lo que uno debe aspirar. Cuando murió mi padre, que era un tío de la vieja escuela, el día en que lo enterramos, le escuché decir a un amigo suyo, una persona muy decente: 'Era un hombre honrado y un caballero'. Que la gente te respete y te quiera es tu premio. Hay que intentar ser lo mejor persona posible dentro de este caos que es el mundo, tomártelo con serenidad y acabar con dignidad.
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