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La filósofa, crítica cultural y escritora Cristina Guirao Mirón (Murcia, 1964) acaba de publicar recientemente uno de los ensayos más interesantes del panorama editorial, 'Transgresoras. ... Una historia cultural de las mujeres' (Catarata, 2024), que plantea, de manera muy comprensiva y entretenida, sin perder el rigor científico, cómo las mujeres han luchado desde tiempos lejanos por ser sujetos del relato social, pese a los empeños reiterados en su confinamiento en el espacio privado, algo que ha generado «obstáculos importantes para el progreso de las mujeres». Lo dice Mirón, profesora titular de Sociología de la Universidad de Murcia, licenciada en Filosofía y autora de 'Crónicas a contrapelo' (Newcastle), en este volumen indispensable que descubre a personajes fascinantes. «A pesar de las limitaciones y restricciones, hubo mujeres intrépidas y osadas, mujeres como Flora Tristán o George Sand, que se atrevieron a travestirse de hombres para disfrutar de la libertad de caminar por la ciudad. Algo tan sencillo como cambiar el vestido podía subvertir completamente las posibilidades y las capacidades de los sexos, transgredir el rol histórico de mujer objeto y transformarla en sujeto de la vida urbana», remarca.
Cuenta Cristina Guirao que «cada época construye un modo de ver, una mirada propia que determina las producciones culturales. Lo hemos llamado régimen escópico. No se trata de un punto de vista abstracto ni personal», insiste en este volumen, cuya portada ilustra la artista plástica Miriam Martínez Abellán, «sino de una visión ideológica e históricamente construida. En el régimen escópico del siglo XIX las mujeres son el objeto que reproduce y alimenta el gran ojo absoluto del deseo ocular masculino, las mujeres absorben y reflejan, en el sentido del 'speculum' de Luce Irigaray, la mirada androcéntrica».
Género: Ensayo.
Editorial: Catarata, 2024.
Autoria: Cristina Guirao.
Ilustración de portada: Miriam Martínez Abellán.
En este sentido, la autora cita, por ejemplo, el cuadro 'Olympia', de Manet, pintado en 1863, que causó tal escándalo que hubo que retirarlo del Salón de París de 1865. «Cuentan que hubo algunos burgueses que al visitar la exposición quisieron perforar el cuadro con el paraguas de tan indecente que les parecía. En él, Manet representa a una famosa prostituta, Olympia, desnuda y recostada sobre una cama en una alcoba propia de una mujer burguesa, y atendida por una mucama negra. Este es el detalle más interesante del cuadro: la representación de una «mujer pública», en la alcoba privada de una mujer burguesa. Manet, maestro en la transgresión de espacios, rompe la estructura de clases sociales de la época al presentar a una prostituta en una lujosa alcoba privada. Esta dislocación de espacios es, sin duda, la causa del escándalo: representar al ángel del hogar como una mujer fatal que quiebra el ideal femenino de castidad, humildad y entrega tan representado en la historia del desnudo femenino».
Pero para Guirao, independientemente de la revolución simbólica al transgredir los códigos visuales, plásticos y sociales de su época, «la mirada de Olympia es diferente: mira directamente a los ojos del espectador y su mirada desafiante tiene la suficiente autonomía moral como para cuestionar su propia desnudez». Esta es «la verdadera transgresión».
La mirada de Olympia «fulmina toda la historia visual del régimen escópico basado en el deseo y la dominación. Transgrede esas políticas de la mirada que subalternizan a las mujeres. Una mujer mercancía desnuda ante el espectador, consciente de ser mujer objetualizada, es una mujer sujeto que cuestiona el relato de la modernidad que ella misma representa». Olympia es, resume, «una especie de Antígona moderna que subvierte no el orden social, sino el orden visual del canon occidental». Es, y cita a Clark, «un desnudo con conciencia de género (...). Sabe que está desnuda para ser mirada. Diríamos que Olympia ha despertado».
La historia de la cultura y del conocimiento, según la tesis de la autora, que refuerza con una cuidadísima relación de fuentes y citas, se ha visto lastrada por la omisión de la experiencia de las mujeres, una exclusión política y ética, pero también epistemológica. «El sujeto epistemológico mujer no aparece hasta bien entrado el siglo XX, y tarda en ser institucionalizado. Y tendrá que pelear con los profundos sesgos de género ocultos en las formas de producción de conocimiento y saber científico. Es la misma batalla del sujeto político mujer para reivindicar sus derechos y visibilizar sus necesidades materiales y sociales. Lo personal es político, además de un lema de acción feminista es también un giro importante del universalismo ilustrado hacia la politización de los problemas concretos y empíricos: la violencia contra las mujeres, el acoso, los feminicidios, los derechos reproductivos, los derechos de las personas trans, el cuidado de los demás, las tareas domésticas, la división del trabajo, la conciliación de la vida familiar y profesional... no son cuestiones privadas, son sociales, sistemáticas y estructuran la desigualdad».
Este volumen, 'Transgresoras', sirve a los lectores para tomar conciencia de esa desigualdad inherente «a la naturalización e institucionalización de los roles y las tareas sociales que se imponen a un sexo u otro, a una raza u otra, cuando estos crean desigualdad estructural: menor salario, discriminación laboral, vidas menos valiosas y mayor vulnerabilidad... es el principio de hacer de los problemas personales una cuestión política». Cristina Guirao apunta a Antígona como la principal figura transgresora de la historia cultural de las mujeres, con diversas interpretaciones desde la Antigüedad hasta nuestros días. De hecho, María Zambrano dice que «Antígona no ha dejado de hablarnos». El mito griego, en su deseo de enterrar al hermano muerto, Polinices, desobedece las órdenes de su tío Creonte y es castigada: debe ser enterrada viva a las afueras de la ciudad. «Es decir, ser enterrada viva... a las afueras, alejada y expulsada de la comunidad, de manera que se cumpla una doble condena: exiliada en vida y en muerte. El exilio ya es una muerte en vida, dice Zambrano. El castigo de Antígona representa el momento patriarcal que condena al destierro a las mujeres de los asuntos públicos y las confina en el espacio privado de lo personal donde no rigen las normas universales ni las leyes absolutas del Estado».
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